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El canarismo: ¿frente amplio del nacionalismo?

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La expresión “frente amplio” parece haber revivido al calor de la perspectiva de liderazgo electoral de Yolanda Díaz y una hipotética recuperación del espacio a la izquierda del PSOE, con el que la vicepresidenta no parece conformarse. Los más optimistas al respecto vuelven a situar el horizonte del sorpasso a los socialistas como posible, en mi opinión, confundiendo popularidad y simpatía hacia la posible candidata con intención de voto. En cualquier caso, no está de más dedicar unas líneas de carácter general a esta fórmula política desde las filas del canarismo, al cual auguro mejores perspectivas en el “amplio espectro” que en el “frente amplio”.

El nombre de “frente amplio” no es precisamente nuevo. Su origen puede rastrearse en la resistencia a las dictaduras de Brasil y Uruguay, a finales de los años sesenta y a comienzos de los setenta del siglo pasado, respectivamente. Remite a una tradición política inequívocamente de izquierda. Otras experiencias, como la peronista o la boliviana, conjugan elementos de diverso tipo y deben quedar fuera de este artículo. Sólo en Uruguay, donde también participan sectores liberales y demócrata-cristianos en el Frente Amplio, ha sido ésta una fórmula de éxito electoral. En otros países latinoamericanos (Perú, México, Guatemala, Panamá, Argentina, Paraguay, etc.) los distintos frentes amplios se han movido entre la representación minoritaria de algunas familias de la izquierda y la irrelevancia. En el caso español, la fórmula “Frente Popular”, más común en el siglo XX europeo, no parece haber sido barajada por razones obvias. En mi opinión, todo indica que ese “Frente Amplio”, si llegara a constituirse, se situaría, a pesar de los deseos de Yolanda Díaz, exclusivamente a la izquierda del PSOE.

En cualquier caso, hay que entender que con “frente amplio” se alude sobre todo a la voluntad de desbordar el hábitat natural de una determinada fuerza política, estableciendo alianzas y complicidades con sectores afines. No siempre es posible. En un sentido débil, a veces se intenta lograr este objetivo añadiendo la coletilla al nombre del partido queriendo dar a entender que se ha producido algún tipo de alianza o suma, en ocasiones de cuestionable amplitud. En un sentido fuerte, se llega a cuestionar la propia denominación, para disolverla en una marca que evocaría algún tipo de espacio mayor, en un esquema no siempre perfecto de círculos concéntricos.

La primera fórmula no pasa de truco de marketing electoral de dudosos resultados. La segunda, sea cual sea la denominación que adopte, requiere disponer de un espacio mayor al que dirigirse, algo que no está al alcance de todas las fuerzas políticas ni está disponible en todos los periodos. Aunque no deja de haber conformismos y actitudes acomodaticias, lo lógico es que una fuerza quiera ensanchar su campo electoral más allá de su tradicional nicho de votantes. Sin embargo, esta última fórmula plantea un problema de difícil solución: la voluntad de algunos partidos u organizaciones de seguir manteniendo su identidad y actividad propias más allá de esa nueva marca.

A pesar de esto último, encuentro en la segunda perspectiva un elemento de no poco interés: cierta tensión que permite discutir la forma partido, la cual debe ser reelaborada seriamente en beneficio de la democracia, de la política y de los propios partidos. No se puede andar recomenzando todo cada cuatro años, pero sí se puede debatir acerca de todo, si se hace con voluntad de construir y avanzar. No hay que temer derribar los estrechos marcos que muchas veces imponen las siglas, las ideologías en sentido fuerte, las inercias heredadas, etc. para ganar sectores y conquistar espacios. Una política con aspiraciones se guía por un espíritu así antes que por el conformismo y el cortoplacismo. 

En mi opinión, es más provechoso poner el acento en los principios y en los valores, que no son negociables, antes que en el patriotismo de las siglas pero tampoco es menor el interés que debe despertar el espacio sociológico, político-electoral, ideológico-cultural… al que se quiere representar. Hay que poner encima de la mesa de qué se habla cuando se habla de transversalidad en Canarias, cómo superar la política de bloques estatal de manera satisfactoria o cómo sortear la eterna división entre leones y ratones de nuestro sistema de partidos, por ejemplo. Echo en falta reflexiones en esta línea en el marco del canarismo, siempre pendiente de un tacticismo más bien poco fructífero a la vista de los resultados.

