Espacio de opinión de Canarias Ahora
Enanos y cabezudos
Todos se emulan entre sí. Aznar, Sarkozy y Paulino Rivero tienen muchas características comunes. Los tres son políticos que presiden o han presidido gobiernos y que cuentan con unas peculiaridades parecidas: son pequeños, cabezudos, cabezones (que no es lo mismo), antipáticos, aparentemente acomplejados, atormentados y resentidos, y muy madrugadores, pero no para trabajar, sino para trabajarse el cuerpo haciendo footing y jogging, levantando pesas y machacándose a abdominales.
Están preocupados en demasía por su propio cuerpo cuando en realidad tendrían que estarlo por la sociedad que dirigen, eso que Paulino llama la gente de forma simplista pero que él lo adorna con retales de fuegos artificiales para parecer más filosófico y culto.
Rivero es un maestro de escuela a mucha honra (mi abuelo materno lo fue) que sin embargo se cree Napoleón, una suerte de estadista del siglo XXI con connotaciones del XIX que cuando habla cree que todos debemos ponernos firmes, rendirle pleitesía y responder al unísono “sí, bwana”.
Resulta repulsiva la forma que tiene de dirigirse a los docentes canarios, compañeros suyos de oficio pero que él considera una especie de súbditos subordinados porque ya pasó a una escala superior, la de la política, que le hace creer que está por encima del bien y del mal.
A Paulino lo podemos ver también en su faceta populista ordeñando cabras, vestido con el traje típico canario caminando a Candelaria o Teror, demostrando que está físicamente como un toro, aunque intelectualmente más se asemeje a una vaca loca.
Los conflictos educativos no se clausuran por decreto. Es verdad que Rivero gana mucho más que un maestro siendo tan solo un maestro, pero es que los políticos pueden hacer algo que está vedado al resto de los mortales: subirse el sueldo unilateralmente sin contar con nadie. Esa es la trampa. Mientras sus antiguos compañeros de profesión y de clase viven de su sueldito y dependen de Paulino para incrementarlo, Rivero puede permitirse subirse el suyo sin contar para ello con los maestros. Esa es la gran diferencia.
Si Paulino Rivero hubiese estudiado magisterio por vocación, habría seguido en el aula con la pizarra y la tiza. Pero no debió ser vocacional porque desde que empezó en esto de la política en las primeras elecciones de la democracia, en su pueblo de El Sauzal, ya no ha querido abandonar el machito de la poltrona ni saber más de la docencia y si me apuran de la decencia tampoco.
El martes, como un hooligan partidista y sectario, celebraba en una entrevista radiofónica que su televisión le había ganado a la estatal en la transmisión de la romería del Pino. Menudo batacazo: le ganamos a Televisión Española, dijo por su boca cambada, y se quedó tan pancho. Su subconsciente lo delató y traicionó: el presidente de la UTE autonómica piensa que la tele, la nuestra, es sólo suya.
Como pancho se quedó al repetir que el ministro de Trabajo pensaba como él en la contratación de extranjeros porque provenía, como él también, de una alcaldía. Muy tierno todo si no fuera porque Celestino Corbacho ya había rectificado cuatro días antes desmarcándose totalmente de las tesis paulinas.
Al presidente sólo le faltó sacar el pañuelo y sonarse los mocos. O utilizarlo para despedirse, desde una ventanilla del tren de Tenerife, de sus antiguos compañeros de tiza y recordarles que él fue más listo al elegir ser presidente del Gobierno antes que seguir en las aulas llenas aguantando a chiquillos pendencieros, incordios y rijosos.
Cuando sea mayor quiero ser como Paulino. Yo creo que ha prescindido de sus gafas porque las lentes le recuerdan demasiado a su pasado de maestro de escuela. A mucha honra, aunque para él parezca una deshonra. La prueba más evidente de que no piensa volver a la escuela es que se niega subir el sueldo a los maestros. Si lo hiciera él sería uno de los beneficiados cuando volviera a la docencia. Pero en la moqueta del poder se está mejor. Vivan los esquiroles.
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