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Los siento, pero no estoy de acuerdo

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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No obstante lo que más me sorprendió, además de lo novedoso de la trama, fue el escenario escogido.

El colegio, al que asisten niños de entre 7 y 16 años, ofrecía un aspecto impresionante, tanto por su diseño -perfectamente adaptado a las necesidades para las que estaba pensado- como por la cantidad de dependencia que albergaba.

Para empezar, el salón de actos, a pesar de no ser excesivamente grande, disponía de todos los requerimientos necesarios en lo que se refiere a iluminación, megafonía y aparatos de proyección. Su acústica tampoco se quedaba a la zaga, dado que todo el espectáculo se desarrolló con música en vivo, sin tener que recurrir a ningún tipo de grabación. Tiene su gracia que en unos de los países más tecnológicos del mundo se prefiera utilizar instrumentos de verdad antes que recurrir a la música electrónica o a melodías grabadas de antemano.

Luego estaban las dependencias, amplias, espaciosas, luminosas y dotadas de todo aquello que un estudiante pudiera necesitar. Por tener, disponían de una suerte de museo de historia natural, lleno de las diferentes especies de aves que viven en estas latitudes.

Como no podía ser de otra forma, el centro disponía de una extensa biblioteca, algo que por aquí no sorprende, es más, consideran necesario, al revés que en nuestras fronteras.

La realidad es que, salvo si se habla de instituciones privadas ?y muchas ya no guardan el mismo lustre que antaño- en nuestro país es una quimera encontrar unas instalaciones de este tipo, sobre todo porque el colegio era público y gratis.

Tras salir de allí recordé las palabras de nuestra inimitable consejera de educación del gobierno de Canarias, cuando dijo, en una entrevista radiofónica; “en tiempo de crisis, hasta la educación se resiente”. Vale, ya sabemos que en época de recesión económica todos los sectores sociales se ven afectados, aunque algunos más que otros. Lo que ocurre es que, no es lo mismo ahorrar en publicidad institucional que en educación, por poner un ejemplo simple.

Como no es lo mismo, ahorrar en campañas de promoción de dudosa rentabilidad que en gastos sociales. Está claro que todo depende del “cristal con que se mire” pero, como dice el sin par Mortadelo; “la carne es débil y la cara, durísima”.

¿Y por qué digo esto? Pues muy sencillo, la expresión tiene gracia, si no fuera porque estamos inmersos en una tragicomedia, cada vez más trágica, y el personal se piensa que todos somos anormales y no nos damos cuenta de lo que hacen. Según los responsables del actual ejecutivo canario, las arcas están vacías y todos, sin excepción ?me refiero a los ciudadanos de a pie- tenemos la obligación de apretarnos el cinturón. Mientras tanto, ellos, se dedican a sus labores, ya sea por tierra, mar o aire.

Esta semana nos hemos enterado del gasto en determinados inmuebles sin ocupar desde hace años, pero que cuestan a las menguadas arcas públicas una sustanciosa cantidad económica. A todo ello hay que sumarles las faraónicas reformas que dicho inmueble debe sufrir para poder desempeñar el cometido para el que fue alquilado.

Después está la tendencia de los gobernantes por moverse por las calles de las ciudades en un parque móvil que parece sacado de un episodio de la serie Dinastía. Cierto es que este tipo de vehículos tienen que estar equipados con una serie de elementos que no suelen ser habituales en un vehículo de serie. Sin embargo, lo que choca es que, en tiempos de supuesta austeridad presupuestaria, decidan renovar el mencionado parque móvil, gastándose las sumas que se barajan.

¿Y qué decir de las inversiones en campañas de promoción, desde las calles islandesas hasta los estadios teutónicos, sin olvidar los documentales más sensacionalistas de las televisiones españolas?

¿Y los gastos en publicidad institucional en medios que fomentan la independencia, la xenofobia y los chanchullos de unos pocos?

¿Y acaso se han olvidado de la policía del volcán y la televisión “de ellos”, liderada como si se tratara de uno de los países bananeros que tan bien retrataran Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en sus novelas?

¿No hay dinero, o no interesa gastarlo en formar a las personas para así lograr que sean más permeables a los mensajes populistas de nuestros actuales líderes?

¿De verdad son tan ignorantes que no saben valorar la importancia de la educación en la formación de una persona?

¿O, en realidad, se trata de una estrategia para no verse descabalgados del poder por personas libre pensantes, en vez de por borregos apesebrados por el líder de turno?

Para mí, las respuestas a estas preguntas están claras. Lo que ignoro es si lo están para el resto de una ciudadanía que parece no darse cuenta de la gravedad de las cosas. Y si la situación continua, no sé cómo terminará todo esto, aunque dudo que sea bien.

Eduardo Serradilla Sanchis

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