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El andar de la perrita

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“No me está gustando el andar de la perrita” es una de esas frases emblemáticas de la retranca, esa especie tan peculiar de humor defensivo palmero, un tanto pesimista, como diría Ancelotti refiriéndose a esos defensas que son buenos porque siempre están esperando lo peor y por tanto están preparados para ello. No sé quién decía que un pesimista es un optimista bien informado. A mí más bien me parece que un pesimista es el que tiene que pagar los tropezones y porrazos que se pegan los optimistas por hacer valoraciones a menudo carentes de la menor estrategia e incluso carentes de realismo. Al final los pesimistas tenemos que sacar a los optimistas de los marrones en que se meten ellos solitos mientras van silbando canciones alegres y cogiendo rosas con total ignorancia de las espinas. Siempre digo que un poquito de miedo es bueno si nos vuelve prudentes y malo si nos vuelve cobardes. Me imagino que el gran general cartaginés Aníbal después de cruzar con un montón de elefantes los Alpes y haber vencido en cuatro batallas a los romanos no se paró ante las murallas de Roma y luego se retiró, no porque tuviera miedo sino por simple prudencia. Pero precisamente porque no me está gustando el andar de la perrita, es decir, por ser pesimista, ahora mismo tiro pa´l veterinario a ver si le ve algo y si es así le busca un remedio, que los pesimistas también tenemos nuestro corazoncito. En cuanto al mundo, sé que la cosa no pinta bien, pero ni soy pintor ni pinto con amor, qué más quisiera yo. Al final el optimista acaba sufriendo aquello que teme el pesimista, discípulo devoto de aquel Murphy que dijo que la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, pero bueno, al menos había mantequilla. Ese es el único optimismo que puedo permitirme, el de los domingos.

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