Lo adelantábamos aquí hace una semana: una histórica deuda de los primitivos propietarios de una parte de los suelos del barranco de El Lechugal pone en peligro una de las urbanizaciones turísticas más renombradas del Sur de Gran Canaria, Anfi Tauro. La noticia trasciende el ámbito meramente judicial, pese a que todo se dilucidará el próximo mes de noviembre en un juzgado de Primera Instancia de Las Palmas de Gran Canaria, donde se ejecutará -si nadie lo remedia- un embargo por reclamación de cantidades, para adentrarse hasta el tuétano en el futuro del turismo en Gran Canaria: ¿excelencia o chapapote? ¿calidad en el producto turístico o chochos y pejines? Porque desaparecido en 2006 el empresario noruego Björn Lyng, artífice de una de las urbanizaciones más lujosas de cuantas pueblan la oferta turística canaria, Anfi del Mar, solo quedó en pie con esa bandera de la excelencia el canario Eustasio López al frente del Grupo Lopesan, que ha convertido la playa de Meloneras en un referente turístico mundial. Lyng tenía un sueño que no era compartido por sus hijos: convertir Mogán en un destino tan apetitoso que atrajera a los compradores de su fórmula de multipropiedad para arrebatar así el primer puesto que en esta modalidad ocupa en el mundo el grupo Disney. Pero hay proyectos nobles que se estropean en esta tierra por la confluencia de factores perversos: Lyng soñaba con un complejo impresionante en el barranco de El Lechugal, en Tauro, pero no le alcanzaba el dinero. Así que primero metió a Tui en su negocio, y Tui dio paso a Santiago Santana Cazorla, y Santana Cazorla estalló junto a la crisis.