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G-20: buenas intenciones, insuficientes avances (1)

Román Rodríguez / Román Rodríguez

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En primer lugar, hay que recordar que el G-20 ampliado, que integra a los países ricos y emergentes, se ha constituido, especialmente tras la cumbre de Londres y con la presencia de Obama, como el centro mundial de decisiones contra la crisis. En sí mismo esta cumbre supone un reconocimiento del necesario multilateralismo, que incluye a los llamados países emergentes, en la búsqueda de soluciones globales a la crisis mundial. En este sentido, el G-20 ha desplazado el unilateralismo aislacionista de Bush y, también, el papel central que jugaba hasta ahora el G-7 de los países más industrializados.

La cumbre del G-20 ampliado reúne a 24 países, los estados más industrializados y los países emergentes, que suponen el 80% del PIB y del comercio mundial, y más del 70% de la población del Planeta. Lo integran los ocho países más industrializados (antiguo G-7+Rusia) y once emergentes (China, Argentina, Brasil, Indonesia, México, Corea del Sur, Turquía, Sudáfrica, India, Arabia Saudita y Australia), además de la presencia desde la cumbre de noviembre en calidad de 'invitados' de España, Holanda y República Checa; así como de Etiopía y Tailandia, que representan sendas organizaciones internacionales, una africana y otra asiática. Hay que destacar que África es el único continente que sólo tiene un país en el G-20 y, además, asiste en representación de una organización supranacional de esa área geográfica.

Expectativas

En esta segunda cumbre del G-20 ampliado para discutir soluciones a la crisis económica mundial asistió por primera vez Obama como presidente de Estados Unidos. En sus propuestas y en su actitud se observa una gran diferencia respecto a la anterior cumbre celebrada en noviembre de 2008 en Washington, donde el anfitrión Bush recibía a los dirigentes asistentes con la advertencia defensiva y ultraconservadora de que “la respuesta a la crisis no es reinventar el sistema”. Obama ha respondido a las expectativas que había creado de ejercer un nuevo papel de EEUU en las relaciones internacionales y en el sistema financiero internacional.

Hay que señalar que la declaración final de esta cumbre del G-20 es el reconocimiento del fracaso de las políticas conservadoras neoliberales puestas en marcha en los 80 por Reagan y Thatcher, y radicalizadas en los dos mandatos de Bush. Qué lejos suena ahora aquel lema de Reagan de que “el estado es el problema, el mercado la solución”, y que llevó a poner en marcha un conjunto de políticas que promovían la desregulación, liberalización, privatización y disminución del gasto público, y cuyos brazos ejecutores han sido el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Todavía el mismo día de la cumbre del G-20 el FMI aplazaba un préstamo de 200 millones de euros a la debilitada economía letona hasta que su gobierno no acepte reducir el gasto público un 40%, situándose en las antípodas del paquete de estímulo fiscal que pedía Obama a los países del G-20. Por cierto, los adalides del neoliberalismo parecen haber desaparecido en España y en el mundo.

En la declaración final de esta cumbre del G-20 se afirma que “los grandes fallos en el sector financiero y en la regulación y la supervisión financieras fueron causas fundamentales de la crisis (?) Tomaremos medidas para crear un marco supervisor y regulador más fuerte y globalmente más coherente para el futuro sector financiero”. Tras lo que se plantea el compromiso común para garantizar unos sistemas reguladores fuertes, así como “establecer una mayor coherencia y una cooperación sistemática entre países y el marco de criterios acordados internacionalmente que un sistema mundial requiere”.

Por tanto, se abandona y se da por fracasada la antes beatífica “autorregulación de los mercados financieros”. Ahora la política y los estados son la solución a la crisis. Ahora se pide más intervención estatal en la economía, ya sea poniendo el énfasis en solicitar mayor regulación, supervisión y transparencia del sistema financiero a nivel nacional y también internacional (defendido por Alemania y Francia, representando el sentir de la UE) o poniendo el acento en defender mayores intervenciones de estímulo fiscal por parte de los gobiernos coordinados para impulsar la economía mundial (planteamiento requerido por Obama y por Brown).

Se abren camino pues las soluciones progresistas frente a la crisis. Pero no debemos engañarnos: es la crisis sin precedentes que vive el sistema financiero internacional y su repercusión en la economía la que permite que se abran paso estas decisiones de emergencia. Una vez pase el maremoto de la crisis y vuelva una fase de recuperación, la doctrina neoliberal volverá a contar con grandes defensores e intentarán deshacer lo que ahora se pueda avanzar en regulación. En gran medida dependerá de los sistemas nacionales e internacionales de supervisión y regulación del sistema financiero que se establezcan en las siguientes cumbres del G-20 y en las reformas de los actuales organismos mundiales (FMI, Banco Mundial?).

Por último, hay que señalar que España se ha instalado ya como parte del G-20 (aunque aún no de pleno derecho) y forma parte del creado nuevo Consejo de Estabilidad Financiera. Además, ha tenido un protagonismo destacado, debido a sus reuniones previas con la UE y con los países latinoamericanos y sus buenas relaciones con Obama. En un segundo artículo analizaré los aspectos positivos de los acuerdos, así como las insuficiencias en ámbitos como la creación de organismos internacionales de regulación y control del sector financiero, la reforma de otras instituciones económicas internacionales o la lucha contra la pobreza y el cumplimiento de los Objetivos del Milenio.

(*) Román Rodríguez es presidente de Nueva Canarias. Román Rodríguez *

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