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Una silla para la igualdad

De izquierda a derecha: Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea; Charles Michel, presidente del Consejo Europeo; Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía.

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Una imagen vale más que mil palabras y una silla, demasiadas veces en la vida de las mujeres, es sinónimo o antónimo de igualdad.

Rosa Parks, aferrada a su asiento en aquella guagua, es un claro ejemplo. Las mujeres no solo tenemos que luchar el derecho al espacio sino defenderlo. A la activista afroamericana, figura importante del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, su negativa a ceder el asiento a un blanco y moverse a la parte trasera de la guagua le costó la cárcel. 

Rosa Parks no fue la única mujer negra arrestada por negarse a ceder su lugar en el trasporte a un blanco, como seguro que tampoco ha sido Úrsula von der Leyen la única mujer a la que Erdogan habrá dejado sin silla.

Ambas representan perfectamente el cuestionamiento social del espacio que ocupamos las mujeres. Tantas décadas después de que Virginia Wolf reclamara “un espacio propio” seguimos diariamente en la lucha por ocuparlo en igualdad. Un trabajo constante por llegar a ese lugar imaginado desde donde relacionarnos e interactuar sobre lo que nos ocupe, sin tener que desgastarnos por el lugar desde el que lo hacemos.

La presidenta de la Comisión Europea dudo que pensara que en su viaje a Turquía, el pasado 6 de abril, iba tener que bregar con algo más que las siempre difíciles negociaciones entre la Unión Europea y el país anfitrión. Pero miren por dónde, el machismo aún nos espera a las puertas de demasiadas esferas y, ese día, Doña Úrsula iba a verse expuesta a la difícil coyuntura de ser activista y aferrase a una silla o ser política y asumir el hueco en el sofá lateral habilitado para ella, para nosotras. 

La escenografía del poder es y ha sido fundamental para quienes quieren hacer del mundo un espacio para hombres. 

Todo el patriarcado que puede haber en un hombre como el presidente Erdogan que apenas unas semanas antes había retirado a su país del Convenio del Consejo de Europa para la prevención de la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica, más conocido como el Convenio de Estambul, no podía desaprovechar la ocasión para marginar a una mujer, por muy presidenta que sea de esos países que se presumen igualitarios.

Me queda hablarles de otra silla. En esta se sientan millones de mujeres cada día pero en este símil lo hace solo una. Una mujer que lleva semanas poniendo voz a la historia de tantas otras. Esta vez bajo focos, en estudio, maquillada y desgarrada, y por supuesto, siempre cuestionada.

Mientras Rocío Carrasco, desde su asiento negro, va narrando más de 20 años de continuado maltrato, mientras se va desmontando como mujer y madre, de nuevo van moviendo su silla. Voces que cuestionan su tiempo de silencio, sus motivaciones personales o el sueldo convenido.

Rosa Park, sentada en aquel asiento de la guagua, levantó cimientos para que las mujeres negras, y tantas otras, lucharan por su lugar en el mundo.

Ursula von der Leyen, sentada en el lateral de aquel sofá, nos desestabilizó por lo simbólico, porque nos volvió a demostrar que nuestros derechos tienen escaso aguante. Si la igualdad fuera realmente vértice y pilar de la Unión Europea, Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, sencillamente se hubiera negado a participar en el jueguecito de las sillas. Tres representantes institucionales, tres sillas. Es de primero de igualdad.

Rocío Carrasco, en horario de máxima audiencia, sentada en ese dolor que no es solo suyo, que es de todas las víctimas de violencia de género, está logrando que cientos de mujeres levanten el teléfono y marcando el 016 den el más difícil y necesario de los pasos para salir del infierno del maltrato.

No les hablo solo de tres asientos, les hablo de nuestro sitio.

Les hablo de tres sillas que siguen siendo pasado de lucha y presente de revolución. 

Hermana, agarra tu silla y dame la mano, que yo te creo y juntas vamos a reclamar nuestro lugar en el mundo. Ni una, ni dos, ni tres sillas, vamos a por nuestro lugar en el mundo.

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