Concepción de Vega ha sido una jefa superior incómoda, de eso no hay duda. No ha transigido ni ante los poderes tradicionales, ni ante la tiranía de la prensa ni ante las inveteradas costumbres que marcaban que la impunidad es para quien se la trabaja y la paga. En ocasiones ha estado muy sola, apenas respaldada por la delegada del Gobierno, Carolina Darias, como cuando le llovieron las críticas de muchos sectores de poder de la sociedad canaria por detenciones de intocables, por las acusaciones infundadas y falaces del presidente del PP canario, que aún hoy dice ser víctima de la persecución policial, o por respaldar a los suyos frente a unos generales ofendidos. Y dentro de la casa también le ha estallado alguna bomba, especialmente cuando quiso hacerse con un equipo de confianza y romper con atavismos. Contra ella hemos escuchado cosas que jamás se las habría dirigido nadie a un jefe superior de Policía, y menos a su antecesor, Narciso Ortega, al que sólo se atrevieron a criticar cuando ya estaba en Barcelona. Estamos a punto de perder a una magnífica profesional en gran parte por haber intentado ejercer en una sociedad machista y misógina.