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El racismo y la estupidez

Juan García Luján / Juan García Luján

Las palabras de Paulino Rivero relacionando inmigración con violencia machista encajan perfectamente en los discursos que pretende evitar esa propuesta de código ético que pide que no se criminalice a los foráneos, que no se vincule a los extranjeros con los delitos. Hay que reconocer la capacidad de nuestro Mencey para saltarse más de la mitad de los puntos que se recogen en ese texto. Si la consejera Inés Rojas se ha leído esa propuesta, algo que dudo mucho, debería llamar la atención a su presidente para que el gobierno predique con el ejemplo y respete los códigos que difunde en su página web.

Habla el decálogo de rechazar las generalidades y la simplificación sobre las personas inmigrantes. Dice que los residentes extranjeros son tan poco homogéneos como los autóctonos. Considera que es necesario intentar evitar relacionar el carácter negativo de una información con los grupos étnicos, religiosos o culturales.¿Se imaginan que se diera la terrible circunstancia de que en este año cuatro hombres del Sauzal mataran a sus parejas o exparejas, que esos cuatro hombres residieran en diferentes islas?¿Qué diría Rivero si le piden un balance al finalizar el año, se plantearía que el problema está en esos vecinos que procedían de El Sauzal?

Podríamos recordar que esto de señalar al de afuera está más que inventado y funcionó para el ascenso político de los personajes más funestos de la historia europea y universal. Podríamos decir incluso que el invento sigue funcionando en países como Francia donde en las elecciones cantonales de este domingo el Frente Nacional de la hija de Le Pen se convierte en la tercera política tras emplear un discurso xenófobo, facilón y simplista (y perdón por la redundancia). La ocurrencia de nuestro presidente en una charla en el colegio de abogados, la vinculación que hizo entre inmigración y violencia machista, y su matización posterior este domingo donde reivindicó que él es dueño de sus palabras y no de las interpretaciones hechas por otros y nos disertó sobre las costumbres en otras culturas nos podría dar para escribir mucho...

Pero no hablemos de lo de afuera. Tampoco hablemos del padre del nacionalismo canario, Segundino Delgado, que tuvo que emigrar, que se acogió a otra nacionalidad y pudo defender sus ideas en países que acogieron a otros emigrantes canarios. No recordemos tampoco a los nacionalistas canarios que se tuvieron que exiliar durante el franquismo y durante el gobierno de UCD. Ni siquiera nombremos la inacción del gobierno de Paulino Rivero materia de integración de inmigrantes, el Plan Canario de Inmigración paralizado desde 2004, no recordemos que se sigue sin crear el Observatorio canario de inmigración que se propuso en el plan de 2002, no nombremos el recorte histórico de los presupuestos del Instituto canario de Igualdad (al que se le suprimió el nombre de Mujer), o la promesa incumplida de tener un observatorio sobre violencia de género o sobre igualdad?

No. No vamos a quedarnos con la mirada corta que nos ofrece nuestro presidente, ni vamos a distraernos en defender la interculturalidad, el respeto a los diferentes, la bienvenida al foráneo aunque no sean turistas de Ryanair.Vamos a ser un poco más profundos. Seamos radicales en el sentido de ir a la raíz de lo que nos pasa. José Antonio Marina lo explica muy bien en u libro Las Culturas fracasadas. Marina analiza el talento y la estupidez en las sociedades occidentales. El filósofo español apuesta por a búsqueda de la inteligencia social.

Para que reflexionemos si tenemos una sociedad de estúpidos nos recuerda Marina que “Todo niño nace crédulo, y hay que considerar que esa credulidad es una gran ayuda para el aprendizaje. Pero es evidente la fragilidad que esa condición provoca en un adulto. Todos los sistemas de adoctrinamiento pretenden prolongar la infancia mental, como denunció y combatió la Ilustración. Ya se sabe cuál es la definición de prejuicio: estar absolutamente seguro de algo que no se sabe. La utilidad del pensamiento crítico procede la necesidad vital de conocer la verdad, de no dejarse engañar, de detectar al gorrón, de estar seguro de qué seta es comestible, o de saber quién en quién puedo confiar.”

En su libro Marina critica la fabricación de verdades por consenso. Nos dice que “entiendo por verdad aquello que en un momento dado tiene un grado suficiente de verificación. No se obtiene por consenso, sino que acaba consiguiéndolo. Se impone por su propia fuerza. Gandhi habló de satyagraha, la energía de la verdad”. En sus declaraciones el presidente reconoció que esa relación entre inmigración y violencia machista no se ha estudiado pero, dijo, hay referencias. En realidad quería decir que hay prejuicios, porque eso, un prejuicio fue lo que en realidad expresó.

En mi humilde opinión el problema no está en si Paulino Rivero colabora o no en la visión negativa de los foráneos. No creo que las palabras de nuestro presidente vayan a fomentar un aumento del racismo en las islas, o incrementar la xenofobia en algunos sectores. No. No tengo a Paulino Rivero por un racista que se siente superior a los que vienen de afuera o que rechaza a todos los que no nacieron en las islas. Tanto en su vida personal como en la formación de su gobierno ha demostrado que eso no es así, que elige a foráneos para puestos en los que podría poner a canarios. Me preocuparían más si las palabras que dijo Rivero vinieran de algún líder social (¿existe eso en Canarias?), de alguien con credibilidad colectiva en las islas. Rivero lleva con el mismo discurso hace años y no pasa nada, aquí no hemos tenido brotes racistas a pesar de Rivero, el Marqués de la Oliva, el Diputado del Común o Isaac Valencia.

El problema es el nivel de estupidez al que hemos llegado como sociedad. El problema está en los pasos hacia atrás que estamos dando en relación a la inteligencia social de la que habla José Antonio Marina. El problema no es el racismo, el problema es que si los que llevan 20 años desgobernando estas islas, manteniendo un modelo desarrollista y frágil que nos tiene en los peores niveles educativos y sociales, si esta gente que llevan dos décadas diciendo tantas tonterías vuelven a sumar una mayoría en el Parlamento tendremos la prueba definitiva de que somos un pueblo imbécil y manipulable, y de ahí a convertirnos en racistas y en otras calamidades sólo hay medio paso.

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