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Demagogia

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Está claro que cada cual ve la realidad como le gusta y le conviene. Es más, cada uno es muy libre de transformar esa realidad con tal de que se adecue a sus necesidades.

Tampoco pienso ganar nada escribiendo esta columna ?en respuesta a las acusaciones de un noctámbulo lector- pero creo estar en el derecho de puntualizarle algunas cosas al mentado individuo.

Y es que, me habían llamado muchas cosas, pero no hipócrita y demagogo en la misma frase. Lo primero es volver al diccionario de la Real Academia ?tras utilizarlo para abrir esta columna- y atender a la definición de la palabra Demagogo: Cabeza o caudillo de una facción popular. Sectario de la demagogia y/ o orador revolucionario que intenta ganar influencia mediante discursos que agiten a la plebe. Veamos, en principio no respondo ni a la primera ni a la tercera definición ?mi megalomanía, de tenerla, no llega a esos extremos-. En cuanto a la segunda, no pertenezco a ningún club, secta o partido que profese la demagogia como una meta a conseguir. De pertenecer a alguno no tendría ninguna relación con credos e ideologías.

Dejando el tema de la hipocresía para el final desgranaré algunas de sus acusaciones, a raíz de la columna que escribí, Propósitos de año nuevo, en la cual plasmaba en el papel algunos pensamientos nada más dar las campanadas del nuevo año.

La mencionada columna giraba alrededor del derroche que preside buena parte de nuestra administración autonómica ?sin hacer mención alguna al resto del estado español- y el gusto de algunos dirigentes por los “grandes palabros” los cuales no esconden nada en su interior. Y como ejemplos de derroches, sacaba a colación la tan cacareada bandera de la Plaza de la Feria de Las Palmas de Gran Canaria, y la televisión autonómica Canaria.

Como ya hiciera en su momento aporté el dato de la cantidad de libros y DVD que se podrían comprar con el coste de la mentada bandera y, añadí para la ocasión, cuántos estudiantes podrían formarse totalmente si la comunidad autónoma destinara el presupuesto de la televisión antes mencionada en dichas tareas.

El caso es que un lector, seguidor de dicha televisión ?dada su enconada defensa- me acusó de ser, además de demagogo e hipócrita, amigo de los sociatas y me emplazaba a que, con el presupuesto de la RTVE, podría pagarle el colegio a mis hijos, a mis amigos y permitirme algún que otro capricho.

Bien, no sé de dónde se saca la procedencia de mis amistades, pero no las suelo buscar por cuestiones ideológicas. Es más, he perdido a buenos amigos por causa de ideologías políticas. Dado que no tengo hijos, tampoco me podría beneficiar de todo el dinero que, a buen seguro, el lector pensará que estaría dispuesto a robar para pagar su educación.

Claro que, al no tener hijos y con tanto dinero a mano, el lector pensará que me lo gastaría en tiendas caras, comidas de lujo, y otros “caprichos”, tal y como hacen otros muchos.

Ignoro si los actuales gestores de RTVE, TV3, la televisión andaluza, y la gallega ?mencionadas por el lector- están pensando en meter mano en la caja para pagar la educación de sus hijos, pero no creo que figure en sus planes más inmediatos de capitalización familiar.

Además, ya que hablamos del resto de las autonómicas, ¿por qué olvidarnos del Canal9 balear, o de TeleEspe, antes conocida como TeleMadrid? Seguro que por allí también tienen vergüenzas que esconder. ¿O de la deuda que el ente público arrastra, desde el anterior consistorio y bien es cierto que el actual tampoco ha sabido paliar?

Lo que más me sorprende es que el mencionado lector considera normal, dado su silencio, el gasto en el inútil banderón que ahora duerme en un almacén del Cabildo de Gran Canaria, o de proyectos igualmente derrochadores, como el no menos cacareado tranvía de Santa Cruz de Tenerife, el cual, sin quitarle su valor, no respondía a muchas de las necesidades de una ciudad como la tinerfeña.

Además, en todo lo que argumentaba sobre lo bien que estaría que se velara por el mejor aprovechamiento de los recursos, tampoco añade nada al respecto. Pensará que los actuales gestores son un prodigio de gestión, algo que se da de bruces con la realidad que nos rodea.

Al final está claro que de lo que se trata de es de acusar a los demás de estar en un determinado bando, conmigo o en contra mía, como diría John Wayne, antes que en buscar una solución.

Y, además, como ataco en mis columnas a una de las joyas del actual gobierno de la comunidad, pues nada, soy amigo de quienes ganaron las elecciones, pero que, víctimas de un legítimo pacto entre perdedores, ahora ocupan los escaños de la oposición.

En lo que sí le doy la razón al lector es en el tema de la hipocresía. Y sí, me considero un hipócrita, sobre todo por una razón: por no haber sabido decir que no a determinados organismos y/o personas, las cuales ya habían demostrado su falta absoluta de profesionalidad en el pasado.

Fui hipócrita por, en vez de dejarles con sus vergüenzas al aire, ayudarles a llenar sus estadísticas de final de año para así poder convencer a los demás de sus capacidades.

Fui hipócrita por no mandar a callar a quienes se divertían criticando, a costa de mi trabajo y del de personas a las que aprecio, sin aportar nada a cambio.

Y fui hipócrita por no romper antes los lazos con determinadas mentalidades y/o personas, mientras trataba de encontrar una solución a un problema que solo existía en sus retorcidas cabezas.

Por ello le doy la razón. Sin embargo no le puedo dar la razón por su partidista y trufada apreciación de la realidad, la cual sólo beneficia a quienes les encanta aprovecharse de la situación para medrar.

No le puedo dar la razón, porque no ve cuál es la realidad de áreas como las que nombraba ?sanidad, cultura, educación, servicios sociales-, realidad que empieza a pasarle factura a nuestra sociedad. Si, encima, todo su planteamiento se basa en que mi único interés en criticar a la televisión autonómica Canaria estaba mediatizado por cuestiones de ideología, me parece una reducción al absurdo, demasiado peregrina.

Y no le puedo dar la razón, porque, al final, se frivoliza con el uso y abuso de los dineros públicos. Me sentaría igual de mal que una ideología de extrema izquierda derrochara 360.000 euros en una enseña. El mentado lector debería saber que hace tiempo que las personas ya no se mueven por cuestiones ideológicas. Todo eso forma parte del pasado.

No obstante, lo que peor me sentó fue la frivolidad con la que terminó, el mentado lector, su escrito, banalizando una problemática tan seria como la infancia y sus tremendos problemas en la Federación Rusa actual.

Dejando a un lado su ignorancia, al banalizar el tema, las cosas no están para decir tamaña barbaridad en unos países donde la infancia y la juventud tienen problemas muy serios. Quizás el lector ignore los miles de niños rusos que malviven en los orfanatos estatales, en condiciones muy por debajo de las exigencias mínimas requeridas.

Además, son miles los niños y jóvenes que viven en las cárceles de todo el país, muchos de los cuales nacieron dentro y nunca han salido al exterior. Por lo menos allí tienen un techo sobre sus cabezas.

No quiero que piensen que me olvido de los problemas que hay en nuestro país, pero no me parece de recibo justificar la frivolidad de un lector a causa de su manifiesta ignorancia ante una problemática como ésta.

Claro que, ahora, seguro que dirá que soy amigo lejano de Vladimir Putin o que mi familia estuvo detrás del robo del oro republicano español que acabó en Moscú. Todo con tal de que la realidad se adecue a sus necesidades. Así nos va.

Eduardo Serradilla Sanchis

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