Amar, vivir y votar en pecado mortal

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Acostumbrado está el obispo de Tenerife a compartir espacios con quienes vivimos en pecado mortal.

Lo digo porque uno de los primeros actos en los que participé, asumida la Viceconsejería, fue en sede parlamentaria sentada a la derecha de Bernardo Álvarez.

Por si sus últimas declaraciones han logrado crear desasosiego personal en alguna lesbiana, gay o bisexual (vale que habló de homosexualidad en exclusiva, pero algo me hace pensar que el obispo nos metería a todas bien juntas en el mismo saco), les calmo: el señor obispo, en su infinita hipocresía, es bien amable con las pecadoras mortales. Mucho más que amable, es conversador, atento, generoso y chistoso. De esas primeras horas de encuentro agradezco el obsequio de unos caramelos y un acertado comentario que nos hizo compartir la sonrisa.

Esta lesbiana que, a pesar de no recordar el significado exacto de lo que supone el pecado mortal sí es capaz de recordar el temor que debe despertarnos, quiere compartir hoy la calma y alegría al comprobar que vivimos una Canarias terrenalmente democrática.

La democracia es lo que ha pasado en nuestras vidas para revertir las normas morales que castigaban con desprecio y humillación a las personas homosexuales y así convertirlas en valores humanos de dignidad y orgullo.

Nuestras islas saben más, mucho más de lo deseado, de esa época tan reciente de nuestra historia en la que amar a una persona del mismo sexo o vivir una identidad no correspondida con la asignada al nacer significaba convertirse en una persona marcada por el estigma, la discriminación y el miedo.

Hoy reconocemos como discriminación lo que durante décadas fue la práctica habitual de desprecio y marginalidad con la que convivían las personas cuya orientación afectiva sexual o identidad de género era distinta a la considerada “norma” en aquello años. Y las reconocemos hoy gracias a los cambios sociales y culturales que han transformado Canarias y el resto del Estado desde la dictadura franquista hasta nuestros días que, junto a los cambios legales, han ido integrando las realidades LGBTI en nuestra sociedad y cambiado nuestra mirada.

Por supuesto que las declaraciones del obispo son del todo reprobables y muestran la existencia de una parte de la Iglesia a la que la democracia le queda grande para casi todo salvo la que garantiza sus salarios y comodidades.

Pero ni la utilización buscada del estruendo que genera el ‘pecado mortal’ acalla la sonora y contundente coralidad en las respuestas de rechazo.

Obvio que la iglesia y sus representantes tienen un espacio para el debate social y la generación de opinión, pero no menos evidente es que ésta debe de estar alejada del insulto, la humillación y el odio.

Antes, de forma ligera, les compartía el escaso impacto que estas palabras tienen en quienes hemos crecido haciendo apropiación del insulto familiar y social hasta lucirlo con visibilidad y orgullo, pero ojo, las espaldas de nuestras familias y menores no tienen por qué soportar este dolor por más tiempo.

Las personas LGBTI ya no estamos solas. No vamos a volver a los armarios, la oscuridad y el miedo.

Hoy somos plural empoderado en nuestras redes familiares, de amistades, laborales e institucionales.

Hoy nos increpan y desde el presidente de nuestro gobierno hasta la entrenadora de nuestro equipo sale a decirle al mundo que esas palabras no son aceptables en la Canarias diversa, plural y amable que estamos forjando a base de trabajo y apuesta decidida por la igualdad.

Ojalá que el revuelo no silencie a toda esa iglesia de base a la que la democracia le encaja a la perfección y que seguro ha atendido a quienes siendo creyentes y LGBTI estas palabras han causado dolor.

Me interesa mucho más construir el futuro junto a quienes tienden la mano que junto a quienes viven levantando heridas.

Me interesa mucho más poner el amor en centro de la vida y garantizar amar, vivir y votar en igualdad. La democracia es mi paraíso terrenal.

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