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El Dalai Lama en Sabin Etxea

Iñaki Anasagasti / Iñaki Anasagasti

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No se puede permitir que China enmascare bajo el término de “asunto interno” una situación que arrastra ya 50 años, contra la voluntad de un pueblo que jamás se ha sentido parte de China y que nunca lo ha sido.

No se puede permitir que hoy en día la población tibetana sea minoritaria en su propio país, gracias a la política china que favorece el asentamiento en el Tíbet de la población de etnia han, mediante ventajas económicas, laborales y de vivienda. La postura internacional tendría que ser firme y homogénea para que China tuviera que replantearse seriamente sus continuas negativas a negociar con el Dalai Lama una auténtica autonomía del Tíbet

Es difícil, y más con respecto a España, donde ninguno de sus presidentes se ha dignado recibir oficialmente al Dalai Lama cuando ha visitado Madrid, y que pone pegas continuamente a conceder visados, cuando alguno de los tibetanos en el exilio de la India quiere visitar el estado español. Me temo que dentro de poco nadie hablará del Tíbet, como ya nadie habla de Birmania.

Nuestra capacidad de reaccionar ante la tragedia que están viviendo los tibetanos se topa, al menos, con tres dificultades. No sabemos lo suficiente sobre lo que está pasando, porque las autoridades chinas están decididas a impedir que nos enteremos, y para ello expulsan a periodistas, aumentan su habitual censura de Internet y cuentan mentiras. Además, nos sentimos impotentes ante tanto horror. Y tenemos que buscar el equilibrio entre nuestra profunda simpatía hacia los tibetanos y nuestro interés en que haya una evolución positiva en China. Apaciguar a Pekín pensando sólo en las ventajas políticas y comerciales a corto plazo es despreciable; tratar de garantizar que las medidas que tomemos en ayuda de Tíbet no sean un obstáculo para la evolución de China no lo es. Es un ejemplo de política de Estado, y una cuestión moral,

Si establecemos ese principio, enviemos tres mensajes importantes a Pekín: que no es tan fácil dividir a las democracias; que el Dalai Lama representa verdaderamente -me atrevería a decir que encarna- la vía de la no violencia y la negociación, y que queremos tener relaciones con una China en el camino hacia la modernidad y celebrar unos Juegos Olímpicos maravillosos el próximo verano, pero no sobre los cadáveres de los monjes budistas.

Iñaki Anasagasti

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