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¡Bienvenido, hermanito!

Francisco Ramírez / Francisco Ramírez

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Y todo ello porque muchos hogares españoles han adoptado a algún participante de Gran Hermano, de Supervivientes o de Acorralados.

Es curioso que en plena crisis económica este grupo de muchachotas y muchachotes sean acogidos con tanta pasión.

Pero Don José Luis ya está tranquilo, porque los gastos de manutención de éstos corren realmente por cuenta de Paolo Vasile, antropólogo de formación ?quizás haya encontrado, mire usted qué cosas, la fórmula para estudiar de una manera integral al ser humano- y Consejero Delegado de la cadena de Fuencarral.

¿Representan los concursantes a los habitantes de este país? Supongo que sí.

Porque de otra manera no se explica que miles de personas voten cada semana a través de sms y de facebook y que la Cadena que emite estos programas obtenga unas audiencias muy interesantes, utilizando como reclamo los gritos, las peleas y algún que otro escarceo amoroso que se producen en éstos, para retroalimentar muchas de las horas de su parrilla de programación.

¿Quién no se ha planteado alguna vez tener en el seno familiar a Chari, esa exuberante, a la par que monacal “gran hermana” o a Toni Genil, un híbrido entre Manolo Escobar y el Fary o al Dioni, ese amigo que siempre mantendría nuestro dinero a buen recaudo.

Más allá de la idoneidad o no de los contenidos de estos programas, lo que es evidente es que la cadena de este romano, que inició su trayectoria bajo la batuta de Silvio Berlusconi, tiene su maquinaria tan bien engrasada en el circuito televisivo como Sebastian Vettel tiene afinado su monoplaza en el automovilístico.

Porque lo que es indudable es que sabe cómo sacar la máxima rentabilidad mediática a estos formatos. Lo tiene claro: las productoras eligen a un buen puñado de concursantes y, a reglón seguido, los enjaula en un espacio muy reducido con el único objetivo de llevarlos al límite y, en consecuencia, de ganar audiencia frente a sus competidores.

Alrededor de estos concursos gira un numeroso grupo de programas satélites que se encargan de analizarlos, de manera que se produce una forma de endogamia, donde diferentes individuos televisivos nacen como producto de la reproducción entre seres de ascendencia común.

Y a partir de ese momento comparten protagonismo los concursantes y los colaboradores de los diferentes programas de esa casa.

El otro día un viejo conocido me preguntó que qué es necesario para convertirse en un buen colaborador. Le contesté que básicamente creer que la televisión no se ha creado para ser vista, sino para estar dentro de ella y, sobre todo, defender su opinión con vehemencia aunque ni siquiera esté convencido de lo que defiende. “Igual que la mayoría de los políticos”, me contestó.

Los colaboradores se distribuyen siempre en dos bandos muy diferenciados, porque esa es la clave: posicionarse y crear corriente de opinión. Si lo consiguen habrán logrado un primer objetivo, que no es otro que lograr que el telespectador tome partido por uno u otro concursante. Y no me negarán que muchos de ustedes forman parte de ese nutrido grupo de seguidores que ve esas galas de expulsiones o esos debates, solo comparables, por cierto, a los que se hacen para valorar el estado de la nación?

Porque al día siguiente de producirse una expulsión se generan muchas discusiones “de barra de bar” sobre la justicia o no de haber echado a uno u a otro. Y eso no deja de ser un debate de indiscutible valor sociológico, que ya se encargarán los especialistas de hacer sus valoraciones e intentar convencernos de lo importante que son todos estos chicarrones en nuestras vidas.

No seré yo quien “rompa una lanza” a favor de la denominada telebasura, pero tampoco la criticaré, porque debo confesarles que en algunas ocasiones también la he visto, unas veces por razones puramente profesionales; en otras, porque ha logrado engancharme. Esto es lo que tiene la democracia ?al menos para algunas cosas- que puedes elegir lo que quieres ver.

Ya lo dijo el mismísimo Orson Wells: “Odio la televisión tanto como los cacahuetes, pero no puedo dejar de comer cacahuetes”.

Y ya sabe, tenga cuidado: la televisión crea adicción.

Francisco Ramírez

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