París en la cumbre
Este 30 de noviembre comenzó en París una nueva Cumbre del Clima con el calentamiento de la Tierra como asunto central. Acudirán al menos 35.000 personas: 10.000 representantes de 196 países, incluidos varios jefes de Estado y de Gobierno; 20.000 observadores de organismos internacionales como el Banco Mundial; y 5.000 periodistas. Desde que en Ginebra se reconociera que el cambio climático es una amenaza real para la vida en la Tierra hasta este encuentro de París han pasado 35 años en los que se incluye la década que tardó en asentarse la idea de que solo con actuaciones decididas y fuertes puede detenerse el efecto invernadero y hacer manejable el calentamiento y el cambio climático mediante la reducción de la emisión de los seis GEI (Gases de Efecto Invernadero). De por medio queda también la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro que tuvo lugar en 1992.
En Río se dieron cita más de cien jefes de Estado y de Gobierno y los compromisos adquiridos pusieron en el mapa del futuro político y económico del mundo entero la imperiosa necesidad de preservar, conservar y regenerar el único soporte que tiene la vida sobre el planeta. Allí se suscribió la Agenda 21, un programa de “desarrollo sostenible”, concepto llamado a popularizarse. La Agenda puso el acento en la lucha contra el cambio climático, la protección de la biodiversidad y la urgencia de acabar con la emisión de sustancias tóxicas; de reducirlas al menos. En Río se reconoció la íntima relación entre ecología y desarrollo económico que ha sido y es uno de los tantos caballos de batalla pues del lado empresarial, el que suelen amparar los políticos, tienden a no hacer concesiones a ecologistas y ecólogos y con demasiada frecuencia ni siquiera accede al diálogo, actitud que enerva a los defensores del medio ambiente por cuanto las más de las veces presentan la depredación desarrollista y la especulación como generadoras de riqueza. Lo que ocurre en las islas, donde tratan de eliminar la moratoria turística, es paradigmático: los empresarios presionan a un Gobierno canario ya de por sí tan receptivo a las demandas del dinero que pocos creen que cuando abra la mano, cosa que hará seguramente después de las elecciones, se ocupe de evitar darle barra libre a los depredadores. Se ha ganado a pulso la desconfianza.
Y de la calentura local regreso al calentamiento global. En 1997 se acordó en Kyoto el protocolo para reducir en un 5,2% respecto al nivel de 1990 las emisiones de los seis GEI (Gases de Efecto Invernadero). Se estableció que las actuaciones se desarrollarían durante el periodo 2008-2012. Como es sabido, no se ha avanzado gran cosa: sigue la emisión de gases, continúa el calentamiento y hay quienes proponen ya dejar los hidrocarburos aún sin extraer donde están y olvidarlos. Pero lo cierto es que siguen las emisiones de gases y continúa el calentamiento.
Del negacionismo al negocio
El efecto invernadero creado por la emisión de los gases que provoca el calentamiento climático es un fenómeno natural, imprescindible para mantener una temperatura relativamente alta y constante que permita la vida en el planeta. Así, el cambio climático como fenómeno natural necesario desde que el mundo es mundo se argumenta para descalificar a quienes denuncian la situación. Sin embargo, nadie con un mínimo conocimiento de causa niega hoy que la acción humana ha convertido el efecto invernadero y el calentamiento en un serio riesgo para la conservación de especies vegetales y animales, incluido el Hombre; que es, insisto, quien ha alterado y sigue alterando la composición de los gases y aumentando con sus emisiones la presencia de unos y la incorporación de otros que, como los CFC (clorofluorocarbonos), no existirían en la atmósfera si no fuera por las actividades industriales.
El hecho es que, de no detenerse el calentamiento en niveles “gestionables”, se producirán catástrofes de las que algún anticipo tenemos ya hoy y ante las que resulta imperioso reducir las emisiones; para frenar o ralentizar el cambio que los menos optimistas (o más realistas, según se mire) consideran irreversible. El problema es que frenar el calentamiento no es tan fácil como provocarlo pues sus causas se vinculan al modelo industrial en que se basa todavía la economía de los países desarrollados y que es, al propio tiempo, a la que aspiran los países emergentes. Es la tensión extrema entre el desarrollismo que arrasa los recursos naturales y la conservación del medio y en definitiva del planeta.
