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La Justicia y el sombrero

Carlos Juma / Carlos Juma

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La moral concierne al fuero interno o al respeto humano; es lo relativo a las acciones de las personas o sus caracteres desde el punto de vista de la bondad o de la malicia (RAE). La ética es el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana y no está sujeta al ordenamiento jurídico. La deontología es la ciencia o tratado de los deberes que está custodiado por los Colegios profesionales.

Hay asuntos ética y deontológicamente reprobables por más que a ellos no llegue la legalidad vigente. Pero no es esto lo que acontece en nuestra sociedad porque cualquier acción contra un colegiado que deba ser estudiado con rigor al amparo de las normas deontológicas, concluye casi siempre en el archivo libre y sobreseimiento de las actuaciones.

Los colegiados sin escrúpulos caminan por el filo de la navaja. Se amparan en los favores debidos, en los antecedentes de raigambre familiar o sencillamente en el miedo que despiertan por su notoria conducta majadera y torticera.

El silencio de la sociedad unas veces, la sordera de los llamados a la observancia del bien público, e incluso más, los que debiendo impartir justicia se colocan en la línea quebrada de la interpretación sesgada de la conveniencia, hacen posible que los sujetos de conducta delictuosa, etiquetados moral y éticamente como faltos de integridad, consigan aplausos para sus golferías. En las esquinas quedan la moral, la ética y la deontología lamiéndose las heridas.

No me gusta la palabra mafia pero su existencia es innegable, el pago de favores, la contraprestación de dictámenes, el arreglo fuera de los cauces de la justicia, es exactamente lo mismo que tener un cadáver ensangrentado en el suelo, el asesino con el cuchillo en las manos, y al amparo del corporativismo, concluir que el delincuente no puede ser condenado por un defecto de forma en la denuncia o porque el delito prescribió. Pero el delito existió, exclamó aquél. ¡Cosas veredes Mio Cid!.

Señor Juan Carlos I, Rey: La Justicia no es igual para todos ni todos somos iguales ante la Ley.

La relevancia social del imputado, sea quién sea, si lo está por actos ligados al ejercicio de su profesión, indigno de ejercerla, llama al corporativismo de manera inmediata y éste le responde tapándose la nariz y llenando los estercoleros de la sociedad de conductas de nula catadura moral en su sentido más estricto. Ya sabemos de los maestros de las frases publicitadas: “dejemos correr el tiempo, ya se olvidarán del asunto”.

Callar es tan grave como delinquir, la complicidad lleva a la injusticia.

Otros profesionales, especialmente de la medicina, con abundantes nexos de causalidad en sus conductas presuntamente negligentes gozan de la impunidad de sus actos con resultados de agravamientos de enfermedades y de muerte.

Y esto no puede ser estudiado por un grupo de gaviotas, ni es admisible que el colegiado que comete actos delictuosos quede expedientado por otras tantas gaviotas, es decir, todo queda en un simple graznido. Y de la Ley y su capacidad de penalizar, ¿qué hay?.

En esto sabemos de la pobre valía de los Colegios Profesionales, dicho de otra manera, de su Corporativismo. “Hoy por ti, mañana por mí”. “Perro no come carne de perro”.

Por cierto, ¿veremos un colegio profesional de políticos?. ¿No han hecho de la política su profesión?.

Derecho y Medicina son licenciaturas que por su especial relevancia social han quedado enmarcadas en la obligatoriedad de la colegiación para su ejercicio profesional. Y debemos suponer que estos colegios están para garantizar la actuación de los colegiados acorde con las normas deontológicas. Es sólo una suposición, desde luego.

Todos somos hijos del error, pero de ahí a la soberbia, al desprecio, a la negativa a escuchar y a la conducta maliciosa, negligente, dolosa y fraudulenta, al desprecio de la pobreza mental, al enriquecimiento ilícito y al corporativismo que lo ampara, dista un abismo.

Los ladrones se cubren la cara para cometer sus inicuos actos. Y hay quienes con la cara descubierta se tapan la cabeza con un sombrero para evitar el hedor de sus repugnantes actos profesionales. Tienen adquiridas las ventajas del escapismo y son auténticos camaleones. Ciertamente la verdad dura un instante más y la paciencia todo lo alcanza.

No está en mi ánimo ni es mi profesión, impartir justicia ni sobrevolar el bien y el mal, pero ello no obsta para buscar y amar la Justicia, defender a los pobres mentales, a los dolientes, a las víctimas del corporativismo de abogados y de médicos,- por señalar las profesiones colegiadas socialmente más relevantes-, para levantar la voz y la pluma, y poner al descubierto la parte de verdad que conozco. Las máscaras tienen su tiempo en carnavales pero no todo el tiempo es carnaval.

Mientras haya medios de comunicación social y un periodismo valiente y de raza podremos tener la garantía de una sociedad sin mascarillas ni sombreros. Y la Justicia, - que está llamada a la independencia-, no debe olvidar el deber de tutela efectiva de los ciudadanos.

Carlos Juma

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