Tenemos un problema, más bien la madre de todos los problemas. Este esquema de consumir 115.000 barriles de petróleo al día, importar el 85% de los alimentos, tener más cuatro por cuatro que nadie, vivir de revender casas e ir a comer los domingos a setenta kilómetros de casa no tiene futuro. El sino de toda burbuja es estallar: va en su condición; si no, no sería burbuja. Y viviremos los estallidos de las burbujas que nos han traído aquí: todo lo que sube, baja; y el límite de la subida es la finitud en la disponibilidad de los recursos de nuestro mundo, ampliamente sobrepasada. Puede ser ese desinfle brutal o acordado, por la rebelión de los desposeídos, y cambiando radicalmente de forma de vida. Sin embargo, hasta ahora, el escenario nos remite a la lucha fraticida, sin más: el tren hacia el duro muro de los límites avanza a cada vez mayor velocidad. Canarias vive gracias a la existencia una burbuja alimentaria enorme, como nos recuerda Lester Brown, creada por el empleo de diez calorías de energía fósil equivalente para obtener una caloría alimentaria. También ésta se deshinchará, con la progresiva carestía de los combustibles fósiles y la dedicación criminal de la tierra a cultivar alimentos para los coches, en vez de para las personas. Sin embargo, apenas producimos alimentos aquí, y además estamos perdiendo el suelo, cuando no sepultándolo en cemento y asfalto. El Presidente Roosvelt dijo que “la nación que destruye su suelo se destruye a sí misma”; y tenía razón, más razón que nunca en Canarias. La burbuja inmobiliaria que ha estallado ha sido la muestra del botón de esa irracional concepción de la economía inmoral en la que la avaricia se ha vuelto norma: el enriquecimiento frívolo y la banalidad consumista como regla de comportamiento social, en una especie de gran fiesta – Richard Heinberg, Editorial Barrabes – que se acaba. Junto a ello, la burbuja crediticia, hija de la globalización financiera – el mayor espectáculo de circulación monetaria sin base real de la historia de la humanidad – para mantener la barra libre del agotamiento de los recursos naturales. El premio Nobel Robert Solow llegó a afirmar, en el colmo de la inopia, que el hombre podía sustituir los recursos naturales por el capital; y parecía estar consiguiéndolo, hasta que tocó la puerta el lobo que algunos anunciaron hace décadas, el que ahora está enseñando las orejas en forma de una previsible y próxima gran depresión, la que ya predijera el gran geólogo Colin J.Campbell. Y, por último, la burbuja del hidrocarburo. El petróleo, a ritmo de consumo de mil litros al segundo del recurso energético con mayor potencia de la historia – sin equiparación posible hoy -, ese gran recurso finito que preside y conduce literalmente nuestra civilización de los combustibles fósiles, podría estar ya declinando o lo hará en un inmediato futuro. Dick Cheney anunció un siglo de guerras y conflictos, y están cumpliéndose sus tétricas predicciones. Se deshace el pilar básico de nuestra civilización. Evidentemente, mirar para otro lado, o evitar de forma más o menos elegante el espinoso asunto del declive del petróleo, no evita que los hechos sigan ocurriendo, y que los grandes yacimientos muestren un día sí y otro también sus tasas de declive como negros presagios del derrumbe de lo que sustenta. Las víctimas más propicias y tempranas de este escenario serán previsiblemente, junto al fracaso de la visión narcisista y de falsa autosuficiencia del hombre moderno, el turismo de masas, la gran aviación civil comercial, la abundancia alimentaria de hipermercado, el pantagruélico parque móvil y la cantinela triste del consumismo, a costa de los demás habitantes del mundo, entre otros pilares de nuestra fugaz y frenética abundancia material de las últimas décadas. Canarias tiene todos los boletos, y en vez de tomarnos esto en serio, seguimos “progresando”, con la fe puesta en la transmutación de la materia y en el milagroso perpetuum mobile, que algún aprendiz de brujo se sacará de la chistera en las ferias oportunas, para regocijo del general de pie. ¿Esperanzas? Las justas. ¿Soluciones? No para mantener hinchada la burbuja, desde luego ¿Tiempo? Se agota. ¿Alternativas? Quizás para volver a una vida austera, buscando la dignidad en comunidades lo más autosuficientes posible, con usos muy modestos de casi todo, y obteniendo lo más de nuestra tierra para el sustento. Justo lo opuesto a intentar mantener este imposible chiringuito abusivo con la T(t)ierra – Jorge Riechmann dixit - agotada y con los demás pueblos del mundo. Es lo que tienen las burbujas, que no están hechas para este mundo, y menos aún para nuestros peñascos canarios.(*) Juan Jesús Bermúdez Ferrer, presidente de la asociación Canarias ante las crisis energética. Juan Jesús Bermúdez Ferrer (*)