La bota sobre el cuello

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En estas semanas se está desarrollando en Minneapolis EE. UU., el juicio por la muerte de George Floyd, el afroamericano que fue asfixiado hasta morir por un policía de la ciudad, tras la detención por una denuncia al intentar colar un billete falso. Ya conocemos las consecuencias que este enésimo crimen contra la población afroamericana ha traído a la sociedad estadounidense, enfrentamientos violentos, muertes y saqueos, porque la historia se repite a pesar de siglos y siglos de opresión y años y años de lucha por los Derechos Civiles. Resulta paradójico que se olvide que -sin ser los aborígenes americanos, los indios- el primer pueblo no anglosajón que se estableció en las costas de Norteamérica llevado como esclavos fue el africano.

El próximo mes de mayo hace un año de aquel brutal ataque y muerte de Floyd. Y por una vez los superiores de la jefatura policial del agresor se han puesto de parte de la víctima y han reconocido que fue un homicidio. Aquella muerte, aunque seguían y siguen muriendo afroamericanos en las calles de EE. UU., hizo resurgir con fuerza el movimiento BLM  y los representantes afro de muchos sectores sociales como empresarios, empeladas, deportistas, intelectuales, artistas, actores y actrices, hicieron causa común, siendo lo más representativo por su masivo seguimiento y la emoción del acto, la rodilla en tierra de los jugadores de la NBA antes de los partidos que son seguidos por millones de espectadores, y que fue criticado por la administración de Trump.

Esta es una larga tradición de menosprecio y apaleamiento de la comunidad nativa afro americana, porque aún parece que respiran con la ley Jim Crowe en la nuca, que aún los persiguen, apedrean o cuelgan como “frutos extraños de los árboles”, como la famosa canción del judío americano Abel Meeropol y que grabó la gran Billie Holiday, en lo que llaman el cinturón bíblico, que es esa coraza de hierro moral que separa el sur de este a oeste, manteniendo las premisas WASP, blanco, anglosajón y protestante.

Trump dio un buen impulso a este movimiento racista, desacreditando todo intento de justicia e incendiando con sus discursos a un pueblo que todavía cree en el modo de vida tradicional americano y en la Nueva Jerusalén y cuya consecuencia trágica más inmediata fue el asalto al Capitolio.

Creo que en EE. UU. se da la misma circunstancia que se daba en la antigua Roma que tenía una religión oficial, el paganismo, y múltiples religiones mistéricas de los pueblos que habían conquistado y asimilado, como el cristianismo, mitraísmo u otros cultos llegados de Egipto y Asia. Primero estaba la religión del estado y los ciudadanos de Roma estaban obligados a hacer ofrendas a los distintos dioses y luego a otras confesiones con sus propios rituales. Pues los Estados Unidos de Norteamérica tiene su paganismo oficial, una gran mayoría de la población es cristiana y va a los oficios semanalmente, ya sean cuáqueros, presbiterianos, episcopalianos, anabaptistas, mormones, amish..., y después el número de confesiones es abrumador, pues se denominan cristianas más de mil, y lo que es más importante rinden culto al emperador, que, por supuesto es blanco, cristiano, y anglosajón, -con la excepción histórica de Obama, afroamericano, y cristiano-

En este pasado siglo XX se concibieron en EE. UU. logros imprescindibles para los afroamericanos en Derechos Civiles, con gran coste de vidas humanas, como si ya millones no hubieran muerto esclavizados, y magnicidios como el del Martin Luther King, pastor bautista.

Este pueblo que ha dado al mundo la mayor revolución de la música en el siglo XX; que cambió completamente la manera de entender y aplicar el pulso; que se dejó la vida en la música de todo un siglo, desde los comienzos, el movimiento hippy, la guerra de Vietnam, hasta estos momentos con el hip-hop, y que todo occidente ha mamado de la misma raíz sincopada, sigue muriendo en las calles y es la población más desprotegida, sin recursos y olvidada de los EE. UU., teniendo en cuenta su población.

Miles Davis, el trompetista negro, -aquí digo negro porque el recurría a este término- que hizo la parte necesaria de la historia del jazz-, no se daba la vuelta en el escenario para que no le copiaran sus hermosas melodías de jazz modal: Davis se daba la vuelta para no ver a tanto blanquito, -como él les llamaba- entre el público. Vivió en sus carnes la segregación y la violencia , aunque al final Kind of Blue, esté entre los tesoros sonoros de la biblioteca del Congreso de EEUU.

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