Espacio de opinión de Canarias Ahora
Tocapelotas
Las explicaciones de Ruano son aceptables y los psocialistas las dan por buenas; lo que no quiere decir que con el embullito den también por buenos los presupuestos canarios; aunque igual sí. De momento, parece confirmarse que fue la vocación tocapelotas del PP lo que le llevó a imputar a Paulino la comisión de un delito grave, como lo es modificar los términos de la aprobación por el Gobierno de los presupuestos antes de llevarlos al Parlamento. No le queda a Soria sino reconocer que le pudieron sus ganas inmoderadas de meter bulla o admitir un desconocimiento de la mecánica presupuestaria, lo que resulta demasiado en quien elaboró los presupuestos canarios 2010 y va por la vida de conocedor de estos asuntos y dos piedras.
Las supuestas modificaciones no fueron, pues, sino el reflejo necesario de partidas comprometidas por el Gobierno central que sólo serán efectivas tras la aprobación de los Presupuestos del Estado en los que habrán de figurar, según se dijo. Algo tan elemental que impide considerar confusión de buena fe la denuncia del PP. Salvo, claro, que concurran otras circunstancias que desconocemos y dándole un margen de incidencia al despecho de Soria al verse para nuestra felicidad sin cargo público desde el que incordiar.
Los psocialistas que, como digo, aceptaron las explicaciones de Ruano, piden al PP disculpas públicas por su cuestionamiento malintencionado de los presupuestos. A mí, qué quieren, ya me llenó la cachimba que cada dos por tres las fuerzas políticas se exijan peticiones de perdón; como si se tratara de simples cuestiones de cortesía o de ejercicio de humildad cristiana. No basta echarse sobre la cabeza cenizas penitenciales porque las imputaciones falsas, del tipo de ésta que nos ocupa, no son meras apreciaciones injustas de las actuaciones del antagonista político sino que afectan a la credibilidad y la dignidad de las instituciones. Calumnia que algo queda es recurso estratégico pepero que le da resultado a coste cero porque el pago corre por cuenta del prestigio de las instituciones.
Sé, por supuesto, que esta forma de ver las cosas carece de recorrido en una autonomía bichada por el deterioro democrático de una ley electoral injusta e inadecuada que nos condena, por ejemplo, a soportar malos gobiernos sin posibilidad de adelantar elecciones; de prácticas políticas clientelares empapadas de insularismo que promocionan los desequilibrios interinsulares; de maltrato a las corporaciones locales, especialmente a los cabildos, y de tantas otras cosas que han instalado en amplios sectores ciudadanos la desconfianza y una percepción de los políticos como gente incapaz y el convencimiento de que todo seguirá igual hasta que las ranas críen pelo. Pero así y todo, aunque de nada sirva algo tan anticuado como cierto respeto a las instituciones, conviene recordarlo.
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