El paso dado por Rosa Rodríguez puede acarrearle al Grupo Popular en el Cabildo de Gran Canaria algunos efectos no calculados. Todos los consejeros consultados este lunes coincidieron en corroborar que una acción así es imposible sin al menos la bendición de José Miguel Bravo de Laguna, enfangado como pocas veces en su carrera política en medio de una ciénaga de despropósitos y chalaneos dirigidos a preservar la presidencia al abrigo de posibles mociones de censura. Tener en la oposición a políticos de la talla y la retranca de Román Rodríguez o Carmelo Ramírez, del recorrido amplio de Carolina Darias o de Augusto Hidalgo, o de la paciencia de Fernando Bañolas le garantizan a Bravo un mandato bien preñado de sobresaltos. Y lejos de tener la fiesta en paz, el presidente del Cabildo ha optado por la confrontación abierta empleando la extensión de la mierda a todos los rincones de la Corporación, seguro como está de que sus votantes siempre perdonarán al PP sus veleidades y que los demás electores darán la espalda a los partidos de sus adversarios. Enfangar la imagen de la institución y de sus miembros, emplear el todos somos iguales, parece una táctica rentable para salir de estos primeros compases de transfuguismo y de vendeta, pero muy peligrosa en el medio y en el largo plazo. Empezando por las discrepancias internas, que ya afloraron este mismo lunes en el PP ante este paso inexplicable. Prepárense para ver a Bravo rememorando viejos episodios teóricamente olvidados.