Sobre este blog

Estudio Ciencia Política y Periodismo en la URJC. Algo que alterno con la observancia voluntaria de las bajas morales que despierta el quehacer político y, aún así, con la capacidad que tiene de ilusionar la ciencia que estudió Max Weber. Escribiré sobre eso, sobre la política. Eso sí, de forma clara, tolerante pero sobre todo crítica.

La degeneración democrática

Aarón Rodríguez Ramos

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Mariano Rajoy y el Partido Popular nos venden la moto, bueno... al menos lo intentan. Hace ya unas semanas, el presidente del gobierno anunciaba que tenía un firme compromiso por la “regeneración democrática”. Sorprendente. Y es que para la derecha española hasta hace unos meses habían tres cosas sagradas: la Constitución, la legislación electoral y el Senado. A ninguna de ellas se habían atrevido, ni siquiera planteado, meter mano hasta tal punto de considerar sacrílego al que lo propusiera.

Pero eso ya no es así, y en Génova 13 han pensado que puestos a pecar más vale ir a por todas y ya luego si tal confesarse. Porque lo que hasta a día de ayer era intocable, hoy es una propuesta para la regeneración democrática de este país, para recobrar la confianza entre representantes y representados e incluso hasta para que aumente el índice de felicidad por ciudadano. Bromas aparte, el entusiamo de los populares en su defensa a ultranzas de la reforma de la ley electoral para que los alcaldes sean electos de forma directa es tan vehemente que roza la hipocresía más absoluta.

En agosto de 2011 pasó algo parecido, hasta ese entonces el Partido Popular era totalmente reacio a tocar ni la más mínima coma de nuestra Constitución (sí, ésa que tiene 36 años). El Partido Socialista no era reacio, pero tampoco había propuesto claramente ningún proceso constituyente para solucionar la crisis política que en ese momento ya llevaba 3 años desarrollándose paralelamente a la económica. Sin embargo, el histórico y excesivo celo del PP para que mantener intacta la “ley de leyes” se disipó tan rápido como una llamada de Angela Merkel. La canciller alemana dijo alto y claro que el techo del déficit y en nivel de endeudamiento debían ser una disciplina constitucional, que las naciones (del sur de Europa) tenían que imponerse a sí mismas para cumplir rigurosamente. Entonces fue cuando nació el artículo 135: sin pasar por las urnas, tramitado de urgencia y en verano. La mayor pérdida de soberanía económica que se recoge en nuestro ordenamiento jurídico no la pudo aprobar ni rechazar la ciudadanía española de forma directa.

¿Pero qué más da eso si podemos elegir a nuestro alcalde de forma directa? ¿Eh? ¡Qué gran noticia! Menos mal que desde Moncloa saben cómo frenar esto de la crispación social y la falta de empatía de nuestros gobernantes para con sus gobernados. Si ya de paso sumamos un nuevo lenguaje con grupos de palabras como “elección directa”, “mejor representatividad” o “regeneración democrática” tenemos a un grupo de señores que nos están intentando vender la moto que ya le compramos a Pablo Iglesias. Porque sí, en el centro de este nuevo lenguaje que aparece en el PP hay dos orígenes: los resultados de las pasadas elecciones europeas y los resultados de las próximas elecciones autonómicas y locales. Que nadie se engañe, esta “migaja” de reforma que supone la elección directa del alcalde tiene mucho más de mediático y retórico que realmente de sustancial como proyecto.

El gobiermo y el PP pretenden hacernos creer que sí, que han aprendido la lección de las pasadas europeas en las que el bipartidismo se hundió. Y en un gesto “lampeduso” pretenden cambiar algo para que nada cambie. Y si de paso sacan tajada electoral como todo apunta que pasará con la elección directa de alcaldes, que servirá para mantener en las alcaldías a sus candidatos en Madrid o Valencia porque no conseguirán mayoría absoluta, pues ellos están muchísimo más contentos. Porque algo que parece (y sólo parece, porque es nimio) que viene a dar solución a un problema como es la pérdida colectiva de esperanza en nuestros políticos además puede beneficiar al propio PP a nivel electoral. Electoralismo puro y duro, al estilo de esos regímenes populistas que tanto critican y de cuyas democracias sospechan, miren por dónde.

Mientras tanto quedarán archivados en los cajones de los ministerios los temas importantes y las medidas necesarias para que la sociedad civil pueda volver a sentirse representada por las instituciones del Estado de Derecho. Quedarán archivados los debates sobre si el método matemático d'Hondt es el más proporcional o equitativo para repartir los escaños, o sobre si el actual número de escaños por provincias no interfiere en la igualdad de valor del voto entre un ciudadano de Soria, por ejemplo, y uno de Madrid. También quedará archivado el eterno cuestionamiento de “¿para qué sirve el Senado?”; el excesivo número de aforados; la disciplina de voto que las élites de los Grupos Parlamentarios imponen a sus diputados en el ejercicio de su cargo; las listas abiertas o si debería ser obligatorio que todos los partidos políticos elegieran a sus candidatos y dirigentes de forma democrática a nivel interno de sus formaciones.

Pero mientras todos estos debates no se abrirán, usted puede quedarse tranquilo porque por fin podrá elegir a su alcalde de forma directa. Bueno, aún no se ha cambiado nada pero todo indica que si la arrolladora mayoría absoluta del Partido Popular en el Congreso no consigue llegar a un acuerdo importante con la oposición para reformar la legislación electoral... siempre podrá aprobarla en solitario, ya que cuentan con la mayoría suficiente como para sancionar leyes orgánicas. Pero para regenerar la democracia “al estilo PP” no hace falta ni debate ni sanción parlamentaria. Basta con ver el ejemplo del macrodecreto económico que reformaba 26 leyes y que no pasó ni por la cámara de la tan desdeñada soberanía nacional bajo la excusa de “extrema urgencia”. Así se degenera la democracia.

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Estudio Ciencia Política y Periodismo en la URJC. Algo que alterno con la observancia voluntaria de las bajas morales que despierta el quehacer político y, aún así, con la capacidad que tiene de ilusionar la ciencia que estudió Max Weber. Escribiré sobre eso, sobre la política. Eso sí, de forma clara, tolerante pero sobre todo crítica.

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