La historia del meteoro que rozó Gran Canaria y se convirtió en meteorito al tocar el mar

Un meteoro surca el cielo al anochecer

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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Miércoles, 15:35 de la tarde. Un estruendo sobresalta a gran parte de la población de la isla de Gran Canaria. Los que estaban durmiendo la siesta se despertaron. Otros creyeron que se había producido un accidente de tráfico. O incluso algo peor, que había explotado una bomba. Las persianas y ventanas vibraron por segundos, del mismo modo que lo hacían en La Palma cada vez que el volcán rugía. Pero esta vez, el causante no era natural de la Tierra, sino del espacio exterior.

La Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos (SPMN, en sus siglas en inglés), coordinada desde El Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC), define un bólido como los meteoros más brillantes que igualan o superan la luminosidad del planeta Venus, surcó el cielo de Canarias y se sintió especialmente en la isla redonda. Los primeros que lo vieron fueron los habitantes de La Palma. Allí, algunos testigos comunicaron la presencia de un rayo de luz de color verde y rojizo, un dato que los expertos asocian al citado fenómeno y que se debe a la quema de diferentes elementos químicos del propio objeto (como el níquel) y de la atmósfera a medida que pasa el meteoroide a velocidad supersónica, según explica Julia de León, investigadora en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).

Ya en Gran Canaria, la novedad no fue el avistamiento del meteoro –no hay ningún vídeo que lo haya captado, tampoco, pero sí uno que registró el sonido–, sino el estallido que causó. La magnitud es desconocida. El origen, también. Lo poco que se registró del mismo lo pudo hacer el Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN), que detectó una onda de choque “probablemente por un objeto desintegrándose en la atmósfera a hipervelocidad”. Y los científicos consultados por el Gobierno de Canarias añadieron que el “estampido sónico” se debió “al paso de un bólido que ha tocado la atmósfera en esta isla”.

Cuenta De León, doctora en Astrofísica por la Universidad de La Laguna, que la novedad de este episodio ha sido la captación del estruendo por una estación sísmica. Que ha sido un bólido “de los gordos”, el primero que se detecta en Canarias de estas características. “La gran mayoría de estos bichos caen en el mar y es prácticamente imposible recuperarlos. En España, tenemos profesionales con cámaras que monitorizan el cielo y lo hacen específicamente para eso, para captar bólidos”, explica. La SPMN, sin ir más lejos, ha contabilizado este año 83 fenómenos de este estilo en el cielo del Archipiélago, muchos de ellos captados por el aficionado Ramón López desde Lanzarote. Menos de 24 horas después del registrado en Gran Canaria, un vídeo captó otro sobrevolando la isla conejera.

Lo normal es que la mayoría de estos cuerpos rocosos, principalmente formados por silicatos, se desintegren sin peligro al entrar en contacto con la atmósfera terrestre. No suelen ser muy grandes. Miden entre una milésima de milímetro y diez metros. “Yo estaba en Menorca la semana pasada y hubo un día que vi hasta siete bólidos”, agrega Antonia Varela, astrofísica y directora de la Fundación Starlight, entidad creada por el IAC para la divulgación astronómica. Pero algunos “sobreviven” al aire a alta presión debido a su tamaño. No les da tiempo a desintegrarse por completo. Y así se convierten en meteoritos.

“Sospecho que el de Gran Canaria, por cómo se detectó, se tuvo que fragmentar y que esa es la explosión que todos oyeron. No sé si algún trozo más pequeño cayó al mar. Alguno quizá sí. Pero normalmente, cuando recuperas un asteroide que ha sobrevivido a su entrada a la atmósfera, eso se llama meteorito”, apunta De León. “Probablemente, acabó convirtiéndose en un meteorito en el mar, porque parece que tocó tierra ahí, no en ninguna isla”, señaló Miquel Serra, también del IAC, a la televisión canaria.

El trabajo para estudiar su composición se hace ahora complicado. Los meteoritos se suelen recuperar de forma exitosa en la Antártida y en los desiertos. Cuando la roca se va quemando, forma una especie de costra negra que destaca “muchísimo” contra el hielo o la arena. Pero eso no quiere decir que no caigan en otros lugares del mundo. Lo hacen constantemente. El 10 de mayo de 2007, habitantes de Ciudad Real observaron cómo una bola de fuego caía cerca de Puerto Lápice, en un campo de olivares y viñedos donde se recuperaron más de 70 fragmentos de menos de un kilogramo en total.