Las pruebas del calentamiento y del cambio climático en marcha se acumulan aunque haya quienes continúan negándolo. Un negacionismo que obedece a diferentes causas entre las que se advierten detrás los intereses económicos y políticos protagonistas determinantes de la ya mencionada tensión economía-ecología; la que en España agudiza el prejuicio patrio, heredado del franquismo, que ve en cualquier crítica al sistema el afán subversivo del mester de rojería empeñado en echar al PP y hundir España, coño.
Entre los negacionistas ilustres figura, ya saben, Mariano Rajoy y un primo suyo; o mejor, figuraba porque el presidente reconoció no hace mucho que se equivocó. Aunque no por eso pasaré por alto que en el momento de su equivocación habían pasado varios años desde la cumbre de Johannesburgo 2002: es preocupante que un político que ha llegado a la presidencia del Gobierno de España no leyera el partido que allí comenzó a jugarse; como hace Busquets con los del Barça, dicho sea por lo de la afición al fútbol de Rajoy. Porque en la cumbre de Johannesburgo destacó la asistencia por vez primera de representantes de la sociedad civil. Así, no sorprendió que a la de Cancún acudieran en 2010 altos ejecutivos de las grandes multinacionales: allí se creó el Fondo Verde para proveer la financiación de proyectos y actividades en países en desarrollo; también se aprobó trabajar en tecnologías que promovieran la innovación, desarrollo y difusión de tecnologías. En definitiva, había dinero a repartir y ya saben lo del panal, la rica miel y las abejas que, dicen, están desapareciendo porque es mucho para ellas el calor.
La revista The Economist, en su portada previa a la cumbre de Cancún, resumió el nuevo enfoque de la cuestión: ya que los gobiernos, vino a decir, no se ponen de acuerdo para atacar las causas del calentamiento, centrémonos nosotros en combatir sus consecuencias y ganemos dinero. No se le escaparon a la revista los movimientos de las multinacionales que habían descubierto las posibilidades de negocio. Según la Fundación Entorno, dedicada a promover el desarrollo sostenible empresarial, el 74% de las compañías españolas veía ya el cambio climático como una oportunidad. Raquel Aranguren, directora técnica de esa Fundación, reveló la preocupación empresarial por la forma en que se gestionarían (eufemismo de repartirse) los 30.000 millones de dólares ya comprometidos en Cancún. Es decir, el miedo a que no los dejaran ni acercarse al pastel.
Rajoy, ya digo, no estaba en esas claves. Le ocurrió lo mismo que ahora en que mientras Obama, Merkel, Hollande, etcétera, andaban de reunión en reunión y mira que te bombardeo todo, él estaba en la COPE comentando un partido de la Champions. Salir del plasma y quedarse pasmado. Aznar, en cambio, sí que vio la posibilidad de sacar lasca. Hasta entonces proclamaba que no tenía sentido dedicar cientos de miles de millones “a causas tan científicamente cuestionables como ser capaces de mantener la temperatura del planeta Tierra dentro de un centenar de años”, afirmaciones que completaba con referencias nada amables a los progresistas de baratillo que siempre están buscando la forma de hacer daño. Sorprendió, pues, que presumiera de la magnífica (?) política medioambiental de sus dos gobiernos y se apuntara, a la vista de Cancún, al “ecologismo sensato”.
No tardaría en saberse de qué iba el héroe de las Azores. Lo reveló él mismo en la presentación del Global Adaptation Institute donde invitó a tomar decisiones contra el calentamiento “fundamentadas en la ciencia, no en motivaciones políticas”. El Institute fue creado a principios de 2010 por la NGP Global Adaptation Partners, una multinacional de inversiones en hidrocarburos, que planeaba crear un fondo de capital riesgo de 3.000 millones de dólares en el sector orientado al control del cambio climático. La NGP se estalló 10 millones de dólares en el lanzamiento del Global Adaptation Institute… con Aznar de pantalla pues las riendas las llevaba, desde la sede en Washington de la matriz, Juan José Daboud, considerado negacionista y con fama de halcón neoliberal. En definitiva, dinero del petróleo para financiar el instituto verde de Aznar.
