Una freidora. El alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Juan José Cardona, convocó este miércoles a la prensa local para un acontecimiento singular: la entrega de una freidora industrial a Cáritas Diocesana de la ciudad, una de las instituciones más admiradas por la ciudadanía por el impagable servicio que está prestando a miles de personas acuciadas por la crisis y el tradicional abandono al que siempre han estado sometidos los más desfavorecidos. Ya resulta un tanto anacrónico eso de hacerse una foto y autopromocionarse políticamente entregando una donación, en unos tiempos en los que sobra la propaganda y falta la acción política eficaz. Pero lo que salta de lo anacrónico a lo indignante es que, encima, ese pedazo de alcalde se haya ido a retratar a Cáritas para regalar una freidora industrial que ni siquiera costeó el Ayuntamiento, sino que es producto de la aportación de un empresario que ha preferido reservarse el anonimato. Es decir, no presumir de un acto solidario, no hacerse una foto en la puerta de Cáritas Diocesana, ni ceñirse un ridículo gorrito para salir en otra instantánea interesándose por los calderos en los que se cocinan las comidas que la entidad sirve a la gente. Un Ayuntamiento con una precaria (por no decir que inexistente) política social, que desprotege a los colectivos más sensibles, que asiste desde una atalaya de soberbia a conatos de rebelión vecinal como los protagonizados por barrios como Cruz de Piedra no se puede permitir boberías como esta. Es para mandarlos a todos, freidora en ristre, a freír espárragos.