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Oro parece, plátano es

Plátanos de Canarias.

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Cada europeo consume un promedio anual de 10 a 15 kilos de plátanos, un producto que se disputa con la manzana y la naranja el trono de la fruta más consumida. Al tratarse de un cultivo de clima tropical, Europa debe traerla desde otras latitudes. En 2022, la UE importó 5 millones de toneladas.

Cuando esto comenzó, Canarias estaba ahí.

En el principio fue el mercado inglés. En la década 1880, un grupo de navegantes británicos comenzó a promover entre la población canaria el cultivo del plátano como artículo de exportación. Querían aprovechar la cercanía a Europa, el clima propicio y la situación de puerto franco del archipiélago (free port – no charges). Copiaron el modelo que tan buenos resultados le estaba dando a Estados Unidos en el Caribe (Costa Rica, Jamaica). Así empezó todo, con la exportación al mercado de Londres. Hace tanto tiempo que parece que los problemas de ahora son nuevos. Y no lo son.

Problema del agua: un informe consular británico indicaba que la demanda de agua era superior a la oferta disponible (1902); diferencia de costes: La producción de un racimo de plátanos cuesta [en Canarias] el doble que en Jamaica (informe consulado británico, 1896); escasez de lluvia: La sequía va produciendo en el país una honda crisis económica. [...] imposibilidad atender riego indispensable cultivos platanares (El Progreso, 29 abril 1929); incorporación de nuevos países productores: Canarias va siendo derrotada por la producción platanera de Guinea (El Progreso, 7 septiembre 1929). Todas estas cuestiones han estado presentes desde el principio. Lo que ha ido cambiando es el contexto.

Después de la I Guerra Mundial (1914-18), los exportadores canarios buscaron nuevos mercados. Francia, Alemania y España, especialmente. A partir de los años 1930, se empezó a enviar cada vez más plátano hacia la península, una tendencia que solo se interrumpió tras la II Guerra Mundial. Ya en 1955 se enviaba más plátano a España que a Europa, un mercado que poco a poco se volvió marginal. En 1972, la reforma del Régimen Económico y Fiscal de Canarias reservó el mercado español al plátano canario. La superficie cultivada pasó de 4750 ha en 1940 a un máximo histórico de 13500 ha en 1980.

Esas hectáreas fueron duramente trabajadas. La adaptación del terreno al cultivo del plátano supuso una enorme inversión en infraestructura agraria. Hubo que roturar, allanar y cubrir la superficie elegida con tierra fértil, lo que se conoce como ‘sorribar’ (del port. surribar). Para satisfacer las necesidades de agua se crearon cientos de pozos, galerías, estanques, kilómetros de tuberías y canales que llevan el agua de los depósitos o del interior de la tierra hasta la tarjea. Esta abundante inversión corrió, en su mayor parte, a cargo del Estado.

Con la entrada de España en la Unión Europea (1986) empezó a terminarse la seguridad que da una situación de reserva de mercado, de monopolio. La Unión, en aquel entonces CEE, tenía que cumplir con los acuerdos con las antiguas colonias de países miembros y respetar los tratados internacionales de libre comercio que había firmado. Los países como España, que aún cerraban sus mercados a las importaciones de plátanos, empezaron a abrirlos de forma paulatina a partir de 1993.

Esta apertura vino acompañada de ayudas para compensar la pérdida de renta de los agricultores. En 2007, esta subvención se incluyó dentro del POSEI, unos programas específicos para las regiones ultraperiféricas de la UE. De los 268 millones que le corresponden a España, 141 millones de euros van a parar a los productores del plátano. A cada uno le corresponden unos 0,30 céntimos de euro por kg producido. Si tenemos en cuenta que el costo de producción de un kg en Canarias oscila entre 0,60 y 0,70 euros, cuando el precio de venta es bajo (llegó a caer a 0,33 euros/kg en agosto del 2023) esta ayuda se hace imprescindible para que el sector se mantenga.

En la década de 1980 se produjo una disminución de hectáreas cultivadas. Este descenso se detuvo, e incluso remontó ligeramente, con la llegada de las ayudas europeas. Desde principios de los años 2000 la superficie cultivada se ha mantenido en algo menos de 9000 ha, sobre todo en Tenerife (4000 ha), La Palma (2750 ha) y Gran Canaria (1800 ha). La producción también se ha estabilizado en torno a las 400000 toneladas al año.

Otro pilar que permite sobrevivir al sector, junto con las subvenciones, es la publicidad. La campaña de la marca ‘Plátano de Canarias’ ha sido una de las más audaces, exitosas y bien diseñadas de las que se han visto en las Españas. Iniciada en los albores de la entrada de la banana, ha consolidado la imagen de producto diferenciado, de calidad, del plátano de Canarias, logrando que la gran mayoría de los consumidores españoles lo vea como un producto de mayor categoría y que al menos la mitad pague hasta un euro más por kilo frente a otro producto más barato.

