El radicalismo de los hunos (con hache) y lo reaccionario de los hutus (también con hache) impide un debate sosegado y reflexivo para satisfacer a los descendientes (y algunos testigos que todavía quedan) de lo que fue el periodo más ominoso de la Historia de España, si atendemos al número de muertos y a la crueldad de las atrocidades que se cometieron. El golpe de Estado del general Franco contra la legalidad constitucional y jurídica republicana y la represión inhumana que posteriormente se produjo en ambos bandos es ya muy difícil de olvidar para las generaciones futuras que, como la mía, sólo se asomaron a ella en los libros de historia o con los testimonios de los protagonistas. El silencio de nuestros padres, a los que la contienda sorprendió de niños, y la mirada huidiza de nuestros abuelos no aclaraba mucho más. La guerra la ganaron los “azules” porque vencieron a los “rojos”, pero en realidad la perdió España con ese millón de cadáveres y otros tantos exiliados, lo más granado de nuestra cultura, ciencia y arte.Pese a los esfuerzos de los socialistas por aprobar una ley que al menos declare la ilegitimidad de los juicios franquistas -y también los de las milicias anarquistas y de ultraizquierda-, las cerrazones se acumulan. Nuestra pasión necrófaga tan conocida provoca que algunos familiares deseen exhumar los restos de aquellos que perdieron para poder honrar su memoria (los descendientes de Federico García Lorca, por fortuna, no participan de ello), quizás porque aquí carecemos de esos monumentos al soldado desconocido que abundan por Europa tras las dos guerras mundiales. También resulta insolente la apología pública del fraticidio que suponen monumentos (Valle de los Caídos), calle sy plazas (Franco, Queipo de Llano, Mola, José Antonio...) y me temo que esa perenne incapacidad española por ponerse de acuerdo en asuntos de Estado va a hacer imposible la aprobación de esta ley.Los “conservaduros”, que diría Julio Caro Baroja (muy diferentes a los conservadores) y los nacionalismos vasco, catalán y gallego, por mucho que exhiban sus justas razones, no tienen en cuenta los versos de Valente. Pero en esa discordancia tamizada ya por las décadas transcurridas, he echado en falta las voces políticas canarias, nacionalistas o no, pues en esto si que ha existido unanimidad entre nuestros representantes al Congreso y al Senado. Ocurre que en las islas no hubo guerra civil (aquí nació la asonada del 36): sólo se produjo represión pura y dura de una facción sobre otra.Fue el director canario David Baute en su serie La Memoria Silenciada que emitió recientemente la televisión autonómica canaria, aunque se contrató en los tiempos en que la dirigía Francisco Moreno, la única que repasó estos acontecimientos tan dramáticos. Los siete documentales, cuyo visionado me estremeció, se referían a los salones (prisión) de Fyffes, en Tenerife; los Alzados en la isla de El Hierro; el Fogueo en La Gomera; la Semana Roja en La Palma; la guerra y posguerra en Lanzarote; el campo de concentración de Tefía en Fuerteventura, y los sucesos de Sardina del Norte en Gran Canaria, durante la lucha antifranquista. Los Cuadernos de Contabilidad de Manolo Millares, de su descendiente Juan Millares, repasa también en parte lo que se vivió en esta familia de ilustrados y artistas que a pesar de su bienestar económica y alta posición social, simpatizaban con la izquierda y los comunistas y por ello fueron desposeídos de todo lo que tenían, ante el aterrado silencio y la vidriosa mirada de muchos testigos. Si algún día esa rara coincidencia entre PSOE, PP, CC y NC para enmudecer annte esta ley se diera en toda España entre izquierdas, derechas y nacionalistas para aprobar una legislación de mínimos que a todos al menos no molestase, habríamos exhumado parte de nuestros fantasmas. Bastaría con mirar a las víctimas, de uno y otro lado, antes que a las ideologías, de ambos lados también. Federico Utrera