Soria no se arrejunta, pero no ''julea'' a Rivero

Una vez más las castañas de los finados, han pasado por la sede del Parlamento, calentitas, para no perder la tradicional costumbre, que lo de halloween, es una importación muy vulgar de los histriónicos americanos.

Mientras D. Paulino nos vende humo, un día sí y otro también en su atinómica TV, que pagamos todos, pero que más del 60% de los isleños, sólo sintoniza cuando el fútbol está presente en su parrilla. Nuestros jóvenes se hacen la misma pregunta: ¿Si somos universitarios con título académico en la mano, por qué dirige la TV uno que su título ha sido expedido por el “maestro” del Sauzal, Rector Magnifico de la Universidad de la Vida? remendando aquel otro que en el paraninfo de la universidad de Salamanca, en tristes fechas para España, exaltó la ignorancia, como eficaz medio para conseguir los mayores logros, y que hizo posible el nacimiento de la España de la pandereta y convertir a la mujer en el “complemento” al hombre, cual florero; como les decía Pilar Primo de Rivera allá por el año 1942,que por su interés para nuestras féminas reproduzco: “Las mujeres nunca descubren nada; les falta desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho” Y algunos aún dicen “Palabra de Dios”. Mientras D. Paulino y sus adláteres, cual hormiguitas obreras, “reordenan” el presupuesto para que su jefe de filas disponga de unas sustanciosas partidas para hacer frente a la campaña electoral que se avecina. Estos comportamientos deben ser enfermedad endémica en nuestra autonomía, y por aquello de no me arrejunto, José Manuel le saca los colores, si es que aún algo les queda de pura sangre, al gobierno de transición que D. Paulino se ha sacado de la manga. Mientras los servicios básicos de la sociedad del bienestar se hacen añicos, las sociedades “anónimas” de D. Paulino, recaudan a marchas forzadas, para las “fiestas” que se avecinan en el próximo mayo florido.

Antonio Ortega Santana