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El cuarto poder

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Bernstein y Woodward comenzaron a investigar los historiales de los detenidos en el asalto al Watergate y descubrieron, entre otras cosas, que todos ellos tenían relación directa o indirecta con el comité de reelección del presidente Nixon. Además, algunos de ellos tenían o tuvieron relación con la C.I.A., en unos momentos en los que la Central de Inteligencia era todopoderosa, dentro y fuera de los Estados Unidos. De todas maneras, ambos periodistas contaron con la ayuda del ya desvelado personaje apodado “garganta profunda” y su capacidad de investigación, a pesar de la poca ayuda que recibieron por parte de las autoridades. Sus artículos son ya considerados como un referente CON MAYÚSCULAS cuando se habla del periodismo de investigación. Cuando Nixon fue, definitivamente expulsado de la Casa Blanca –no sólo por el escándalo del Watergate, sino por todas las sombras que habían dominado su mandato- está claro que parte de sus pensamientos estaban ocupados en el trabajo de Bernstein y Woodward. Tengo muy claro que nuestro país no es, ni por asomo, comparable a los Estados Unidos. En nuestras latitudes los medios de comunicación, en especial las grandes cadenas de televisión, emisoras de radio y algunos rotativos de tirada nacional puede influir hacia un lado o hacia otro del pensamiento de nuestra sociedad. Recuerden las campañas contra el último gobierno socialista orquestadas por un rotativo nacional- o los comportamientos de determinados profesionales, desde las últimas elecciones generales. Aún así, su poder siempre se topa con el escepticismo de los lectores, los cuales no consideran que los medios deban ser tan definitorios como sí lo son en el mundo anglosajón o francófono. Seguramente por eso nuestros cargos electos, muchos de los cuales se encuentran en el “ojo del huracán”, se muestran tan confiados ante la aparición de una catarata de noticias que cuestiona, muy a las claras, su supuesta honestidad. No pretendo cuestionar dicha honestidad –la de los cargos electos- y presuponer las virtudes de todos los miembros de la “canallesca” que se dedican a escribir sobre estos temas. Muy distinto es tratar a todo aquel que no esté de acuerdo con sus retorcidos planteamientos –sobre todo los medios no afines al poder- como si fuéramos una panda de enajenados mentales que sólo buscamos su mal. El argumento es el mismo que utilizó y enarboló Nixon cuando Bernstein y Woodward llenaban las primeras páginas de su periódico, poniendo en entredicho toda la estrategia del partido Republicano y de su cabeza visible, Richard Nixon. Es más, ahora lo que se lleva es utilizar a otros compañeros de profesión como arietes contra cualquier noticia que cuestione los poderes establecidos. Subidos al lema “la mejor defensa es el ataque”, todo vale para justificar las decisiones de la mal llamada “alta política” en frente de las necesidades de toda una sociedad. De otra forma no se entiende que un gobierno autonómico apoye al editorialista y propietario de un rotativo que, día y tras día, se empeña en menospreciar, insultar y difamar a los habitantes de una isla como la de Gran Canaria. Está claro que a palabras necias –o dementes, como ustedes prefieran- oídos sordos. Lo que me preocupa es el mencionado apoyo institucional, a imagen y semejanza de regímenes totalitarios de triste recuerdo. Mucho más grave me parece el uso partidista de un problema tan grave -como lo es el terrorismo- por parte de quienes anteponen su ideología y forma de entender nuestro país por encima del consenso y la finalización de una lacra como el terrorismo. Menospreciar cualquier intento del actual Ejecutivo, como si después una determinada ideología tuviera una varita mágica para llegar a una solución –algo que la misma historia se encarga de desmentirles- de dicho problema, me parece, irresponsable y temerario. Ante un problema como éste, no deberían existir ideologías, banderas, símbolos y zarandajas por el estilo. Cuando se juega con “personas”, como los terroristas, que tienen las cartas marcadas y que responden al diálogo con sangre, hay que tener una mayor visión de la situación y no comportarse con un animal provisto de orejeras. Igualmente los medios, sin abandonar una determinada línea editorial, deberían estar más atentos a su verdadero papel en la sociedad –lejos de comportamientos que emulan más a un altavoz de feria de pueblo- y no a una opinión fundamentada por la mencionada línea editorial.Puede que viva en un mundo ideal, pero tal y como están las cosas y vistas las cosas con la perspectiva que da la distancia –y algo que otorga la experiencia- mejor sería ponerse a trabajar por el bien común y olvidar el resto de disculpas de mal pagador.

Eduardo Serradilla Sanchis

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