Conviene reparar en que estas empresas, que pasaron de negar el calentamiento a intentar sacarle dinero, no hablan de lucha contra el fenómeno ni de reducción de emisiones sino de “adaptación”. O sea: que el negocio radica en dejar que siga el calentamiento sin atacar sus causas y limitarse a proporcionar los medios e instrumentos para defenderse de sus efectos a quienes puedan pagarlos y los demás a escupir a la calle. Sostienen, en fin, que lo importante es “adaptarse a las consecuencias del efecto invernadero, no luchar para evitarlo”.
El negocio radica, insisto, en la permanencia del fenómeno, no en reducirlo o eliminarlo. Según dijera por aquellos días David Bresch, alto cargo de la reaseguradora Swiss Re y cabeza del grupo de trabajo sobre “economía de la adaptación”, que así la llaman ya, para 2060 harán falta entre seis y nueve billones (con be, faltaría más) de dólares, o sea, 150.000 millones anuales para “adaptarse”. No parece aventurado sospechar que serán quienes dispongan de recursos económicos suficientes los que podrán hacerlo; por ejemplo, para adquirir alimentos primarios a los altos precios a que los pondrá la disminución de las cosechas, o para conseguir agua potable, otro bien que escaseará. Podría decirse que ya cuentan con el ensayo general de la actual crisis, con la que han cargado los sectores más débiles que, no obstante, al decir de las encuestas, se preparan a darle la victoria al PP en las elecciones del 20D. Señal de que los van “adaptando”; o “alienando”, que se decía en lo antiguo.
Divergencias en las cumbres
A pesar de la bulla de cumbres, reuniones, informes y demás, destaca en todos estos años la inacción. Desde 1861 en que comenzó a registrarse anualmente la temperatura media de la superficie de la Tierra, el planeta no ha parado de calentarse, a mayor velocidad a partir de 1900. La década de los 90 del siglo pasado fue la más cálida hasta entonces y 1998 el año más caliente. Ahora aseguran que este 2015 que acaba lo supera. Las previsiones para los próximos años apuntan a que el calentamiento seguirá adelante y que antes de finalizar este siglo se habrá incrementado en 5 grados si no se hace por impedirlo. Recuérdese que el margen de seguridad aceptado se fijó en 2 grados, el incremento máximo para evitar mayores problemas. En este sentido, Pilles Pargneaux, coordinador de la ponencia de la UE en la cumbre de París, dice que los niños que están naciendo ahora mismo, habrán cumplido los ochenta en los años finales de este siglo en que se encontrarán con un panorama pavoroso. Pergneaux considera que, de continuar el efecto invernadero creciendo al ritmo actual, la temperatura media estará para entonces entre los 3,7 y los 4,8 grados, algo menos de los que calculan otros, si bien pocos confían en que se consiga reducir el incremento al 2%.
Ya se ha indicado que los desacuerdos entre los países figuran entre las causas principales que impiden avanzar. Por poner un ejemplo, en la cumbre de La Haya los países diferían en las medidas adecuadas para aplicar el ya mencionado protocolo de Kyoto y la reducción de las emisiones en un 5,2%. Estados Unidos, el mayor emisor de GEI, proponía, junto a otros emisores, comprar a los países menos contaminantes (los más pobres, por supuesto) sus derechos de emisión, realizar transferencias de tecnologías más eficientes a los países en desarrollo y contabilizar los sumideros de CO2 (los bosques y las zonas húmedas que lo consumen). Son mecanismos aceptables ecológicamente si bien, en este caso, la finalidad buscada era evitar la aplicación de los directamente dirigidos a reducir las emisiones. Sin duda estaban los estadounidenses por el negocio de la “adaptación” y trataba de impedir la reducción de emisiones que, de desaparecer, podía dejar sin objeto social a las empresas dispuestas a forrarse. La UE por su parte no estuvo de acuerdo con las propuestas.