La banana, por su parte, tiene el respaldo de gigantes del comercio de la fruta (Dole, Chiquita, Del Monte, Fyffes) que saben jugar las reglas del comercio global. Para ir ganándole parte del pastel del mercado peninsular a la fruta canaria, llegan a vender banana más barata que en otros países de Europa, incluso por debajo de sus costes de producción, que ya de por sí son más bajos que los del producto canario.

Una de las quejas habituales de los agricultores en Europa es que su producción, respetuosa del derecho social, laboral y medioambiental europeo, no puede competir en costes con productos traídos de territorios donde esta legislación es más laxa o inexistente. La UE lleva décadas inmersa en una ecuación perversa. Por un lado, acepta las reglas del comercio internacional, abre su enorme mercado a las importaciones y exporta miles de toneladas de productos agropecuarios, sobre todo transformados. Al mismo tiempo, se ve obligada a subvencionar el sector primario con miles de millones de euros por cuestiones sociales, medioambientales y de seguridad alimentaria. En esa ecuación, el plátano de Canarias se ve perjudicado en su situación de mercado, pero favorecido por la recepción de ayudas europeas.

Esa es la situación actual. Un producto con prestigio en su mercado de referencia, apuntalado por subvenciones, pero al que le cuesta mantener su cuota frente a la banana importada. En 1993, el porcentaje de la banana en el mercado peninsular era de un 20%. Desde entonces hasta hoy, esa cuota ha ido subiendo y ya alcanza el 50%. No se sabe si ha tocado techo. El año pasado, al sector platanero canario le costó muchísimo colocar la producción a unos precios razonables y tuvo que recurrir a prácticas incómodas.

La retirada de plátanos, conocida como pica, consiste en sustraer del mercado parte de la producción para evitar que el precio caiga por debajo de lo asumible. Esta práctica está amparada por la legislación europea, no es exclusiva del plátano y no es novedosa, siempre se ha hecho. El problema es que se ha convertido en habitual cuando tendría que ser excepcional. Tras un periodo anómalo debido al volcán Tajogaite de La Palma, vino un 2023 muy caluroso. Con el calor, mayor cantidad de fruta. Se calcula que la producción fue de 480 millones de kilos. Se autorizó la retirada de 39 millones de kilos. Finalmente, se picaron 26 millones. Para minimizar el derroche se destina parte de esa fruta a bancos de alimentos, abono y alimento para ganado. El histórico de la pica muestra que en torno a un tercio de lo retirado se reutiliza. El resto se convierte en residuo. Con las cifras sobre la mesa y un calentamiento global que ya pocos pueden negar, es difícil digerir que se tiren tantos millones de kilos de fruta con el desperdicio que supone en esfuerzo, dinero y, sobre todo, agua.

En Limón, una de las zonas de cultivo de plátanos más importantes de Costa Rica, la lluvia anual supera los 3000 mm. Menos llueve en regiones plataneras como Guayas o El Oro en Ecuador, pero puede llegar hasta los 1000 mm anuales. En 2023, las lluvias en Canarias han estado entre un 63% y un 76% de los valores normales (160 mm de media en todo el archipiélago, 249 mm en la provincia de Santa Cruz de Tenerife). Un descenso que viene de la mano de una subida de las temperaturas de entre 1 y 3 grados. Siendo la platanera una planta que requiere mucho riego (unos 20-25 litros por día cada mata), la preocupación por el consumo de agua es más que lógica.

A pesar de su importancia simbólica, el plátano representa un porcentaje pequeño del pib de Canarias. No llega al 2%. En La Palma, tiene más peso en la economía, pero está muy lejos del 50% del pib que decían los medios españoles durante la erupción del volcán. Bastante por debajo del 10%, es un sector que sigue siendo importante para la economía y la cultura de la isla.

Desde el ámbito institucional, parece que los dirigentes de los principales partidos políticos ya no ven al plátano como motor económico. A pesar de los esfuerzos realizados por algunos en Europa, las ayudas, garantizadas hasta 2027, no van a crecer. El plátano es pasado, presente mientras haya subvención, pero no futuro. La agricultura tampoco. La política agraria, en general, se basa en subvencionar, reforzar, apoyar, sostener, apuntalar. No hay plan a largo plazo para el sector primario en una isla con más del 50% de tierra de cultivo abandonada (7645 ha) y donde los lineales de los supermercados reciben cada vez más producto de fuera. Una isla que se hace más y más dependiente del exterior.

Donde sí parece que hay un plan claro a corto, medio y largo plazo es en el sector turístico. Un conjunto de proyectos amparados en la “ley de islas verdes” son los que se considera que van a crear riqueza, empleo y prosperidad en una isla donde está ampliamente extendido un sentimiento de estancamiento. Son estos proyectos los que sustituirían al plátano como motor económico. Cultivo de exportación por turismo convencional. De lujo, pero convencional. Hoteles y complejos extra hoteleros (villas, apartamentos...) retóricamente etiquetados de sostenibles levantados en entornos naturales privilegiados, en suelo donde a día de hoy no está permitido construir. Con un precio de suelo urbanizable desorbitado, se libera suelo rústico para atraer inversiones. Esos planes se presentan como la única alternativa posible, como si el futuro tuviera que ser ese, o no será. Más bien se diría que se está desnudando a un santo para vestir a otro.

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