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La sanidad pública tiene profesionales, no héroes ni heroínas

Francisco Javier León Álvarez

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La crisis por el coronavirus ha desatado la polémica sobre el papel de la sanidad en España, incrementando el nivel de enfrentamiento antagónico entre su gestión pública o privada. No entraré a valorar los posicionamientos de la derecha o la izquierda política sobre este tema, sino la idea que se ha extendido de presentar a los profesionales de este sector como héroes y heroínas y qué significa esto en un contexto donde, una vez más, se plantea la situación deficitaria en la que tienen que realizar sus funciones.

Hace unos días, la actriz Anabel Alonso comentó que, en relación a esta pandemia, los sanitarios “son héroes porque no les queda otro remedio, porque no tienen la equipación necesaria”. Muchas personas le han achacado que sus palabras suponen el desprecio hacia la labor que aquellos están realizando, teniendo en cuenta además que se encuentran inmersos en una situación límite debido al desarrollo de los acontecimientos del coronavirus. En mi caso, comparto esa idea de Alonso y me alejo de la visión romántica que se difunde de su labor, sin obviar para nada que están en primera línea de fuego y que sufren las consecuencias directas de la exposición a ese virus. Pero las cosas hay que explicarlas para se comprendan perfectamente.

La sociedad española, la misma que ha criticado duramente a Anabel Alonso, debería ser consciente de que los términos héroe y heroína se aplican cuando una persona o un grupo actúan de manera extraordinaria para realizar un cometido, lo cual implica además presencia de las actitudes de abnegación y valor. Asimismo, conlleva que aquellos estén dispuestos a entregar voluntariamente sus vidas para alcanzar ese objetivo, a pesar de que siempre nieguen la posibilidad de que puedan morir, porque su conciencia les dicta que sus acciones y sus decisiones salvan o preservan a otra persona o a un grupo frente a un mal de grandes magnitudes. Su afán de protagonismo también está implícito, así como el reconocimiento colectivo para ensalzarlo.

Siempre se recurre al ejemplo de las guerras para idealizar las acciones que conducen a este tipo amparo, donde hay un soldado anónimo al que no le importa morir para auxiliar a otros, cuyo recuerdo pervivirá en la memoria de quienes, gracias a esa actuación, sobrevivieron.

Confundimos héroes y heroínas con profesionales y es aquí donde hay que realizar la matización del comentario de Anabel Alonso. El punto de partida es que nadie debe morir para salvar a otros. La sociedad está calificando a los sanitarios con esos términos porque ponen en riesgo su vida para que otros no pierdan la suya. Aceptamos que esto suceda, sin cuestionar que su contagio y su fallecimiento se deben mayoritariamente a que no estaban protegidos con los medios exigibles en situaciones así.

Sí, son héroes y heroínas, pero obligados por una circunstancia extrema. Ninguno de ellos admitiría que esa es su pretensión. Todo lo contrario. Dirían que son profesionales de la salud, que afrontan un problema de una magnitud incalculable y que carecen de los recursos humanos y, sobre todo, materiales para su contención, lo cual les permitiría actuar de una manera mejor, sin exponerse tanto y sin hacer jornadas laborales interminables hasta desembocar en la fatiga.

Por encima de todo, son profesionales del sistema público, de igual magnitud que los docentes, los bibliotecarios y otro sinfín de trabajadores que velan para que se cumplan unos servicios universales, con un carácter democrático, plural y abierto. Y esos servicios deben estar sometidos a mejoras continuas, ya que lo mismo que evoluciona la sociedad, también lo hacen las enfermedades, que se vuelven más violentas y mortíferas, lo cual requiere de nuevos avances.

Repito: no necesitamos sanitarios convertidos en héroes, sino personas que sepan afrontar las circunstancias con decisiones efectivas y con las herramientas adecuadas. El sistema educativo público ya las ha formado y ellas revierten esa inversión a la sociedad a través de sus conocimientos, los cuidados y la atención necesaria para garantizar que no enfermemos y mantengamos una alta calidad de vida.

Esta retroalimentación no sirve de nada si lo que buscamos son héroes. Quien piense así, refuerza la idea ya indicada de que otros deben entregar la suya para salvar la nuestra, en una especie de autoinmolación, que derive en la salvaguarda de la colectividad. Cada vez que muere un médico o una enfermera por no tener los medios con que protegerse para realizar sus cometidos, desaparece un eslabón de la cadena científica y nos vuelve más vulnerables ante una enfermedad.

Este país necesita más inversión en investigación científica, fundamental para que se produzcan avances para erradicar las enfermedades y para diseñar los planes de prevención sobre otras que puedan llegar, y más dotación en material sanitario. No debemos enmascarar el problema en cuestiones de mayor o menor heroicidad, sino tener en cuenta que esos profesionales han tenido que improvisar medios de protección que les permitiesen seguir trabajando. La improvisación tiene un coste, que en este caso es su vida; de hecho, han atendido a miles de personas sin elementos básicos como mascarillas quirúrgicas y máscaras, entre otros, permaneciendo a expensas de su fabricación altruista por terceras personas, desde profesores de tecnología de centros educativos hasta empresas privadas, amas de casa, etcétera.

Anabel Alonso tiene razón, duela a quien le duela. Los héroes y las heroínas responden a un sentimiento romántico, espoleado por la literatura y el cine. No olvidemos que muchos cementerios están llenos de ellos.

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