Las causas de las divergencias, al margen de las posturas y visiones ecológicas y las cuestiones de ideología apenas apuntadas, eran, son en realidad, más profundas e insalvables. Los Estados Unidos, con una economía basada en la energía y los combustibles baratos, no están dispuestos a emprender una reestructuración de sus empresas con tecnologías menos contaminantes; ni a aumentar la presión fiscal sobre los transportes.
Los países de la UE, sin embargo están mucho más interesados en potenciar la renovación asumiendo el coste que a corto plazo significará buscar combustibles más limpios: mientras los países en vías de desarrollo se dicen dispuestos a introducir nuevas tecnologías no emisoras de GEI, pero reclaman a los países ricos que colaboren en la financiación de proyectos. Cada cual enfoca el problema desde la perspectiva más ventajosa.
Por su parte, la OPEP demanda compensaciones por las pérdidas económicas que habrán de asumir al reducirse las exportaciones. Y los Estados insulares del Pacífico insisten en la necesidad de que se apliquen rápidamente medidas para combatir el cambio climático ya que están sufriendo ya la consecuencia anticipada del aumento del nivel del mar.
Mientras están para atrás y para alante, según determinados cálculos la inacción frente a las consecuencias del calentamiento hace que el planeta pierda cada año un billón de dólares (otra vez con be).
Este viene a ser, más o menos, el panorama con que se ha abierto este 30 de noviembre la cumbre de París. Los más optimistas están convencidos de que en ella se superará buena parte de los obstáculos que han impedido hasta ahora actuar. Una baza positiva es, desde luego, la generalización de la idea de que se trata de un problema planetario por más que afecte de distinta forma a los diversos países. Hasta hace unos años los estudios e informes se circunscribían al país que los encargaba y que yo sepa hasta 1981 no se presentó el primero que abarcaba a todos el planeta, su clima, sus recursos, etcétera. Lo elaboraron, por encargo del presidente Carter, la oficina medioambiental y el Departamento de Estado USA. El informe, publicado en español por Tecnos bajo el título El Mundo en el año 2000, lo metió Reagan en un cajón y hasta la fecha.
Las esperanzas de que salga algo positivo de la cumbre de París se debe a que 170 Estados de los 195 que están allí se han comprometido a reducir emisiones. O sea, a practicar la “mitigación” o “reducción” de emisiones de los GEI frente a la “adaptación”. Ese puede ser un punto sensible en que medir el alcance de los resultados, que quedarían pendientes del no menor obstáculo de que los países cumplan.
Otra cuestión importante a debatir es el propósito inicial de que la política de mitigación/reducción comience a aplicarse en 2020; frente al criterio de la Secretaría de Cambio Climático de la ONU de que se empiece actuar antes para evitar los cuantiosos gastos que supondría la demora. Por ahí va el informe Acción Climática Ahora en que la citada Secretaría onusiana advierte de que si no se actúa ya, hacia 2030 las emisiones tendrán que disminuirse al ritmo de un 6% anual hasta 2050, lo que aumentaría los costes un 44%.
Ya que me he referido a costes económicos, se asegura que a causa del calentamiento el planeta pierde un billón (de nuevo con be) de dólares al año. Sin olvidar el estudio encargado por el Gobierno británico a Nicholas Stern. Algo novedoso pues nunca antes se le había encomendado un informe de este tipo a un economista en lugar de a un climatólogo. Stern llegó a la conclusión de que ahora mismo se necesita, para mitigar los efectos del cambio climático, una inversión equivalente al 1% del PIB mundial y que, de no hacerla, se provocaría una recesión que podría alcanzar el 20% del PIB global.
Calentamiento y seguridad mundial
El calentamiento del planeta comenzó siendo un problema ecológico, luego mostró su dimensión económica y social y ahora amenaza a la seguridad internacional. En el futuro, como ha advertido Oxfam ante las Naciones Unidas, puede afectar a derechos humanos fundamentales.
