Tras la pausa publicitaria, me voy a los años 80 del siglo pasado, a los días de la preparación del Estatuto. De matriz riojana, por cierto. Fue el momento de la aparición de ATI con el propósito, confesado, de atrincherarse en el Ayuntamiento de Santa Cruz y el Cabildo de Tenerife para defenderse de una autonomía que, daba por sentado, controlaría Gran Canaria. El síndrome pepitiano.Esta actitud dio al Cabildo de Tenerife el peso ganado en estos años; mientras, el de Gran Canaria iba rápidamente a menos. En esta isla se habló incluso de eliminar las corporaciones insulares y bien sabido es que Jerónimo Saavedra, por ejemplo, no las tiene en gran estima. El apego a los cabildos de las demás islas hizo que no se insistiera en esa línea; pero si en Tenerife ATI enviaba al suyo primeros espadas, en Gran Canaria proponerle a un político ir al Cabildo resultaba cuasi ofensivo y señal de su pérdida de predicamento en el partido. Pronto descubrió ATI la posibilidad de gobernar la región. Fue Saavedra quien le dio la alternativa en 1991. No entraré en el proceso que llevó a los insularistas tinerfeños a controlar CC llevándose malamente por delante a don Olarte y a Román Rodríguez. El primero apuñalado, pero dejándolo lo bastante vivo para que se revolviera y saliera Román Rodríguez presidente de rebote. A Román lo tildan ahora de insularista, cosa que no es ni de lejos; si algo le reprocho fue su contribución a que ATI se hiciera con CC; pero ésta es otra historia. No menor, por cierto, fue la puñalada a Saavedra: Hermoso, que estaba con él de vicepresidente, encabezó la moción de censura que fue la primera acción pública de CC. Para que luego digan de traiciones y deslealtades. Seguramente será también casual que los tres presidentes “victimados” fueran grancanarios. Los quince años de gobierno nacionalista los marca, pues, la política ática de quedarse de gallo en el corral nacionalero; con la connivencia y ayuda de los líderes grancanarios de CC (Mauricio, el más determinante) y un PSOE de pena. Es cierto, a lo que iba, que el Estatuto tiene en cuenta a los cabildos. Pero con el Cabildo tinerfeño potenciado y el poder autonómico en sus manos, ATI perdió interés en promover los restantes para no perjudicar su predominio regional desde el Gobierno. Romanones prefería que otros hicieran las leyes y le dejaran a él los reglamentos. Le favoreció, en el caso de Gran Canaria, la poca estima por el Cabildo que acabó inutilizado para la defensa de la isla en el escenario político que diseñara ATI-CC. Utilizaron el viejo truco de identificar ATI y Tenerife, de modo que el ataque a la primera pasara por odio furibundo a la segunda. Las críticas al Gobierno son así anatematizadas por ultracanarionas y ahí queda eso. Para colmo, en la legislatura pasada Soria emuló a Andrés, el Ratón, que bruñía sus medallas para venderlas como oro; Soria no dejó realización alguna que merezca ser recordada y sí varios desastres; pero si Andrés, El Ratón, a nadie engañaba, Soria abrillantó su imagen hasta conseguir que algunos lo consideren un buen presidente; sin pararse a pensar demasiado, claro. El hecho es que Soria nunca hizo valer la corporación y su isla y que las bloqueó políticamente a ambas, más pendiente de sus apetencias personales ue no acaban en la vicepresidencia del Gobierno. Hizo justo lo contrario de lo que pretende ahora José Miguel Pérez, al que precisamente por ese compromiso apoyé públicamente en esta misma columna. Como, por lo visto, hay que explicar lo obvio, les diré que si en el análisis de la ley de 1912 indiqué que marcaba un buen camino para superar el pleito, su fracaso debido a los mismos intereses enfrentados y el paso del tiempo hacen hoy impensable volver a ella. El marco sociopolítico no es el mismo, así que sólo sobrevive su concepción autonomista de las islas, que a su vez venía de los cabildos creados tras la Conquista. Es este principio de autonomía el que permanece y constituye el espíritu de 1912. Otra cosa es la literalidad de la ley, que se corresponde un tiempo distinto.El Estatuto no tuvo en cuenta la vieja tradición autonómica, pero es el marco en que el Cabildo grancanario habrá de moverse para asumir sus funciones y limitar el intervencionismo del Gobierno regional, aún más patente ante el vacío de poder dejado por la inhibición cabildicia. Lo de menos es el camino, determinado por cada circunstancia histórica; lo que interesa es el objetivo final: unas autonomías insulares bien definidas y un Gobierno limitado a los asuntos estrictamente suprainsulares no menos definidos. Y un Cabildo activo que evite las injerencias, inevitables si permanece echado, como hasta la fecha. Sólo así es posible una Región unida.Teóricamente es lo que prevé el Estatuto; en la práctica es distinto. Y no debido necesariamente a la mentalidad ática, que es la que es y allá ellos, sino a la debilidad del Cabildo grancanario, a quien toca poner los puntos sobre las íes. No cabe esperar que el Gobierno tome la iniciativa de autolimitarse; y no porque sea ATI sino porque desde que el mundo es mundo ningún Gobierno cede nada si no tiene delante un contrapoder respondón que lo exija. Contrapoderes de los que, por cierto, he hablado en más de una ocasión con Pérez y a los que ha vuelto a referirse como nuevo presidente del Cabildo. Por eso, insisto, le he apoyado.Que Pérez no lo tendrá fácil lo deduzco de la propia debilidad de partida del nuevo Gobierno canario. El retroceso de CC es casi una vuelta a aquella ATI atrincherada en el ayuntamiento santacrucero y el Cabildo de Tenerife. Necesitaba retener la presidencia del Gobierno como fuera y enrocarse con Paulino ante la posible emergencia de Gran Canaria, con el Ayuntamiento de Las Palmas y el Cabildo en buenas manos. Y con Soria de coartada “regional”. Pero ver así las cosas es ultragrancanarismo; y argumentarlas aún peor.Ayer se inició una etapa interesante, sin duda.