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Entre la soberbia y la ignorancia

José Miguel González Hernández

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Parece ser que Groucho Marx dijo una vez que “es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar todas las dudas”. A partir de ahí, puede pasar cualquier cosa. Realmente no creo que la cosa sea para tanto, porque cuando una persona declara tener una solución universal a un problema con cierta dimensión, aparentemente dotada de mucha sencillez, te preguntas por qué no se le había ocurrido a nadie más. La respuesta es muy sencilla: no existen soluciones universales. Eso sí, primero hay que escuchar.

La inconsciencia a la hora de plantear discursos grandilocuentes en donde se ubica el error en las propuestas ajenas frente al inconmensurable acierto por la parte propia, incluso manteniendo el criterio contra viento y marea, pudiera generar un cierto asombro a la vez que reconocimiento, debido a la constancia y convicción planteada. Ahora bien, si ves que todos los coches van en tu contra, plantéate la posibilidad que seas tú la persona que está conduciendo en sentido contrario. O, en otras palabras: existe la posibilidad de que esté aflorando tu lado soberbio, y no por la acepción de espectacular, sino por la que crees que, por defecto, estás siempre en lo cierto. No vale plasmar ese chantaje emocional continuo ofreciendo una falsa elección entre tú o el caos. Corres el riesgo de dar pena. Solo pena.

Porque la situación puede ir a peor. Y es que cabe la posibilidad que se mezcle ese falso sentimiento de superioridad con el de la ignorancia, utilizando ese aparente dominio en compensación a la inseguridad manifestada debido, presumiblemente, a la falta de autoestima y necesidad de una continua aprobación de cada uno de los actos que se llevan a cabo. Pero ¿cómo vencer el victimismo? Pues, por ejemplo, a través de la inteligencia emocional porque prácticamente todas las decisiones son influenciadas en mayor o menor medida por nuestras emociones. Y qué mejor que empezar por incorporar el prefijo “auto” a nuestra situación (autoconocimiento, autocontrol, automotivación…) y el resto, coser y cantar (literal, además).

De hecho, en las relaciones políticas, económicas o laborales, más allá de la “titulitis” necesaria para desempeñar cualquier cargo profesional, se hacen necesarias una serie de competencias transversales que permitan mejorar, ya no solo el rendimiento y productividad en términos de rendimiento, sino incorporar el bienestar a nuestro trabajo a través de la realización con lo que hacemos y para qué lo hacemos.

Por ello, tengamos en cuenta una cosa: la realidad es la que es y no la que nos gustaría que fuera. Otra cosa es que la aceptes o no, actitud que tienes todo el derecho del mundo a mantener. A partir de aquí tienes varios trabajos que hacer. Por un lado, intentar solucionar la situación hasta colocar el escenario en la propuesta defendida por tu parte. Eso sí, asume que no tendrás muchas opciones de éxito. Y por otra, minimizar el impacto negativo que te hace sufrir, no esperando que el entorno cambie, sino generándote una personalidad más fuerte con mayores cotas de resistencia. Porque no se trata de ser invulnerable. Se trata de manifestar resiliencia para así poder adaptarnos positivamente a situaciones adversas. O, en otras palabras: La solución está en tu interior, pese a que suene a un anuncio publicitario.

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