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Profetas del medio ambiente

José Francisco Fernández Belda / José Fco. Fernández Belda

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Por todos los rincones se oye hablar del deterioro medioambiental, de cómo el planeta no sobrevivirá si las cosas siguen así o del precio a que se pondrá la tonelada del manido CO2 en los mercados internacionales. Es un asunto de moda sobre el que cualquier insensato parece ser doctor especialista. Espero que al menos me permitan pasar las Fiestas Navideñas tranquilo y añorando, alejado de esas sesudas reflexiones y que hasta pueda dejar de sentir por unos días la mala conciencia y el remordimiento que invade el alma cuando uno se equivoca al usar las distintas bolsas de colorines que separan en casa los distintos tipos la basura doméstica. Todo muy ecológicamente correcto en origen aunque, al final y en el destino, todas las dichosas bolsas acaben en el mismo vertedero, juntas y bien revueltas.

Después de Reyes, hasta entonces paz a los hombres -y mujeres- de buena voluntad, volverán los políticos a hablar y prometer, con mayor o menor fundamento, de todo aquello que a la gente le gustaría oír, sobre todo cuando toque a cada partido arrimar al ascua su propia sardina. Eso sí, no olvidarán en tiempos de campaña y como recomiendan los ecólogos, que no sean bichos pezqueñines y tengan el tamaño adecuado para no “desardinar” los mares y que los humanos llevemos el Apocalipsis al reino de Neptuno, donde todos sus habitantes viven felices y contentos, “privados” como se dice por Canarias, zampándose unos a otros. El pez grande se come al chico, como también pasa en tierra firme, donde se han logrado criar especies tan peligrosas, depredadoras y sin mesura como los tiburones financieros.

Cada época tiene sus propios fantasmas, sus ídolos -aunque sean de barro- y sus profetas. Algunos, como en los últimos meses Al Gore o Clinton, hacen cierto el refrán de no serlo en su tierra y vienen a estas tierras, donde encima les pagan por fotografiarse en su compañía. Por fortuna para esos profetas siempre habrá gentes dispuestas a escucharlos y seguirlos, aunque muchos aspectos fundamentales de sus pintorescas teorías acaben demostrándose, más pronto que tarde, que no tenían el más mínimo fundamento científico. Por ejemplo, ¿quién quiere hoy recordar las predicciones -absolutamente fallidas- del Club de Roma en el año 1968 cuando anunciaba que la especie humana desaparecería de este planeta por efectos de la sobrepoblación, cuyo límite calculaba en dos o tres mil millones de seres humanos conviviendo en la nave Tierra, creo recordar?

Algunos fuimos insultados, vejados y hasta acusados de ser agentes del capitalismo explotador de los pueblos oprimidos, (imputación al parecer casi tan grave como ser un político elegido por el PP o ser compañero de viaje de ATI), por creer que el célebre “efecto 2000” sólo era un gran negocio, tal vez debería atreverme a decir una gran estafa, que ciertos avezados expertos en repartos de fondos públicos querían explotar. En éste caso, muchos políticos concedían graciosamente sustanciosas subvenciones, financiaban la edición de CDs cuyo contenido era una recopilación de vaguedades cuando no un simple “cortar y pegar”, porque no se atrevían a enfrentarse a esos auténticos terroristas intelectuales que pretendían lucrarse con muestro miedo y nuestra ignorancia.

Esos cargos públicos temían que si pasaba algo, aunque fuese la caída de un meteorito, algún milenarista les acusara de imprevisión temeraria y quisiera crear una comisión parlamentaria para exigir responsabilidades políticas, de esas que son vaporosas o etéreas, bien distintas de las reales y científicas. ¿Se pararon los semáforos, acaso los microondas dejaron de funcionar, el tráfico aéreo se colapsó, o así sucesivamente? ¿Conocen a alguien que tuviera en aquel cambio de milenio un problema real, más allá de alguna anécdota posiblemente simpática y más relacionada con el horóscopo? Lo más probable es que no, salvo que estén dispuestos a creerse las leyendas urbanas que, como siempre, le ha contado un amigo que le sucedió al primo de un amigo de ese amigo. ¿No será usted, y perdóneme amigo lector, de los que tienen un cactus junto a la pantalla para absorber las radiaciones empeñadas en freírle el cerebro como si tuviera una antena de móviles en la azotea de enfrente?

José Fco. Fernández Belda

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