No corren buenos tiempos para la decencia política. Ni siquiera cuando medio mundo se aterroriza por lo que está pasando con las cuentas públicas, cuando sanearlas es un reto de tan difícil consecución en medio de un torbellino de casos de corrupción que lo afean todo. Porque si ya es compleja la austeridad, cuando ésta ha de aplicarse a comportamientos habitualmente corruptos y, por lo tanto, onerosos para las arcas públicas, la cuestión se convierte en titánica. Aún así, aún en el estado fatal de la cuestión, todavía hay políticos que no han aprendido nada. Creen, estos políticos irreductibles, que la corrupción o los comportamientos inmorales jamás les pasarán factura, y para ello utilizan de modo empírico recientes resultados electorales, como si las manchas de deshonra política las lavara eficazmente el paso por las urnas. Ese es el lamentable caso de un político canario de amplio y ambicioso recorrido que en más de una ocasión ha proclamado al mundo que su experiencia en tal o cual institución ha sido verdaderamente “enriquecedora”. No vamos a ser nosotros quienes lo pongamos en duda porque ya se sabe que a confesión de parte, relevo de pruebas. El político en cuestión pasará a la historia de la vida pública isleña, entre otras muchas indecencias, por su especialidad en vacaciones ventajosas, lo que no le ha impedido en absoluto permitirse el lujo de veranear este año en uno de los hoteles ilegales que insultan a los habitantes de Lanzarote cada día con su sola presencia y sus ansias de impunidad.