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Hasta siempre, compañero

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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En otros casos, uno trata de explicar sus posturas ante los requerimientos y/ o críticas de los lectores. El problema con estos últimos es que, raramente, uno puede llegar a explicar su postura cuando el antagonista tiene ya una idea prefijada o, como me ha ocurrido las pasadas semanas, cuando el lector compone la realidad en base a sus percepciones y no sobre lo que la columna trataba.

Y por última están aquellas columnas en las que escribes, o describes, tu relación o las experiencias vividas junto a una determinada persona. Suelen ser las menos, dado que no es nada fácil encontrar personas con las que mantener una relación personal a lo largo de los años, con todo lo que ello significa.

Sin embargo, al igual que las meigas gallegas, esas personas existen y esta columna está dedicada a una de ellas, aunque no escriba su nombre en las líneas que resten. Mirando hacia el pasado, disciplina muy recomendable para no equivocarse una y otra vez en lo mismo, parece que fue ayer cuando hablamos por primera vez.

No soy de los que creen demasiado en el destino, ni en ese tipo de cosas, pero admito que mi relación personal con un artilugio como el teléfono siempre me ha reportado buenos dividendos. Además, cuando me enteré de que Bob Woodward y Carl Bernstein, los reporteros del The Washington Post que destaparon el escándalo del Watergate ?el cual acabó con el megalómano presidente Richard Nixon- se valieron de las guías telefónicas y del mencionado aparato para comenzar y desarrollar toda su investigación, mi fe en dicho invento creció exponencialmente.

A lo que iba. Mi primera experiencia con la persona a la que va dedicada esta columna fue tras una llamada telefónica a su lugar de trabajo. Andaba yo, por entonces, metido en la organización de unas jornadas de Cine fantástico y cómic, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, y mi intención era lograr la mayor difusión para dicho evento. De ahí mi ronda de llamadas a los distintos medios de comunicación.

La verdad es que, tal y como lo recuerdo, el trato recibido fue muy bueno y en casi todos, por no decir todos los medios a los que acudí, su respuesta fue afirmativa. Lo curioso del caso, y no me quiero olvidar de las personas que, trabajando en algún medio, se volcaron conmigo fue que obtuve la misma respuesta de parte de una persona a la que no conocía de nada.

Es más, tras hablar conmigo, me propuso que escribiera un artículo más largo, además del que acompañaba el dossier de prensa de la mencionada actividad que trataba de anunciar, para publicar en el medio en el que trabajaba.

Yo, siguiendo sus indicaciones, me puse manos a la obra y escribí la que, a la postre, sería mi primera columna de opinión para este medio ?aunque yo no era consciente de ello-.

Pasaron los meses y, por las vueltas que dan las cosas, cambié de residencia y, sin saber muy bien cuál sería su respuesta, me puse otra vez en contacto con la persona que me pidió mi primera columna de opinión. Mi intención era ofrecerle mis “conocimientos” por si estaba interesado en que escribiera alguna otra cosa.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando, no sólo me expresó su interés por mi trabajo ?algo que muchos no juzgan igual-, sino que me propuso ser columnista de opinión en este periódico.

Debo admitir que tardé en digerir el ofrecimiento un par de días, por una mezcla de sorpresa, un mucho de responsabilidad ?pasaría a compartir sección con escritores como José Alemán, a quien he tenido siempre como un ejemplo a seguir- y, sin saber si podría estar a la altura de las circunstancias.

Al final, y no sin que las dudas me abandonaran, acepté la propuesta ?ya hace más de cinco años- razón por la cual estoy ahora escribiendo estas líneas.

En estos años nuestra relación ha sido, principalmente, vía e-mail y teléfono, con alguna que otra visita a la redacción del periódico, normalmente en fechas señaladas. En todas las ocasiones, y a pesar de la lata que solía darle con temas varios ?principalmente acreditaciones de prensa para cubrir eventos-, su trato ha sido, cordial, cercano, sencillo y muy instructivo. Pocas veces no aprendí algo nuevo, incluso cuando las cosas se torcieron por causas que también forman parte del pasado.

Al final, no sólo escribo esta columna de opinión sino que “torturo” a los miembros del fandom y amantes del noveno arte en general con una sección “blog” de cómic, cada vez que puedo actualizarlo.

Al final, y por las mismas fuerzas que me llevaron a contactar con este medio la primera vez, esta persona ha decidido cambiar su lugar de trabajo y empezar una nueva andadura, en un proyecto que le parece ilusionante y que supone todo un reto personal y profesional. Sé que nada es para siempre y que, antes o después, las personas a las que aprecias se marchan de tu lado, por una u otra razón. Es una de las leyes que rige nuestra vida. Al cambio continuo y a la evolución no las puede parar nadie, ni siquiera los más cortos de mente. Otra cosa muy distinta es que nuestros caminos se vuelvan a cruzar, algo de lo que estoy seguro, después de mis propias experiencias personales.

Llegados a este punto sólo me queda por decir dos cosas. La primera es desearle que esta nueva aventura esconda muchas más sorpresas de lo que parecía a simple vista y que le ayude a alcanzar las metas que desee lograr.

Y lo segundo, darle las gracias por la oportunidad que me dio, las enseñanzas, las vivencias y algunas cosas que me reservo para mí, igualmente importantes, durante todos estos años.

Me despido con las palabras de otro gran profesional del mundo de la comunicación y amante confeso del tenis, Matías Prats Jr., el cual, durante muchos años de memorables retrasmisiones se despedía con las mismas palabras. Hasta siempre, compañero, y gracias por todo.

Eduardo Serradilla Sanchis

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