No, no vamos a profundizar en el espantoso ridículo de la marca España en Buenos Aires, una ciudad y un país, Argentina, que no se la da nada bien al Gobierno de Mariano Rajoy, como acredita aquel viaje casi clandestino de Soria para fracasar en su intento de salvar a su Repsol del alma de las garras de Cristina Kirchner. Sólo hablaremos hoy de las palabras pronunciadas y de las oportunidades perdidas, que es al fin y al cabo lo que todos presenciamos este fin de semana de euforia desinflada, de fanfarronería chulapa y, sobre todo, de profunda tomadura de pelo al pueblo español. Que tragó de lo lindo a tenor de ese 91% que dicen que decían las encuestas y jaleaban los grandes medios informativos, deseosos de asaltar la parte correspondiente de la suculenta tarta publicitaria que se avecinaba. Palabras pronunciadas y oportunidades perdidas. “Claro, tenemos un presidente que no se levantó al paso de la bandera de Estados Unidos”, profirió Ana Botella en 2005 al fracasar la candidatura española a las olimpiadas de 2012. O, ese pronunciamiento más grave, el de Rajoy, culpando también a Zapatero y a su política exterior del pinchazo olímpico para la misma ciudad, por otra parte gobernada por el PP desde 1991. Palabras que además de retratar cruelmente a sus autores se vuelven ahora como lanzas en dirección a su entrecejo de manera despiadada. Oportunidades perdidas. Tres solo en lo que respecta a la candidatura madrileña, una oportunidad discutible en un país que se desangra por los recortes, a los que el mundo del deporte no ha sido en absoluto ajeno. “Claro que hay dinero para las olimpiadas”, proclamó el ministro De Guindos en vísperas del desastre bonaerense, 1.500 millones de euros solo para terminar las infraestructuras pendientes. Pero vienen 1.000 más de recortes a las comunidades autónomas para que, a su vez, recorten más en deportes, en atenciones a los más desfavorecidos, en sanidad, en educación o en inversiones productivas, tanto o más que unas olimpiadas si nos organizamos bien.