Espacio de opinión de Canarias Ahora
¡Ojo con las langostas!
Si, en algún momento, cualquiera pudiera albergar dudas sobre la pertenencia de nuestro archipiélago al bloque geográfico y medioambiental africano, le bastaría con mirar a nuestro cielo para asumir la realidad de la innegable africanidad de nuestro territorio. La calima que tinta nuestra atmósfera de arena, el siroco que se cuela hasta en expresiones de nuestro lenguaje y la presencia ocasional de las langostas, esa plaga tan nociva y temida por los agricultores, nos recuerdan que, geográficamente, las islas se sitúan en un punto de la costa occidental africana más próximo a Dakar, Nuadibú o Casablanca que a Sevilla.
Convivimos habitualmente con la calima y con el viento que nos trae fragmentos del continente africano en volandas, superando la barrera del mar, pero afortunadamente, las langostas nos visitan solo de forma ocasional. Tengo la edad suficiente para recordar, en calidad de testigo, que Canarias sufrió una de las mayores plagas de este insecto a mediados del siglo pasado. Para ser más exactos, en 1958. Yo tenía unos 13 o 14 años y recuerdo cómo arrasaron la huerta de Mateo, el agricultor, en la que yo jugaba. Fue algo que no he olvidado nunca. En La Laguna, donde he vivido siempre, recuerdo que teníamos que caminar por la calle con los brazos tapándonos la cara, porque era incesante el golpeo de centenares, de miles de langostas, por el aire y por el suelo.
Guardo perfectamente en la memoria esa imagen y ese sonido tan característicos, recuerdo a los agricultores haciendo hogueras y hasta avionetas fumigando los campos con insecticida. Y eso que hablamos de 1958, pero no quedan tan lejos otros episodios por los que el Gobierno de Canarias tuvo que declarar la situación de máxima alerta en el Archipiélago por la llegada de langostas procedentes de África (sucedió en diciembre de 1988 y noviembre del 2004, en este último caso con incidencia en Lanzarote). Por suerte, ninguno de esos episodios alcanzó la dimensión del de 1958.
Les cuento esto porque, en estos momentos, en el este del continente africano se está viviendo, desde hace varios meses, un episodio de plaga de langostas de una virulencia inaudita y tamaño descomunal. En la actualidad, están formándose enjambres de hasta 150 millones de insectos por kilómetro cuadrado y se habla de que, en Kenia, se han llegado a avistar nubes de langostas que pueden cubrir hasta 2.400 kilómetros cuadrados.
En un momento en que la pandemia se ha colado en nuestra vida, las personas de todo el mundo sufren una situación de vulnerabilida y el coronavirus ha fragilizado a sociedades y hogares, la noticia de esa plaga de la noticias debe preocuparnos. Su mera existencia pone en peligro las cosechas y la seguridad alimentaria en decenas de países, en un momento en el que la crisis de la Covid-19 supone un grave hándicap para el control de la plaga.
La invasión de langostas ha puesto en riesgo los recursos alimentarios de casi tres millones de personas solo en Somalia, donde el sector agrícola sigue siendo la columna vertebral de la economía y representa alrededor del 75% de su PIB. El director del Banco Mundial para Somalia, Felipe Jaramillo, ha declarado que las langostas agravan la crisis humanitaria que ya existía en ese país, reduciendo el acceso a alimentos, disminuyendo los ingresos de las familias y provocando o exacerbando los conflictos por los recursos, además de forzar a las personas a la migración. Somalia ha soportado 14 sequías desde la segunda mitad del siglo pasado y, hoy en día, casi el 70% de los somalíes vive por debajo del umbral de la pobreza. Gente empobrecida, desempleada, enferma y hambrienta carecerá de la capacidad para enfrentarse a este nuevo desafío y eso es una tragedia que, como seres humanos, debe interpelarnos.
En febrero de este año, la FAO describió los enjambres de langostas en África oriental como los más grandes que la región ha visto en los últimos 70 años. Hace apenas unos días, a pesar de pesticidas y otros medios de control, las langostas se habían reproducido y una nueva ola de ejemplares jóvenes se echaba a volar aprovechando el monzón y los vientos. Debido al crecimiento exponencial de los enjambres por su rápida reproducción, su tamaño actual ya es hasta 20 veces el que tenía la plaga en febrero. Los expertos dicen que llegarán a la madurez con el inicio de la siembra en África oriental. La situación es, por tanto, especialmente preocupante en el Cuerno de África y más específicamente en Kenia, Etiopía, Somalia y Sudán.
Por ello, este próximo jueves 16 de julio, en Casa África, celebraremos un encuentro online con la directora del Programa Mundial de Alimentos para África del Sur, la canaria Lola Castro, que está liderando la respuesta a la hambruna que las langostas están agravando en la región. Ella nos contará cómo se lucha en África contra las langostas, y además, cómo logran hacerlo en una época tan extraña de fronteras cerradas por el coronavirus. Con Castro estará también la responsable de operaciones de Médicos Sin Fronteras en el Sahel, Mari Carmen Vinyoles, que nos contará como el coronavirus ha interferido en las grandes crisis alimentarias y humanitarias ya previamente existentes en esta región tan próxima a Canarias.
Asusta la información que difunden los medios. Las langostas pueden desplazarse entre uno y dos centenares de kilómetros al día y son capaces de devorar, en apenas 24 horas, cosechas que podrían alimentar a 35.000 personas. Si les acompañan las condiciones ambientales, como ha sucedido hasta ahora, esquilmarán el este africano antes de, quizás, desplazarse en las corrientes de viento hacia el oeste. Los expertos opinan que podrían aterrizar en territorio senegalés o mauritano este mismo mes de julio. Y nosotros, los canarios, estamos justo a la orilla de esa realidad, a un tiro de piedra de Dakar o Nuadibú y expuestos, igual que sucede con el coronavirus, a esta desgracia.
Ya he dicho en muchas ocasiones que el presente y futuro africanos nos conciernen. La plaga de langostas, también. Lo que suceda con ella y con la Covid-19 debería servirnos de lección a todos y recordarnos que vivimos en un mundo globalizado, donde las amenazas se sufren y solucionan en comunidad, las fronteras físicas no detienen a virus ni insectos y el cambio climático y la mundialización nos sitúan a todos en el mismo plano. Deberíamos ser conscientes de que sólo una acción concertada y solidaria de la comunidad mundial puede salvarnos a todos de estos peligros. Una vez más, reivindico la necesidad de siempre mirar hacia África, solidarizarnos con ella y ofrecer nuestros recursos para salir, juntos, de los atolladeros que nos pone la historia en el camino.
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