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Microalgas y microclavijo

Rafael González Morera

Estoy en Las Canteras con mis nietos, y los nietos de unos amigos, toda una prole, y nos encaminamos hacia la Peña de la Vieja con unas tablas que en mi caso sirve para agarrarme, no crean que a mis años estoy en el club de surf “Mojo” de la Cícer cebando olas, surfeando y tal, y de repente una señora empieza a chillar: “¡Cuidado, hay microalgas, hay microalgas”. No les cuento la que se armó, y lo que tardé en llegar a la orilla con mis nietos y otros seis o siete niños más, que asustados corrieron a refugiarse en las sombrillas con sus madres, mientras los amigos vigilábamos la orilla, hasta que el más guasón se tomó la imagen un poco de cachondeo: “¡Coño, esto se parece a la película Tiburón!”. Y otro amigo playero, que es bastante moderado, va y comenta que “las declaraciones del consejero de Sanidad, José Manuel Baltar, ahora que ha mentado Pepe la película Tiburón, me recuerda al alcalde de un pueblo playero que se peleaba con el vigilante medioambiental de la playa para que no dijera nada de los tiburones porque podía perjudicar al turismo”. Cierto es que hay algún parecido, porque Baltar afirma rotundamente que no hay nada en absoluto que temer, que no hagan casos a los bulos y las maledicencias, ni a las opiniones de los periodistas, ni a las notas que aparecen en las redes sociales, y ha pedido cautela a las autoridades, agentes sociales y a la población en general.

Juan, que anda dudando si darse otro baño o irse a la sombrilla a jugar al clavo, se sale por peteneras y cita a la bomba nuclear de EEUU que cayó en Palomares en 1966, y Manuel Fraga lo primero que hizo fue bañarse en la playa, y lo segundo pedirle a los periodistas “¡coño, que la calle es mía, y los pongo a todos derechos y en comisaría!, que no escriban sobre tan desgraciado suceso que los turistas que empiezan a venir a España pueden irse a ver el mausoleo de Lenin a Moscú, y eso no lo aguantaría Franco, y tal”. Con tantas recomendaciones, no digan esto, no digan lo otro, que se puede perjudicar al turismo, más que Consejero de Sanidad, podría asumir la de Turismo, y por ejemplo haber acompañado al presidente Clavijo a Estados Unidos, a ver si convence a Trump que se pase un mes en Maspalomas y deje tranquilo al norcoreano ese que está dispuesto a meterle un pepinazo en el trasero, y se puede armas la de Dios, Alá y Jehová.

Enrique, que es un anti chicharrero profesional y cada vez que puede le saca los ojos a Clavijo y al Tenerifito, menos a La Laguna a la cual le tiene querencia por sus años en la Universidad de allá, se descuelga con las microalgas que han aparecido en Radazul, y con muy mala uva nos cuenta que “tengo un amigo lagunero que no va a Radazul, sino a Bajamar, y le alabo el gusto porque me gusta más Bajamar qué Radazul, pero este amigo lagunero tiene a otro amigo por aquella costa chicharrera, y le contó que a su mujer, su suegra, su suegro, un tío, y los cuatro hijos, le entraron tal tembleque con las manchas de microalgas que se mandaron a mudar para Las Teresitas, pero allí en vez de mirar para el mar vigilaban la arena, no sea que apareciese un alacrán del Sahara, y tal”. Y Quique apostilla: “Vamos a ver si hablamos de microcebas y dejamos lo de microalgas para los de Cádiz para arriba”. De momento la cosa no es para hablar de peligros, tales y cuales, ni para echarse a la bartola o al baltar, que ya los técnicos dicen que “Canarias tendrá que acostumbrarse a las microalgas que cada vez serán más frecuentes”. Por ahora los directores generales de Salud Pública, José Juan Alemán, y de Protección de la Naturaleza, Jesús María de Armas, han dicho que no hay que relacionar la presencia de estas manchas con los vertidos, ni mucho menos con los casos de Hepatitis A. Pero de momento la quisicosa ha llegado a la costa de Mogán, y la alcaldesa Onalia Bueno, que ya recordarán mis sufridos lectores estuvo presuntamente implicada en la compra de votos en 2015 a través del empresario Luis Oller, entre otros, no está dispuesta en este caso a comprarle las microalgas ni a Baltar ni a Clavijo. ¡Faltaría más!. Me releo el excelente artículo de Meri Pita a cuenta de las dichosas microalgas, y lo primero que hago es colgarlo en FB para darle más publicidad y tal, se lo merece.

Como la conversación en la orilla de la playa se distrae con la atención puesta a ver si aparece un tiburón, perdón, una microceba, Pepe, Quique y un servidor decidimos irnos a la Avenida para tomar un piscolabis, más pisco que labis, y cuando estamos tan tranquilos charlando aparece nuestra inefable amiga, la vecina del quinto. “A ver, un gin fizz, y si no sabe lo que es, se lo explico”, le dice a la camarera un tanto despótica y malcriada. Y la camarera con buen talante y demostrando que ha estado en la Escuela de Hostelería de Melenara, le contesta: “Le puedo poner ginebra, zumo de limón, sirope o azúcar, como no tengo soda si prefiere tónica o algún otro refresco, o también le puedo hacer un manhattan cooler, que es cambiando la ginebra por whisky”.

Desviando el diálogo con la camarera, que se veía perdida y hasta ridiculizada, va y se suelta por peteneras: “A ver si empiezan a decir la verdad, y no baltarean. Las dichosas microcebas han sido vistas en las costas de Mogán en Gran Canaria, en El Rosario, Güimar, Radazul, y otras zonas de Tenerife, y en distintas playas o costas de La Golmera, La Palma y el Hierro. Y para hablar con propiedad de aquí en adelante, ni microalgas ni microcebas, son las Trichodesmium erythraeum, a ver Morera si lo escribe bien en su artículo. Y déjense ya de estar mirando para la orilla de Las Canteras, que parecen están vigilando a ver si vienen tiburones, lo que deben hablar es de ”microclavijo“, que no sé qué coño hace viajando a El Libano, a Estados Unidos, cuando debería estar con todo su gobierno con bolsas de basura en las orillas recogiendo las dichosas Trichodesmium erythraeum. Nada, que el ”microclavijo“ no se entera, tanto viaje a El Libano, como si fuera un general del Ejército, o a Estados Unidos, que se parece a José Manuel Soria, a ver si va a terminar en Panamá o en las islas Caimán”. Pidió otro gin tonic, y todos nos fuimos a la playa a cuidar a los nietos, no fuera que llegara a la orilla un tiburón, perdón, una microceba, o un “microclavijo”.

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