Palmero de adopción

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Pregunto si el nombre de Miguel Ángel Morcuende significa algo para los palmeros. Si la respuesta es sí, ¿por qué la extrañeza de unos pocos ante la propuesta de su nombramiento como Hijo Adoptivo de la Isla? Aquellos que tenemos las ideas claras sobre el particular no hemos podido permanecer indiferentes a la noticia. Es más, quienes poseemos un elemental sentido cívico de agradecimiento y somos poco aficionados a banderías y seguidismos políticos hallamos, sin orillar la verdad, suficientes razones para el otorgamiento de tal distinción. Así, con estricto rigor, haré públicas las reflexiones que alientan mi opinión, común por cierto a la de muchos amigos que aprecian y estiman la labor de Miguel Ángel en el devenir de acontecimientos no siempre gratos. Una vida, la de Morcuende, dedicada al servicio público, entregada a la sociedad palmera con un compromiso que, en ocasiones, ha ido más allá del deber.

Somos muchos los que nos alegramos de que nuestro Cabildo haya iniciado los trámites para declararle Hijo Adoptivo de La Palma. La propuesta aprobada por su Junta de Portavoces destaca su profesionalidad y dedicación, así como su calidad humana. Una labor que ha sido reconocida más allá de las fronteras de la Isla con motivo de la reciente erupción de Cumbre Vieja. En su condición de Director Técnico del PEVOLCA (Plan Especial de Protección frente a Riesgo Volcánico de Canarias), Miguel Ángel Morcuende, como buen jugador de ajedrez, nos demostró su gran capacidad para analizar las diferentes situaciones sin perder la compostura. En esta última misión antes de jubilarse supo transmitirnos la tranquilidad necesaria en momentos de tensa angustia para un número importante de palmeros, que con cada “bocanada” del volcán sentían más hondo su dolor, sumidos como estaban en el desánimo y la frustración. Me pregunto cuántos acontecimientos pasan sin que se oiga el eco de la voz que hace falta. No resulta extraño que los medios de comunicación halagaran el lenguaje personal, sencillo, directo, amistoso y a veces casi familiar de este hombre en medio de una crisis volcánica de esta magnitud. De Miguel Ángel Morcuende salió siempre sin alarmismo la palabra exacta.

Quienes me conocen saben que cuando escribo procuro ser ecuánime, no se me dan los elogios gratuitos y tampoco me dejo llevar por mis inclinaciones, ya sean simpatías o fobias. Mi relación con Miguel Ángel Morcuende no sobrepasa la comunicación educada y el trato cordial entre ciudadanos, aunque habiendo sido director de la radio pública en la Isla durante veinticuatro años, es lógico que conozca su trayectoria profesional y política: Director General de Disciplina Urbanística y Medioambiental del Gobierno de Canarias, Jefe del Servicio de la Unidad de Medio Ambiente y Emergencias del Cabildo de La Palma, Secretario General Técnico de la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias, Concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, Director Insular de la Administración General del Estado… Sin embargo, para que el otorgamiento de este honor se justifique sobradamente, bastará con decir que siendo Ingeniero Técnico Forestal por la Universidad de Madrid vino a Canarias a trabajar en su medio natural. No debemos olvidar su labor en el Patronato del Parque de Garajonay en La Gomera ni su presencia en la lucha contra el fuego en distintos puntos del archipiélago. Es un amante de nuestra tierra y ha sufrido por ella y con ella, pero en el caso de La Palma, todavía más. Primero, porque no todo el mundo que pasa por esta Isla, se aposenta en ella y se hermana con sus montes, bosques de laurisilva y pinos; segundo, porque a lo largo de estos años hemos podido comprobar que, sobre todo en los hechos dramáticos de los incendios, entre el hombre (Morcuende) y ese espacio geográfico palmero se ha creado un sentimiento de pertenencia mutua, una vinculación existencial. Se demuestra con ello la incidencia del paisaje en la personalidad de los hombres y mujeres que lo habitan: el papel y los estímulos del entorno modelan nuestra manera de ser y de comportarnos.

Miguel Ángel Morcuende ha echado raíces en un ámbito espacial concreto. Nació en Madrid, pero en La Palma ha formado parte de un proyecto colectivo de vida con talante propio y costumbres diferentes. El hombre no es solo de donde nace, también lo es de donde pace… Algo así dice el refrán. Y sucede que los sicólogos aseguran que es “una incorporación personalizada del paisaje”. La naturaleza que nos rodea se mete en las entrañas hasta el punto de modificar nuestra manera de ser, de sentir y de expresar. Es lo que le ha pasado a Miguel Ángel. Ha sido tal el lazo vivencial que le ha vinculado a la naturaleza de la Isla que, al dejar en ella sus raíces, ha pasado a formar parte de la idiosincrasia del lugar y de sus gentes. Y, como La Palma es tan poca cosa en geografía, el pálpito de su corazón le prohíbe ignorar, sean paisanos o no, el valor de las personas que la habitan y la quieren. Miguel Ángel Morcuende Hurtado no necesita más referencias que acrediten su identidad como PALMERO DE ADOPCIÓN. 

Julio M. Marante

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