En otras ocasiones, en cambio, el impacto ha sido más peligroso. Como en Rusia, cuando en 2013, miles de pedazos de un bólido cayeron en la zona sur de los Montes Urales y la onda expansiva provocó cientos de heridos por la rotura de cristales. Un estudio publicado en la prestigiosa revista Science confirmó este episodio como la colisión más importante de un asteroide con la Tierra desde 1908, “causando un desastre natural en una zona con una población superior al millón de habitantes”. Uno de los meteoritos recuperados llegó a pesar 570 kilos.

De dónde proceden estos bichos, como suele decir De León, es la gran incógnita. La Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos estudia su trayectoria con cámaras de vídeo por dos motivos. Primero, para informar de la llegada de posibles meteoritos y su estudio a posteriori (si son recuperables). Y segundo, para determinar sus órbitas heliocéntricas (aquellas que se realizan alrededor del Sol) y así “deducir su procedencia en el Sistema Solar”. El gran sueño de todos los científicos que estudian el cielo es examinar estos avistamientos en sus tres fases: cuando fueron asteroides en un principio, luego bólidos y finalmente meteoritos. Algo así solo ha ocurrido una vez, en 2008, en el norte de Sudán.

Antonia Varela, por su parte, cree que todavía es demasiado pronto para adivinar la fuente del que pudo caer cerca de Gran Canaria. Lo mismo considera Miquel Serra. Pero lo cierto es que la mayoría suelen provenir del Cinturón de Asteroides (aunque también de rocas desprendidas de cometas o, más raramente, de la Luna), entre las órbitas de Marte y Júpiter.

“Si visualizamos el Sol y los planetas orbitando en un plano, el Cinturón de Asteroides sería como una especie de rosquilla entre Marte y Júpiter. Ahí ya hemos identificado un millón y medio de objetos. Lo que ocurre es que la gravedad de estos planetas, sobre todo de Júpiter, es muy grande, lo que hace que algunos de estos cuerpos escapen del cinturón y sean un poco inestables. Sus órbitas cambian mucho, se vuelven muy elípticas y eso hace que se acerquen a la Tierra”, razona de León.

La razón de por qué estos asteroides cambian su trayectoria durante millones de años se debe a un proceso “un poco complicado”, advierte la astrónoma. Básicamente, los más pequeños del cinturón, mientras van rotando, se calientan por el Sol y expulsan toda esa radiación. Pero ese procedimiento no es simétrico. Algunos no emiten lo mismo que absorben o lo hacen con cierto retraso. Y eso, al final, va creando un empuje.

“Es una fuerza de radiación. Desplaza sus órbitas, las hace más grandes o más pequeñas. Este movimiento acerca estos objetos a resonancias gravitacionales. ¿Y qué pasa? Que esas zonas del Cinturón de Asteroides funcionan como lanzaderas. Los asteroides salen disparados. Muchos de esos objetos pueden llegar a salir del Sistema Solar. Otros caen hacia el Sol. Y algunos se acercan a la Tierra”, remarca De León.

Así, estos se convierten en asteroides próximos a nuestro planeta (NEA, en sus siglas en inglés). Los que son de más de un kilómetro están identificados. Pero los que miden entre 100 metros y 1.000, ya es más complicado. “Creemos que tenemos detectados el 40 o 45%. Necesitamos telescopios bastante más grandes para eso”, recalca la experta. Y ya si el cuerpo es incluso más pequeño, como el de Gran Canaria, es el más difícil todavía.

“No hay forma humana de detectar un asteroide de un metro. Es imposible monitorizar el cielo todo el rato. Y si encima la llegada es diurna, no los podemos ver, porque no podemos observar el Sol durante el día con telescopios”. De hecho, el bólido de Rusia de 2013 llegó de forma inesperada mientras el mundo entero esperaba la aproximación del asteroide 367943, denominado Duende, de unos 45 metros de diámetro y que pasó a menos de 30.000 kilómetros de la Tierra, el más cercano hasta la fecha. Nadie había previsto su impacto. 

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