Hay testigos (y paredes) en el Palacio de Justicia de San Agustín a los que todavía rechinan aquellas palabras de Alba proclamando que no lo veía muy claro en el caso Kárate, una elocuente declaración de intenciones hacia la labor de instrucción de Parramón pronunciada antes de que empezara el maratoniano juicio oral en el que mostró hasta donde es capaz de llegar con tal de desbaratar la labor de su compañero. La puesta en libertad y la consecuente futura absolución de una de las tres principales encartadas en este caso de corrupción de menores ha sorprendido a todo el mundo y va en la misma línea descalificatoria de la instrucción de Parramón. Pero hay más gestos que lo delatan. Por ejemplo, aquella batería de acusaciones infundadas contra el presidente del TSJC, Antonio Castro Feliciano, veterano asociado a Jueces para la Democracia, al que atribuyó una suerte de tratos de favor -incluso una velada prevaricación- en el nombramiento de jueces sustitutos, lo que en realidad escondía un sonoro cabreo del quejoso magistrado por no poder acumular en su nómina más comisiones de servicio de las que ya disfruta con un resultado profesional puesto en entredicho por quienes velan por la calidad de nuestra Justicia. Siempre del lado de lo menos recomendable de la sociedad, tras cerrar filas con José Antonio Martín y con Ivonne González, del caso Kárate, Salvador Alba se ha alineado ahora con uno de los más activos imputados del caso Eolo, el abogado canario-madrileño Alfredo Briganti, que reparte los autos del magistrado con tanto entusiasmo que hasta se olvida de los votos particulares que llevan anexos.