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La sombra de Dimas

Francisco Pomares

Santa Cruz de Tenerife —

Las informaciones sobre el alcance de la corrupción en Lanzarote no dejan lugar a dudas sobre la existencia de una mancha de corrupción y latrocinio que penetra hasta los mismos cimientos volcánicos de la isla. Es fácil escandalizarse ante los hechos que se publican, pero lo cierto es que –más allá de datos y nombres- la mayoría de las informaciones no revelan nada que no se intuyera. En las conversaciones fuera de micrófono con políticos o ciudadanos conejeros, las revelaciones de la ‘operación Jable’ son “más de lo mismo”. La misma historia de siempre, sólo que ahora teñidas de verdad judicial, que no es pequeña diferencia…

Hay distintas formas de aproximarse a lo que ocurre –viene ocurriendo desde hace tres décadas- en la isla de Lanzarote. Una, quizá la más sencilla, es considerar que en Lanzarote campó durante todos estos años un estilo de hacer las cosas en política –el estilo de Dimas- que acabó por contaminar a la mayoría de las personas con responsabilidades públicas que se rozaron con él ‘hombre fuerte’ de la isla. Es cierto que ocurrió así, que Dimas o su entorno más directo están en el origen de la mayoría de las golferías investigadas en Lanzarote en los últimos años, algunas con éxito, otras no. Pero no es cierto que eso explique un fenómeno tan persistente y duradero, una corrupción tan generalizada y con tantas ramificaciones dentro y fuera de la isla.

Otra explicación recurrente es la de que en Lanzarote el dinero fácil circuló a mansalva durante los años de la euforia turística y eso compró muchas voluntades y conciencias. También es cierto. Pero tampoco sirve ese río de oro de las licencias y las comisiones para explicar porqué la situación de Lanzarote ha sido tan especial y porque alguien como Dimas pudo sostener su poder e influencia durante treinta años, a pesar de que –en la isla y fuera- mucha gente conocía sus hazañas y trapisondas. Lo que pasó en Lanzarote ha ocurrido en muchos otros sitios de España y de Canarias. No es un fenómeno desconocido en Fuerteventura o en los sures de Gran Canaria y Tenerife, dónde el dinero fácil también circuló a raudales.

Lo que convierte el de Lanzarote en un caso tan largo y duradero es la inesperada mezcla de dos factores singulares que no se dieron con tanta intensidad en ningún otro lugar: uno es la omertá social y mediática sobre las golferías y otro la pervivencia del poder político de Dimas a pesar de sus problemas con la Justicia.

En Lanzarote existieron –durante la etapa de mayor gloria y poder de Dimas- más medios de comunicación per cápita que en ningún otro lugar de Canarias. Ninguno rompió jamás el ‘statu quo’ de silencio establecido en torno a las ‘travesuras’ del patrón de la isla. Informaban, claro, de lo que contaban los periódicos regionales, pero en pocos casos mordieron la mano que les daba de comer. En mayor o menor medida, los medios de Lanzarote se adaptaron a la situación. Y lo mismo hicieron los partidos políticos. Todos, aunque es cierto que algunos más que otros: Dimas fue presidente regional de las Agrupaciones Independientes, la federación de la que surgió Coalición Canaria. Porque Dimas era imprescindible para gobernar las islas. Sus tres o cuatro diputados humillaron a presidentes y consejeros, obligando a viciar presupuestos y leyes a su capricho. Era un secreto a voces, y duró hasta que se inventaron ‘barreras insulares’ para evitar que Dimas pudiera seguir actuando por su cuenta. Pero cuando dejó de ser la llave de Canarias siguió siendo la dovela del poder real en Lanzarote.

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