Desde mi punto de vista, pensar en clave estratégica, de país, significa hoy avanzar hacia la constitución de una fuerza canarista de amplio espectro que dispute la centralidad hegemónica en un marco de ideas compartidas, no sólo entre las partes integrantes de dicha fuerza sino principalmente con la sociedad canaria, que se define mayoritariamente en torno a valores progresistas. Además, el canarismo para el siglo XXI debe tener vocación de punto de encuentro entre nacionalistas, autonomistas, regionalistas, federalistas, insularistas en positivo, soberanistas, etc. y esto no tiene por qué suponer la más mínima rebaja en las aspiraciones y demandas políticas concretas, las cuales -es bien sabido- no vienen definidas por el nombre de la criatura. Esto no siempre se ha entendido bien o simplemente no se ha querido entender. En suma, el amplio espectro significa gestión de una razonable transversalidad y constante búsqueda de grandes consensos. Quienes deseen profundizar en este concepto y su alcance tienen numerosas experiencias en las que mirarse, pero haré referencia a dos que, salvadas todas las distancias, que no son pocas, considero especialmente valiosas.

En primer lugar, el Partido Nacionalista Vasco, que en su “Diagnóstico del momento para construir el futuro de Euskadi”, presentado ante su pasada Asamblea General, devuelve la imagen de un partido instalado en la centralidad política y con una visión de presente y futuro para su país en clave progresista, de construcción nacional. Superada definitivamente la escisión de Eusko Alkartasuna, debilitada en Bildu, el PNV se presenta ante su sociedad como el auténtico partido de amplio espectro, representante de muy diversos grupos sociales y defensor de los derechos nacionales de Euskadi en sintonía con los tiempos; capaz de llegar a acuerdos en Madrid con quien detente en cada momento el Gobierno español para desarrollar el autogobierno vasco pero que jamás pactaría ni se dejaría apoyar por la ultraderecha recentralizadora española de Vox. Flexibilidad en la táctica y firmeza en los principios.

En segundo lugar, el Bloc Québécois representa, en mi opinión, otra experiencia de interés. Nació de la profunda insatisfacción de diputados quebequeses del Partido Conservador y el Partido Liberal en 1987 ante el irrespeto a los derechos nacionales del Québec durante la reforma constitucional canadiense pero no fue hasta 1991 cuando se constituyó formalmente como partido. Supo conectar en ese momento con demandas muy enraizadas en la sociedad quebequesa. Se articuló como una fuerza que se presenta exclusivamente a las elecciones federales, en un exquisito reparto de roles con el Parti Québécois, socio-liberalismo, y Québec Solidaire, soberanismo de izquierdas, los cuales concurren exclusivamente en las elecciones de la provincia francófona. Hoy encarna una opción de contenidos inequívocamente progresistas. Así se expresa en su “Plateforme Politique Bloc 2021” con la que compitió en las pasadas elecciones de septiembre y en la que reafirmó su papel de interlocutor nacionalista exclusivo ante Ottawa. Desde ese papel arrastra al resto del sistema de partidos quebequeses hacia posturas aun más descentralizadoras y condiciona de manera importante la agenda federal. 

Quienes estudien ambos documentos encontrarán un marco de ideas y propuestas en las que el canarismo, auténtico “frente amplio” del nacionalismo transecular, puede perfectamente reconocerse y transitar: un proyecto político defensor de la sanidad y la educación públicas, a favor de la justicia y los derechos sociales, la igualdad de género y el respeto a las diversidades de todo tipo en nuestras sociedades plurales; comprometido con la sostenibilidad y contra el cambio climático, por la defensa de los derechos culturales y las identidades nacionales en el marco de la globalización, de salvaguarda de la democracia y sus valores; por una economía circular, equilibrada entre el sector público y el privado, diversificada y al servicio de la sociedad; por la investigación, el conocimiento, la revolución digital, etc.

Ésta es la verdadera amplitud a la que debería aspirar el canarismo: reconocer con audacia la oportunidad del amplio espectro. Identificar las respectivas zonas de confort como las trampas que realmente son. Renovar, imaginar, repensar,… absolutamente todo en una conversación sin límites ni exclusiones. Gestionar la complejidad, el disenso y la complementariedad ideológica y territorial antes que agonizar en una estéril competitividad. Más pensamiento sistémico y menos pensamiento individual; más perspectiva intergeneracional, desde la empatía con la ciudadanía canaria que herederá en los próximos cincuenta años los desafíos del presente, y menos perspectiva intrageneracional, desde la voluntad de concentrar indefinidamente todas las oportunidades en minorías etarias muy determinadas.

Que los principales partidos del canarismo (Coalición Canaria, Nueva Canarias y Partido Nacionalista Canario) salgan de su actual aletargamiento dependerá no sólo de que sean capaces de atender y seducir a la sociedad civil sino también de traducir correctamente otras experiencias y leer la realidad propia. También de que sepan aprender de sus errores del pasado y de los indicadores que ya anuncian el futuro. Las próximas elecciones generales serán un buen momento para despejar éstas y otras incógnitas.

José Miguel Martín es coordinador de Canarismo y Democracia

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