La vida no acaba en Agaete
Si mi último suspiro lo diera en Agaete estaría regodeado de paz. Cualquiera que me conozca sabe que adoro a esa pequeña villa donde comienza la historia de mi familia. Mi primer apellido me delata y yo me siento tremendamente orgullosa de ello. Pero, este pensamiento no lo puedo extrapolar y condenar de esta forma a un pueblo a comenzar a morir donde tendría que empezar a vivir porque la vida de La Aldea no acaba en Agaete.
En estos últimos días se ha suscitado en las redes sociales una polémica injusta que hasta me llega a avergonzar. Aunque tentada, no he querido entrar en debates que, probablemente, no lleguen a buen puerto. Sinceramente, estoy dolida. Me duele que después de décadas de sufrimiento aún se cuestione la necesidad de una vía digna y segura para un municipio. Una vía que deje de jugar con la vida de las personas. Ni más, ni menos.
“Progreso sí, pero no a cualquier precio” o “¿Cómo es posible que se haga esa obra para un solo pueblo?”, son algunas de las expresiones más repetidas. Pero ¿de verdad hay que ponerle precio a la vida? ¿A estas alturas vamos a hablar de progreso? Lo que no se puede tolerar a cualquier precio o de cualquier forma es el daño que se está haciendo en las redes sociales a un pueblo que lleva décadas llorando en silencio, recibiendo bofetadas, una tras otra. Cuando hablo de un pueblo hablo de su gente, de quienes quieren seguir viviéndolo, apostando por su futuro, visitándolo, impulsándolo a crecer. Porque La Aldea sin una carretera segura terminará muriendo.
Hace exactamente un año, cinco meses y 23 días que comenzó la segunda fase de la carretera Agaete-La Aldea. La que romperá por siempre con esa fractura histórica, la que nos llevará a dejar de sentirnos una isla dentro de una isla. La que pondrá fin al aislamiento, más cruel si cabe, de los vecinos y vecinas del barrio de El Risco. Con el final de esta obra morirá uno de los debates económicos y sociales más importantes del Archipiélago de las últimas décadas, además del destierro de dos pueblos para siempre.
Hoy también recuerdo que faltan apenas cinco meses para conmemorar el cuarto aniversario de la primera fase. Cuando los aldeanos y aldeanas comenzaron a ver la luz al final del túnel. La luz que se veía tras los 3.176 metros que representan la lucha, las lágrimas, a la gente que quedó en el camino, la batalla y la victoria. La gran victoria del pueblo de La Aldea, de la isla de Gran Canaria y de Canarias.
Quizás se podría haber hecho con menor impacto, como todas las grandes obras de Canarias, aunque no tengo ideas de ingeniería, por lo que no me voy a lanzar a asegurarlo sin ni siquiera ver un proyecto alternativo. Pero, mi pregunta es ¿ahora?, cuando, si las previsiones se cumplen, falta apenas un año para inaugurar los grandes túneles de Faneque, lo que permitirá a los usuarios no tener que transitar por la zona más peligrosa, donde los desprendimientos son más frecuentes.
Estamos hablando de un proyecto de más de 10 años desde su creación. ¿Dónde están las otras opciones? ¿Dónde hay un proyecto de vía segura que no fracture al territorio? No me equivoco si afirmo que nadie quiere más a su territorio que un aldeano o un agaetense.
Ahora, dejando de lado las emociones, solo en este párrafo, quiero destacar las oportunidades económicas, sociales y medioambientales que ofrecerá la nueva GC-2. Supondrá la conectividad total de la comarca norte de la Isla y el desarrollo de esta, lo que llevará a la dinamización y reactivación de los pueblos, lo que se traduce en generación de empleo. Por no hablar de las más de 200 familias de la zona que en estos momentos se benefician directa o indirectamente de la obra. Además, la reducción de tiempo en el trayecto reducirá las emisiones de CO2 a la atmósfera. A quienes nos encanta hablar de sostenibilidad voy a recordar que una de sus definiciones se resume en ‘no poner en riesgo a las generaciones futuras’, pero no voy a adentrarme ahora mismo en el pasado, presente y futuro de las diferentes generaciones aldeanas.
De verdad, queremos dejar de ser ‘los pobres aldeanos’. Sólo queremos vivir y empezar a plantearnos el futuro en igualdad de condiciones que quien se coloca detrás de un ordenador o un móvil para hacer daño con comentarios que reabren viejas heridas.
¡Basta, ya!
La incansable lucha nos respalda y, no, aún no hemos ganado esta batalla, por lo que vamos a seguir luchando hasta el final. Sin bajar la guardia. Por los que estuvieron, por los que están y por los que estarán.
Cuando quería poner el punto final a este pequeño texto se me vinieron a la cabeza aquellas historias, aquellos desagradables relatos de los esfuerzos que tenían que hacer familiares, amigos y vecinos para salir de su pequeña aldea, que concluían con un “yo me voy sin ver la carretera terminada”.
Y se fueron…
1