Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Siempre llego tarde

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

0

Nacemos para vivir una vida que desemboca en la muerte por mucho que los seres humanos estén empeñados en perpetuarse más allá de su propia existencia. Y lo peor de todo es que no hemos sido capaces de olvidarnos de nuestra vanidad, ni siquiera cuando nos morimos.

El caso es que, por mucho que nos pueda incomodar, la muerte forma parte de la existencia de la sociedad humana y uno debe acostumbrarse a ella, sin mayores aspavientos.

Ella, la parca, es una dama celosa que no está dispuesta a olvidarse de ninguno de nosotros. Así son las cosas y nadie puede escapar de ella, por muchos que algunos se empeñen.

Otra cosa son las barbaridades que los jerarcas y sus secuaces perpetran para llenar los libros de historia. Con ello, está claro, que logran arañar alguna línea, pero, al final, a todos les llega su hora.

Con todo, y tras esta reflexión, tengo claro que siempre he llegado tarde para poder despedirme de aquellas personas que, ya antes de morirse, significaban algo muy importante en mi vida. Puede que sea casualidad, pero cuando he roto una rutina, como pudiera ser pasar a despedirme de una persona, pasar a saludarla o, simplemente, llamarla, al poco tiempo esa persona ha fallecido. Y, para rematar, el día de su fallecimiento me ha pillado lejos del lugar o a punto de emprender un viaje. Algunos dirán que, gracias a ello, me libré de los modos y maneras que suelen empañar dichos momentos. No diré que no ha sido así, pero, como contrapartida, me ha tocado vivir esos momentos en la más absoluta soledad y teniendo que luchar contra unos sentimientos que no suelen ayudar a mantener la serenidad.

Esto no significa que me queje, pero así ha sido mi relación vital con la mencionada dama oscura, corta, pero intensa.

Ahora escribo estas líneas después de leer que José Hilario Hernández, -José H. Chela-, uno de los grandes periodistas de nuestro archipiélago, fallecía en una céntrica calle de Santa Cruz de Tenerife. Al igual que muchos de los lectores que han escrito tras enterarse de la noticia, mi relación con José H. Chela se resumía en leer sus columnas en este periódico, durante los años en los que fue columnista de opinión.

La única diferencia con un lector cualquiera es que, en mi caso, yo también formaba parte de la misma sección de opinión en la que, cada día, Chela nos deleitaba con sus experiencias y con su personal ?e intransferible- manera de entender la vida y esta profesión.

Ahora, y entonces, me sigo definiendo como un “recluta” entre “veteranos”, dada la enorme trayectoria de profesionales como José A. Alemán, Juan García Luján, Federico Utrera, Rafael González Morera, Carlos Sosa, o el mencionado José H. Chela, por sólo citar algunos.

Para mí, cada día es un pequeño gran examen, donde la lectura diaria se convierte es un aprendizaje continuo, en busca de lograr alcanzar el nivel que dichos escritores logran cada vez que se sientan delante del teclado de su ordenador.

La diferencia es que Chela veía la realidad tamizada por su gusto por la buena vida, sobre todo en el apartado culinario, con lo que lograba que argumentos tan trillados y malolientes como el pleito insular dejaran paso al embrujo del olor de las mejores especies. Sus columnas despertaban gustos y sensaciones que sólo un maestro de las letras es capaz de lograr. Y en su menú se podían encontrar todo tipo de platos, desde la actualidad más candente ?de ambas islas- hasta detalles que solían pasar desapercibidos para el común de los mortales. Quizás era su afán de independencia lo que lo mantuvo alerta ante los cambios de la sociedad del archipiélago.

Chela solía darle más importancia al comentario del vecino, al del camarero de su bar habitual que al del político de turno, en especial al nacionalista rancio y caduco que tanto abunda en nuestras islas. Esto no evitó que Chela debiera sufrir la presión que buena parte de la “vieja guardia” tinerfeña le impuso por no plegarse a los designios marcados por los mismos de siempre. Recuerdo una columna en la que el escritor nos planteaba la hipotética situación de una especie de hipermercado del político, donde cualquiera podía encontrar un cargo a su medida, según fueran sus necesidades ?recalificar un suelo, conseguir una determinada licencia de apertura, lograr un generosa cantidad de dinero de los fondos públicos-, etc. Como en otras ocasiones, el disparate y el sarcasmo que destilaba el texto no disimulaba los modos y maneras de actuar de buena parte de la clase política isleña, la cual considera al archipiélago como su “corralito particular”.

Sea como fuere, su legado permanecerá vivo entre todos aquellos que consideramos el periodismo como algo más que trabajar en un gabinete de prensa de un centro oficial y vivir como un acomodado funcionario. Asumo que uno de los “sueños” de muchos jóvenes estudiantes ?y de buena parte de la ciudadanía- es lograr un puesto fijo de funcionario y a vivir que son tres días y dos están nublados.

Sin embargo, mi “sueño” no tiene nada que ver con dicho planteamiento, quizás porque creo que los sueños son algo por lo que merece la pena luchar y no un fin para conseguir un determinado logro y quedarse ahí. Cada cual es muy libre de pensar lo que quiera, pero, desde luego, la vida no empieza ni acaba en un organismo público.

Chela sí llegó a trabajar en un gabinete de un organismo público, pero no se dejó seducir por las prebendas que este tipo de cargos suelen traer consigo. Al final supo ser coherente consigo mismo, incluso cuando un cáncer se cruzó en su camino. Ni siquiera entonces su espíritu se doblegó ante la adversidad.

Ahora, y por desgracia, ya sólo tendremos la oportunidad de volver a leer sus columnas y disfrutar lo mismo que cuando las vimos por primera vez. Sé que no será lo mismo, pero bueno, por lo menos Chela sí que ha logrado que su legado permanezca después de su muerte, y sin necesidad de hipotecar el futuro de nadie.

Muchos deberían aprender de él, aunque no hay peor ciego que quien no quiere ver, sobre todo cuando se está sentado en el sillón oficial.

Eduardo Serradilla Sanchis

Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Etiquetas
stats