A principios del siglo XX hubo una curiosa controversia entre escritores defendiendo unos a los perros y otros a los gatos. En ella y en defensa de los gatos intervino el gran H.P. Lovecraft con unos argumentos maravillosos. Yo también soy más de gatos, pero los que nos hemos criado en el campo tenemos una familiaridad natural con todos los animales, odio el maltrato y procuro siempre tratarlos con humanidad, incluso a aquella rata enorme que se nos coló en casa y la tuvimos de okupa unas semanas. La pobre estaba más asustada que nosotros y sólo salía de la biblioteca para comer el pedazo de queso que le dejábamos en la cocina. Percances siempre hay, como también se dan entre las personas. Una vez recorrí cien metros con un perro colgado del pantalón, bueno, la verdad es que no pesaba demasiado, debía estar enfadado vaya usted a saber por qué, y eso hay que comprenderlo. El caso contrario es el de los perros de caza palmeros que a veces me acompañan varios kilómetros cuando paseo sólo por el monte y cuando acaba la excursión se van tranquilamente para su casa. De niño en el pueblo conocíamos a todos los perros, sabíamos sus nombres, su pedigrí y sus dueños. Pululaban libres por todas partes y todo el mundo cuando podía le echaba su hueso. Formaban parte del hábitat rural, como los mulos, los burros, me refiero a los de cuatro patas, y por supuesto los gatos, perezosos y elegantes, las vacas, etc. Personalmente considero que un mundo sin animales libres es un mundo deshumanizado. Entonces era muy raro ver a alguien tratar con crueldad a los animales. En cambio, los niños de los diferentes barrios dirimíamos nuestras diferencias a pedradas, eso sí, con cariño y algún chichón que otro.