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'A Casa' de Saramago

Juan García Luján / Juan García Luján

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Tres meses después de morir el premio Nobel, Pilar del Río viajaba de Lisboa a Brasil, el vuelo salió a 12 de la noche. A las 2 de la madrugada la sobrecargo del avión se acercó a Pilar, que dormía tranquila en su asiento, y le dijo “estamos sobrevolando Lanzarote, quiere ver las luces de la isla.” Pilar contaba anoche en 59 segundos de TVE-Canarias que en ese momento poético que le emocionó tanto supo que Saramago y Lanzarote estaban unidos, que su casa de Tías fue testigo privilegiada de esa unión durante 18 años, que esas luces que veía a través de la ventanilla del avión venían de una isla que tenía derecho a seguir teniendo los libros que leyó Saramago, la mesa donde escribió sus novelas, la biblioteca que le dio tanta vida y la habitación donde le visitó la muerte. Las luces que se veían desde el avión le hicieron ver todo eso a Pilar, eran esas mismas las luces que dejó de ver el personaje que da inicio a la primera novela que Saramago escribió en Lanzarote.

La muerte, siempre injusta, impidió que Saramago se encontrara con César Manrique. Habían quedado para octubre pero en septiembre el artista lanzaroteño murió en accidente de tráfico. En una charla con jóvenes conejeros el escritor dijo que había que cuidar a la isla porque con la especulación, la destrucción del territorio y la corrupción Lanzarote estaba viviendo la segunda muerte de César. No sabía Saramago que su presencia en la isla, su espíritu crítico, su compromiso social con los migrantes, con la naturaleza, con el paisaje y paisanaje de Lanzarote lo que ocurría en realidad es que César había vuelto a nacer.

El hombre que decía que el mundo es paisaje, dudas y perplejidades nos deja su casa en el paisaje de Lanzarote. Su casa con sus dudas, con sus libros, con el reloj que siempre marca las 4 de la tarde (la hora en que se encontraron por primera vez en Lisboa Pilar y José, la periodista que iba a entrevistar al autor de Memorial de un convento). Una casa con su sencillez, con sus perplejidades, también con sus palmeras, sus olivos portugueses que recuerdan al pueblo de Azinhaga, al pueblo de su abuelo, el agricultor analfabeto que era el hombre más sabio del mundo. Espero que sepamos cuidar este regalo que nos dejan Pilar y Saramago.

La periodista nos hacía ayer una crónica emocionada del momento en el que el cuerpo de Saramago salía desde Lanzarote con destino a Lisboa. Gente sencilla leía en alto los textos del escritor como gesto de despedida. Desgraciadamente no hubo desplazamiento especial de la televisión pública canaria para contarnos en directo ese momento. Apenas se limitaron a volver a emitir una entrevista grabada hace años. La muerte del escritor fue la noticia de una muerte más, o una muerte menos porque hemos visto grandes despliegues para sucesos intrascendentes. Las instituciones públicas isleñas no estuvieron a la altura en la despedida de Saramago ni tampoco después. La voz crítica mereció el mismo desprecio que el resto de las voces críticas.

Volvamos a la novela escrita en Tías: “Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven?” Ojalá el espíritu de Saramago salga de A Casa y llegue a todas las casas de Lanzarote, y del resto de nuestro país isleño. Y dejemos de ser ciegos que viendo, no vemos.

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