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Los reinos de taifas y otros desvíos de la historia

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Anomalías socio-políticas que repercutieron en la evolución histórica de ciertos grupos humanos a partir de su pasado inestable, a través del presente vulnerable por precario, hacia un futuro ilusorio e inviable.

La disgregación de intereses comunes y de las capacidades conjuntas de defensa, debilitan el algoritmo que concluye sin remedio en indeseable fracaso.

Los reinos de taifas, como epílogo del Califato de Córdoba, supusieron la liquidación definitiva de la invasión musulmana en la Península Ibérica, culminada con la victoria de la reconquista cristiana, facilitada al final por una dispersión estratégica errónea y fatídica para los vencidos.

Con otros matices, esta misma historia se ha repetido a lo largo de los siglos en distintas geografías y civilizaciones con el mismo desenlace pernicioso: La antigua Grecia fragmentada en numerosas polis o ciudades-estado independientes entre sí, que unas veces se aliaban y otras se enfrentaban en guerras sangrientas. También las ciudades-estado italianas de la Edad Media, que dilapidaron su efímera gloria en contiendas locales que desgastaron el enorme potencial de sus recursos culturales, comerciales y geoestratégicos que, de haberlos concertado como causa común, pudieron desarrollarse al modo de su precedente imperio romano; por aquello de la fuerza que da el “trabajo en equipo”. Es la diferencia que separa el éxito del fracaso.

La historia de la humanidad está jalonada de contextos cruentos y episodios bélicos que han ido cicatrizando con fronteras el mapamundi. Guerras, invasiones, conquistas, reconquistas, victorias y derrotas… los historiadores suelen coincidir en que los pueblos fuertes lo eran por la unidad de voluntades y firmeza en valores colectivos que los hacía ganadores. Que cuando esa integración colectiva desaparecía, se repetía el ciclo en favor de otro enemigo que, a su vez, también aflojaría cuando decidiera disgregarse… y así sucesivamente hasta nuestros días… como si las lecciones de historia mal aprendidas solo fueran cuentos infantiles de buenos y malos.

Y ahí estamos nosotros ahora, pandereta en mano, banderas al viento e indefensos ante el brutal ataque de un bicho, que parece haber encontrado acomodo en una fallida estructura política, que nos destroza con una contraofensiva titubeante e insuficiente, que se apoya precisamente en la desintegración territorial de un sistema autonómico aberrante, despilfarrador, inoperante y nocivo como salvaguardia de derechos fundamentales y defensa de los intereses de una población en guerra,  víctima de una pandemia mal tratada y peor explicada por los responsables políticos. Desorientados e incapaces de proteger a la gente con los medios adecuados y las medidas oportunas, ajustadas a la gravísima situación real de una desescalada caótica; de difícil justificación tras el batacazo en sus inicios por falta de conocimiento, o interés político en obviarlo, con el trágico resultado de decenas de miles de muertos mal contados.

Sin ánimo de pontificar ni mucho menos aleccionar al prójimo; pero el miedo ante la incertidumbre en el horizonte, en edades que nos define como personal de riesgo y la inseguridad de estar en malas manos, me mueven a compartir estas reflexiones de uso privado pero abiertas a ser debatidas, o rebatidas, siempre con la cortesía y buen rollo que corresponden a una educada crianza. No fuera cosa, para colmo, que se me atacase en términos negacionistas por algún fanático al uso; pues no me apetece nada jugar al frontón con una piedra.

En plena batalla por la supervivencia, con la angustia de unas perspectivas que no tienden a mejorar, sino que cada día aumentan en datos negativos y no se ve la salida… ¿qué sentido tiene la barbaridad de descentralizar competencias sobre estas áreas vitales; sanidad y educación, cuando el uso de razón impone la estrategia de “mando único” que aglutine, controle y asuma las plenas responsabilidades unificadas para combatir la pandemia con eficacia, en lugar de delegar en las autonomías iniciativas sin homologar para que cada una de la 17 haga la guerra por su cuenta? ¿Qué parámetro político induce a un supuesto líder a renunciar a su potestad de mando y poner en manos de subalternos la responsabilidad de decisiones dispersas, en las que va la vida de miles de personas? ¿Acaso se trata de quitarse un muerto de encima porque, ante la posibilidad de todavía más fracasos, el desgaste electoralista pueda invitar a escurrir el bulto? ¿Se prevé lo mal que va a salir todo esto y así poder culpar al “maestro armero” para, una vez más, salir de rositas?...

No se trata solo del despilfarro de caudales públicos que supone una estructura autonómica que sustenta generosa y abusivamente a 450.000 cargos públicos, más asesores, personal de confianza, parientes colocados, e inservibles órganos de gobierno creados para colocar gente afecta; con un escandaloso parque móvil de 40.000 coches oficiales de alta gama; en un país que además se permite el desmadre  de más de 8000 ayuntamientos, con todo el mundo bien pagado y vergonzosas prebendas incompatibles con un mínimo de decencia oficial. Pues a pesar de tanto disparate, en el momento actual de tan elevado  riesgo para la salud pública, el verdadero problema está en estos 17 reinos de taifas, dispersos y desarticulados, propensos a iluminaciones puntuales, tan ineficaces e inoperantes como las de quien delega responsabilidades en ellos con gesto megalómano desde una poltrona defendida a ultranza.

Sinergia” (DRAE): I.- Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales.

Sentido común y uso de razón en la conciencia de una sociedad civil alarmada, temerosa, escandalizada e indefensa ante tanto despropósito oficial.

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