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El beso de Íker y Sara

Juan García Luján / Juan García Luján

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El portero, como macho, no tenía culpa de nada. Estaba en su portería. Se distraía, pero ella era la distracción. Por eso en el discurso inquisidor se planteaba que él debía quedarse ahí y parar los balones, pero ella no podía estar ahí para contarlo. En lenguaje futbolístico podríamos decir que tras la victoria española el beso de Iker deja a los criticones en fuera de juego. Los inquisidores se quedan sin poder meter más goles. El beso de Iker fue un penalty en la prórroga, un penalty que entró y marcó un gol a los que pretendieron invadir un terreno ajeno al campo de fútbol.

No lo vi en directo. Me encontré el beso en los periódicos digitales. Me compensa este beso mis sufrimientos en este mundial. Mi hartazgo de este mes de pan y circo, de este patriotismo que dura mientras el balón entre en la portería contraria, de estas celebraciones callejeras de un orgullo español que algunos utilizan contra los nacionalismos periféricos. Fueron cuatro semanas de adoración a unos héroes del siglo XXI cuya gesta es dar una patada a un balón de reglamento. Esa imagen de Nelson Mandela recorriendo el campo de fútbol, saludando al público antes del partido nos recuerda que en otros tiempos a los héroes se les exigía más. A Mandela, por ejemplo, lo hicimos héroe después de muchos años de cárcel y tortura.

En el cuento la princesa besó al sapo y lo convirtió en príncipe. Ayer, Iker besó a la periodista y la convirtió en princesa, la sacó del infierno inquisidor. En la versión infantil veremos a Sara Carbonero vestida de princesa, besando a un pulpo que se transforma en portero. Nos estamos volviendo un poco chiflados todos. Por ejemplo, un servidor, tras ver el beso entre el portero y la periodista me convertí en cronista rosa por un día. “Madre mía”, dijo Sara. Pues eso.

Juan García Luján

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