El derecho al error
Estar en una situación con un alto índice de desempleo, con ajustes en rentas y administraciones con procedimientos de gestión mejorables genera un caldo de cultivo adecuado que, mal dirigido conduce a la histeria haciendo que se toman medidas impulsivas e irracionales pero que, bien orientado redirige comportamientos hacia la excelencia y la superación.
Tengamos en cuenta que, única y exclusivamente, no estamos ante el desafío de salvar la cuenta de resultados de algunas familias o empresas. Nos estamos jugando, como generación, el poder reducir la brecha existente entre las sociedades que menos tienen y más necesitan con el resto porque la pobreza relativa campa a sus anchas fomentando la exclusión social, que incluye la baja intensidad laboral y la carencia material de determinados bienes de un importante contingente de personas.
De acuerdo con los últimos datos disponibles, la mayor tasa de riesgo de pobreza corresponde a las personas sin empleo, independientemente del sexo, tanto en hombres como en mujeres. De hecho, en 2019, en España la tasa de pobreza de los hombres parados era del 49,7% y la de las mujeres del 44,5%. Si le incorporamos la variable empleo, el valor de la tasa de pobreza para los hombres ocupados para ese mismo ejercicio fue del 13,5% y para las mujeres del 11,8%. Por grupos de edad, en mujeres jóvenes tiene mayor incidencia, mientras que, según se cumplen años, el hombre toma el relevo.
Tengamos claro que los mercados por sí solos no podrán (ni querrán, si me apuran) solucionarlo absolutamente todo porque las motivaciones no son las mismas. Por ello será necesario desarrollar un sistema de garantías sociales que no se base única y exclusivamente en la existencia de una renta que más depende de las disponibilidades económicas de las instituciones que la conceden que de la satisfacción real de lo que se pretende abarcar. Dicho sistema debe ofrecer la cobertura necesaria para avalar el error como aprendizaje para cubrir la equivocación de creer que se está en disposición de alcanzar un objetivo propuesto que, por alguna razón, puede verse destrozado. Porque de nada vale que se valore más no salir del sistema por miedo al tiempo que se tarda en volver a entrar`, que las propias bondades que puede ofrecer.
En el marco de los Objetivos de Desarrollo sostenibles, poner fin a la pobreza en todas sus formas es el primero de los diecisiete objetivos. En la Agenda 2030, el número uno reconoce que acabar con la pobreza en todas sus formas y en todas partes, es el mayor desafío global al que se enfrenta el mundo en la actualidad y es un requisito indispensable para el propio desarrollo sostenible.
Pero más allá de la política simbólica en la que se basan los deseos, entendiendo que no estamos hablando de un riesgo sino de una realidad, asumiendo que la inactividad es la razón de mayor incremento de las cotas de riesgo de pobreza, hay que hacer un sesudo análisis de las rentas de compensación si estas no están alineadas con un proceso de inserción social, preferiblemente en el campo del empleo porque el incentivo no debe ser una finalidad, debe ser un medio.
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