“Mis libros repueblan el desierto y resucitan a sus muertos”
MADRID, 14 (EUROPA PRESS)
“Creo que de alguna manera mis libros vienen a repoblar el desierto y resucitar a todos sus muertos”, afirmó el escritor chileno Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950), Premio Alfaguara 2010 por su obra 'El arte de la resurrección', que acaba de publicarse en España.
Este autor, “con cara de boxeador” y con la “cartografía del desierto en el rostro” (dibujada durante los más de 30 años en los que trabajó como obrero en el árido norte de Chile), es conocido por describir ese territorio, sus personajes (“siempre me inspiro en personas reales”) y sus anécdotas como ningún otro más. “Siempre digo que el desierto soy yo”, sentenció a Europa Press este escritor que vive en Antofagasta, en el norte de Chile.
Rivera Letelier, con su mezcla de crónica social y “realismo estético”, se alzó ganador del Premio Alfaguara el pasado marzo entre los más de 500 manuscritos enviados. Para el escritor, que obtuvo diversas galardones en su país, el premio es un “empujón” y una “inyección” en su obra. “El prestigio de ese premio en el mundo hispano es inmenso” reveló Rivera Letelier, para quien ser escritor “no es una carrera, sino un destino”.
UN CRISTO NO CASTO
El desierto de Atacama y sus oficinas salitreras son el escenario de 'El arte de la resurrección', que se centra en la trayectoria de un personaje real, Domingo Zárate Vega, conocido como 'el Cristo de Elqui' por creerse la reencarnación de Jesucristo. “Me creé en una familia de predicadores e hice un Cristo que me hubiera gustado encontrar en el Evangelio, un Cristo humano, que reí”, detalló Rivera Letelier sobre su creación.
La educación y el lenguaje religioso (“me crié con la Biblia”), una experiencia “como vagabundo” (“yo vagué por el Cono Sur con una mochila al hombro por cuatro años”), una investigación y “un par de fotos muy contradictorias” del 'Cristito' fueron las herramientas para que el autor crease el Domingo Zárate Vega del libro, además de su vivencia de 45 años en el desierto.
La acción transcurre en 1942, cuando el Cristo se entera que en la oficina de Providencia vive una prostituta que venera a la Virgen del Carmen y que encima se llama Magalena, sin la 'd', pero con la misma aura divina, según los “feligreses” que ocupan su cama. “Es la mujer ideal para cualquier hombre: una puta santa”, bromeó el escritor, quien detalló que ese Cristo veía como “una aberración” la castidad.
“Creo que lo pinté en imagen y semejanza como soy yo”, detalló, añadiendo que tiene “muchas cosas en común” con su personaje. “Para él el desierto fue fundamental para que predicara y fue fundamental para que yo me convirtiera en escritor. Además, también es vanidoso, igual que yo”, justificó.
“NO CREO EN DIOS, PERO ÉL CREE EN MÍ”
Con la idea de buscar a Magalena Mercado para transformarla en su discípula y amante, el Cristo de Elqui atraviesa el desierto para hacerle su propuesta: pasar la década siguiente predicando y divulgando la inminente llegada del fin del mundo. En el camino, se cruza con personajes esculpidos en los recuerdos de Rivera Letelier.
“En ese desierto llegó a haber 300 campamentos, con más de 100.000 almas trabajando allí. De esos, queda uno con vida, los otros están enterrados en sus cementerios”, lamentó el autor, que con obras como 'Reina Isabel cantaba rancheras' y 'Santa María de las flores negras', viene “repoblando” con sus personajes el considerado desierto más árido del mundo.
Rivera Letelier no conoció al Cristo de Elqui (“me hubiese encantado encontrar a él predicando, creo que me hubiese convertido en uno de sus apóstoles”), pero su figura lo “perseguía” desde que era niño, apareciendo en otras de sus obras. Con el nuevo libro, el escritor tuvo la oportunidad de imaginar su acciones, pensamientos o incluso un encuentro entre el predicador y la poetisa Gabriela Mistral.
Pese a la educación religiosa, el escritor declaró que hoy no es creyente. “Creo que me vacuné contra eso justamente por haber ido a la iglesia desde que era chico. Ahora digo que no creo en Dios, pero sé que Dios cree en mí y me quiere mucho”, concluyó el escritor, nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia en 2001.