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Lola Campos se fue en octubre

Juan García Luján / Juan García Luján

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Lo decía el titular: murió Dolores Campos Herrero, periodista y escritora. Lola era de esa extraña especie que debería ser la más común en este oficio, la que milita en esa frontera entre la literatura y el periodismo. Vazquez Montalbán, Juan José Millás o Fernando Delgado son otros ejemplos que han discurrido por los caminos que combinó Lola. Pero al final la política absorbe tanta tinta y tanto tiempo tonto que después de tres décadas de democracia formal tenemos que seguir cantando que corren malos tiempos para la lírica, y mucha gente que vale para las letras se ha quedado abducida por el periodismo.

Pero Lola se dio cuenta pronto de ese peligro, y buscó y encontró tiempo para escribir cuentos, novelas, poemas y, últimamente se había puesto a escribir una obra de teatro. El periodismo servía para ganarse los garbanzos, pero con las legumbres no se alimenta el alma, por eso Lola necesitaba escribir, para alimentar su alma y para que su corazón se pudiese expresar. Lola contaba en los libros a la gente lo que la timidez no le dejaba contar por la calle.

Hace más de un año la enfermedad la había apartado de su trabajo en los informativos de Televisión Española, ayer sus compañeros y ex compañeros se unieron en una dolorosa y silenciosa despedida. Lola afrontó la enfermedad con discreción, pero entre terapias y revisiones, Lola cerraba los ojos y se ponía a crear, a escribir para el mundo. Lola luchó con fuerza contra la enfermedad, y logró llegar a octubre, su mes preferido, lo dejó escrito en su blog: “Si me dieran a elegir un mes del año, me quedaría con octubre. En las Islas tiene ese aire cálido y plácido de los veranos suaves que cuando parece que se acaban, aún nos prometen ternuras (?) Siempre me ha resultado un tiempo sosegado e inspirador, apropiado para empezar algo diferente. En octubre, hubo una Revolución que, en realidad, ocurrió en noviembre para el calendario europeo, no ruso, y que cambió el curso de la Historia del siglo veinte. En el siglo veintiuno, los octubres decisivos son todavía una incógnita”. Lola acabó con la incógnita de este octubre del siglo veintiuno. Será un mes de luto en el almanaque de la cultura canaria. Lola se fue en octubre. Empezó algo diferente, y nos dejó aquí, con más ganas de leer sus libros.

Alexis Ravelo, cómplice de Lola en varias aventuras literarias, me contaba ayer que muchos jóvenes creadores canarios habían perdido una referencia. Lola dio muchos cursos de creación literaria, quería transmitir su amor a los libros. Quienes querían contar con ella para un curso de literatura, para la presentación de un libro, para publicar en una revista alternativa?allí estaba Lola, dispuesta a regalar sus relatos y poemas a todos.

Una de las últimas veces que la vi fue en la avenida de Las Canteras. Por la noche se reinauguraba el Teatro Pérez Galdós. Le pregunté si iba a ir a escuchar a la orquesta Filarmónica de Gran Canaria, cuyos conciertos ella seguía un viernes sí y otro también. Me dijo que el Ayuntamiento no la había invitado. Bromeé y le dije que entendía al Ayuntamiento, que ella no tenía tanta cultura como para estar en la lista de los elegidos. La realidad es que Lola conocía perfectamente la Sinfonia nº 9 de Bethoven, quizás por eso los organizadores no querían que se sentara entre algunos ignorantes que pensaban que estaban escuchando una cancion compuesta por Miguel Ríos, pero que tenían el mérito de tener en el bolsillo el carné del partido que utilizó el teatro como escenario preelectoral.

Quiero imaginar que existe un cielo, y que Lola está reuniendo a los angelitos para organizar unas jornadas literarias, para leer poemas y comentar los cuentos de Cortázar o recitar un relato de Chejov. Ella era así de desinquieta. Le pediría a Lola que si se encuentra allá arriba con mi colega y amigo Cosme Orta que le pase, por ejemplo, Rayuela, que Cosmito se nos marchó hace unos meses sin equipaje y a lo mejor está aburrido, y que le diga que lo echamos mucho de menos por aquí abajo. A los padres que hayan perdido a sus hijos y que creen en el cielo les digo que deberían quedarse más tranquilos, porque Lola tiene que estar rodeada de chiquillos y les estará leyendo algún cuento. Lola tenía una niña dentro que escribía. Hace unas semanas la nombró en un relato: “La niña de todas las noches que siempre se volvía a mirarla y, sin razón aparente, se burlaba de ella”. La niña Lola se burlaba de la vida reviviendo los momentos divertidos de la infancia. Y la Lola Campos grande se burló de la muerte resistiendo a la enfermedad porque quería llegar a su mes preferido, octubre, y se marchó en el silencio de la noche, sin tiempo a que se imprimieran las esquelas. Qué manía tuya, Lola, la de no querer hacer ruido? Juan García Luján

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