Soria no ha explicado a la opinión pública por qué ocultó que su hijo se sumó, en su segunda fase, al viaje que realizó gratis con el empresario Björn Lyng en agosto de 2005, mientras le tramitaba las famosas camas de Anfi Tauro. El vicepresidente del Gobierno ha preferido continuar en su cruzada particular contra el PSOE y contra los mecanismos e instituciones del Estado de Derecho, avalado ahora por la misma esquizofrenia que ha invadido a sus compañeros de partido, todos ellos rodeados de chorizos y maletines, cuando no de espías muy chapuceros. El descubrimiento de que el hijo de Soria viajó también a Noruega pone en entredicho no sólo la credibilidad del presidente del PP, bastante en entredicho, sino también los datos bancarios aportados por Soria en su declaración ante la juez Margarita Varona. Si a la juez explicó sus gastos a razón de 170,39 euros por persona el billete Oslo-Trodheim, y a 315,86 el de regreso Oslo-Gran Canaria, ¿cuadrarían esos importes con el extracto bancario teniendo en cuenta que en vez de dos fueron tres los pasajeros? ¿Cuadrarían también los hoteles? Podría disculparse diciendo que no quiso mezclar a su hijo en cuestión tan enojosa, pero que lo haga, que acusando a los demás de conspirar contra él no contribuye a que nada se aclare.