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¿Invasión o turismo?

Eustaquio Villalba

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Este el lema elegido para el congreso de turismo que se va a celebrar el próximo mes de enero en la Laguna auspiciado por la viceconsejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias. Dirigen y organizan este congreso el Prof. Dr. Juan Manuel Palerm Salazar, Director del Observatorio del Paisaje de Canarias, Catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria; y la Dra. Arq. Rocío Narbona, Investigadora del Grupo de Investigación Arquitectura y Paisaje ULPGC. En nuestra opinión, el lema bajo el que se organiza indica que el Observatorio del Paisaje de Canarias (Es cierto, existe desde hace años tal organismo y con su presupuesto) cree que una invasión puede ser una actividad turística. Pues no, el turismo puede ser una actividad económica que tenga, como otras, efectos negativos, pero hacerla sinónimo de invasión no parece que sea adecuado ni oportuno ni económicamente pertinente en una región que lo tiene como principal actividad económica.

Los problemas que genera el turismo tienen que ver, en primer lugar, con las políticas del sector, en segundo lugar con las condiciones del mercado emisor y con las que ofrece la oferta. En el caso de Canarias está claro que sus principales activos son su clima, cercanía a los mercados emisores y su patrimonio natural y cultural. Pero también tiene serias limitaciones que inciden en la actividad turística: su limitada superficie, acompañada de una gran biodiversidad, y una gran densidad de población, especialmente en las dos islas centrales. Esa es realidad es que debe servir de guía a las acciones del gobierno canario para conseguir que esta actividad económica aporte una parte sustancial de la riqueza regional y, al mismo tiempo, consiga minimizar sus efectos negativos. Lo primero que debe tener en cuenta los responsables públicas es que el número de turistas tiene un límite porque el espacio no crece en función de la demanda. Pero la realidad es bien otra, el Gobierno mide el éxito en función del crecimiento de visitantes, el mismo modelo de se utilizaba en época de ministro de Información y Turismo, el ex ministro del dictador Franco Manuel Fraga. El resultado de esta política turística es el colapso de los sistemas viarios, la degradación de nuestro territorio y la merma de la biodiversidad de las islas. Una política que ha convertido en parques temáticos los espacios protegidos y que, además, ha propiciado la transformación de nuestros paisajes en función de los intereses empresariales. Eso es algo que salta a la vista en la destrucción del litoral y en urbanismo depredador como se observa en las zonas que acogen a los visitantes.

Nunca se han preocupado en saber cuál es la capacidad de carga que tienen las islas, el lema ha sido, y es, cuantos más mejor, no hay límites para los responsables de las instituciones. Canarias ya supera los 12 millones de visitantes de los cuales más de la mitad corresponde a Tenerife y es en esta isla donde se ven claramente las consecuencias de este modelo turístico desde la cumbre hasta la arena. El parque nacional del Teide está colapsado y la razón es bien sencilla y fácil de comprender porque es el resultado de sus más de cuatro millones de visitantes (Superamos a Yellowstone, primer parque nacional del mundo) que acceden mayoritariamente en vehículos privados y que tienen que utilizar los márgenes de las carreteras para aparcar. Pero la única preocupación del cabildo de la isla, responsable de su gestión, es buscar la manera de maximizar los ingresos, no la conservación de sus valores naturales. El accidente del teleférico dejó en evidencia que el cabildo, accionista mayoritario, permite que suban mucha más gente que la recomendada por el Patronato para evitar el deterioro de la cima del Teide. La costa de la isla ha visto como las construcciones ilegales en el dominio público no han hecho sino crecer amparadas en la vista gorda de las autoridades y el silencio del Observatorio del Paisaje. Anaga es otro ejemplo de espacio protegido y convertido en parque lúdico, en cancha de deportes de riesgo, a costa de su conservación y en perjuicio de sus habitantes. De tal manera, que se da la paradoja de cuanto más visitantes, más vecinos abandonan sus tierras y con ello van desapareciendo los paisajes tradicionales del macizo.

Por sus dimensiones y profundidad, los hoyos de Güímar demuestran lo poco que le interesa a nuestros gobernantes el paisaje, la biodiversidad y la calidad de vida de sus habitantes. Décadas de silencio, de mirar para otro lado, hizo posible que las extracciones de áridos siguieran adelante a pesar de las denuncias de vecinos, científicos y asociaciones conservacionistas, tuvo que ser la justicia la que paralizara este disparate ambiental.

La opción de la carretera y el vehículo privado ha dado lugar a un cambio sustancial del paisaje y ha abocado la movilidad al colapso y como única solución solo se les ocurre a nuestras autoridades construir más carreteras y proponer algo que ocasiona un fuerte impacto paisajístico para no solucionar nada y empeorarlo todo: los trenes. Si a esto se le suma la los nuevos puertos, especialmente el de Granadilla, las nuevas urbanizaciones turísticas y residenciales, se comprende los evidente: se ha sobrepasado los límites, hemos masificado el territorio, alterado irreversiblemente nuestros paisajes y empeorado la calidad de vida de los residentes. Eso sí, los beneficios de unos pocos han aumentado exponencialmente, incluidos los muchos que viven de sustanciosos sueldos de organismos y empresas públicas creados ad hoc.

En los últimos años se han producidos cambios, prácticamente irreversibles, del paisaje vegetal de las islas. Es verdad que ya no se producen talas en nuestros bosques, como las que dieron lugar al nacimiento de Atan al principio de la década de los setenta del pasado siglo, pero la falta de control en la entrada de especies exóticas ha propiciado que algunas de estas especies se conviertan en invasoras desplazando la flora (y por tanto la fauna asociada) propia de las islas. El caso más llamativo es el ocasionado por la especie denominada “rabo de gato”, una gramínea que esta colonizando las zonas bajas de las islas. Entró como planta ornamental, y por la desidia de nuestras autoridades y la ceguera de los observatorios gubernamentales, en la actualidad es la planta que configura zonas que antaño eran emblemática por su biodiversidad. Es el caso del Andén Verde en Gran Canaria o amplias zonas de toda la costa de Tenerife.

Un turismo sostenible es aquel que parte de la premisa de aceptar los límites que nos impone la naturaleza, y ésta no funciona al dictado de la ley de la oferta y la demanda. Es un tipo de turismo incompatible con los hoteles de cinco estrellas rodeados de un medio ambiente de una, y bajando. En Canarias por ahora tenemos un clima y un patrimonio natural que nos hubiese podido convertir en el caviar de la oferta turística, pero lo han vendido como si fuera la de perros calientes y, mientras tanto, invertimos dinero público en jornadas y en muchas palabrerías sobre el turismo sostenible.

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