Una buena pista para calibrar de qué manera puede afectar el calentamiento climático a la seguridad internacional la dio, en agosto de 2007, la expedición, comandada por Artur Chilingarov, de dos minisubmarinos que colocaron una cápsula de titanio en el fondo del mar, a 4.200 metros bajo el Polo Norte: para Moscú la cordillera submarina Lomonosov es extensión de su plataforma costera por lo que reclama la soberanía del llamado norte profundo, de acuerdo con la Ley Internacional del Mar. La desaparición progresiva de los hielos árticos, posiblemente irreversible a estas alturas, ha disparado las disputas sobre un área donde el Centro de Estudios Geológicos de Estados Unidos ubica la cuarta parte de los hidrocarburos pendientes de descubrir en el planeta. Hay tensiones en potencia entre los países ribereños.
Otro caso es el de Groenlandia. Aunque no sea tan problemático, sí es buena muestra de hasta donde puede el cambio climático dejarse sentir. Es la isla mayor del mundo con sus 2.522.000 de km de extensión cubiertos de hielo en un 84%, porcentaje que el calentamiento ha disminuido lo suficiente para que los groenlandeses se planteen su independencia de Dinamarca de cara al aprovechamiento de los ricos territorios que emergen tras miles de años sepultados. No creo que la sangre llegue al río por lo que la referencia viene bien como prueba para quienes yo me sé de cuanta verdad hay en eso de que hablando se entiende la gente.
Groenlandia, que fue primero noruega, pasó a ser danesa en el siglo XVIII. En 1953 dejó su condición colonial para convertirse en territorio del reino de Dinamarca. En 1979 obtuvo la autonomía interna con un traspaso de competencias que la obligó a abandonar la UE, en la que había ingresado en 1973 con Dinamarca. Es el único caso hasta ahora de salida de la UE.
El 25 de noviembre de 2008, los groenlandeses aprobaron en referéndum la ampliación de su Estatuto de Autonomía con el que consiguió mayores recursos económicos, el control de su petróleo y la posibilidad de acogerse al derecho de autodeterminación. Se piensa que en algún momento de este siglo proclamará su independencia y formará un nuevo Estado, aunque seguiría vinculada a Dinamarca: otra forma de resolver los problemas territoriales.
El trópico, la zona más afectada
El Ártico, al que pertenece Groenlandia, figura con el África subsahariana, Oriente Medio, Latinoamérica y el Caribe entre las zonas de mayor riesgo. Lo señala el informe Cambio climático y seguridad internacional que en 2008 presentara Javier Solana, como Alto Representante para la Política Exterior Europea y la Comisión Europea. Una de las conclusiones del informe fue asumir el umbral de seguridad establecido por la comunidad científica en 2 grados por encima de la temperatura de los tiempos preindustriales. Como ya se ha indicado, rebasar ese límite significa el riesgo cierto de efectos potencialmente irreversibles.
Desde 1900 la atmósfera se ha calentado 0,74ºC y la temperatura se estima ya la más elevada en el actual periodo interglaciar iniciado hace 12.000 años. Ya no hay duda de que es la actividad humana, en especial la relacionada con la industria, la que ha convertido el efecto invernadero en un peligro; porque, repetiré, se trata de un fenómeno natural potenciado, artificialmente podría decirse, por mano del hombre.
El problema se inicia con la Revolución Industrial que ha provocado, a medida que se desarrollaba en el tiempo, una concentración continuada de los gases que provocan el calentamiento. Actividades humanas, en especial la quema de combustibles fósiles, la deforestación y determinadas prácticas agrícolas se señalan como responsables. El dióxido de carbono es el principal agente al superar sus emisiones (76%), las de metano (16,6%), óxido nitroso (6%) y otros (2%). El dióxido de carbono ha aumentado su presencia un 31% desde 1750 a hoy. En ese mismo periodo, la concentración en la atmósfera de los tres gases citados ha alcanzado volúmenes desconocidos en los últimos 800.000 años. Y según creo haber anotado ya, la aparición de otros que no estarían de no ser la actividad industrial.
La intensidad del cambio climático y sus daños no serán los mismos en todas partes. Hay regiones especialmente expuestas por el aumento de las inundaciones, la erosión y la subida del nivel del mar; como las hay con escasa capacidad de adaptación y de previsión de las consecuencias de los cambios; o que dependen de una economía poco diversificada y dependiente de recursos primarios (agricultura, pesca, bosques) que pueden reducirse sustancialmente. La mayoría de los países tropicales o subtropicales reúnen todas estas características.