El esperanzador apretón de manos servía a Bravo de Laguna, al Partido Popular y a determinados sectores empresariales para alimentar el mito de que ninguna inversión prospera en Gran Canaria por motivaciones insularistas, por las trabas que impone Coalición Canaria desde Tenerife o por la excesiva carga burocrática que la Comunidad Autónoma impone a los inversores. Algo de burocracia y de una inmensa maraña de leyes administrativas sí que hay, y debe ser arreglado, pero el tiempo transcurrido desde aquel apretón de manos en Berlín hasta el nuevo desencanto del dueño de Siam Park, demuestra que lo que hasta ahora ha impedido la implantación de ese o cualquier otro parque temático en el Sur de Gran Canaria no es una conspiración tinerfeña o de funcionarios saboteadores, sino el precio del suelo que imponen de manera legítima sus propietarios. Porque, una vez más, ha sido esa la razón por la que los Kiessling han roto sus conversaciones con Gran Canaria, la postura irreductible de la familia del Castillo y otros propietarios que no pasan por el aro del precio que el inversor quiere imponer para unos terrenos muy golosos situados en las inmediaciones de El Veril. Las leyes del mercado son las leyes del mercado, y si los que tienen el suelo no lo quieren soltar a según qué precios, por algo será. No vemos a Bravo ni a nadie del PP poniendo en entredicho este principio tan liberal, ¿verdad?